22 de noviembre de 2016

Filípides, el hemeródromo ateniense

Desde que me planteé el proyecto Run the History sabía que tarde o temprano iría a Grecia. Ha tocado en 2016. Por nada en especial, pero se vuelve a juntar lo que mueve todo esto: correr, historia, turismo, ganas, lugar interesante... Filípides, por alguna razón que desconozco, ha pasado a incorporarse al ideario cultural mundial siendo un "don nadie" al fin y al cabo y además ha trascendido una versión descafeinada que no se ajusta ni por asomo a la realidad. Pero de la anécdota, el dato puntual, el "llegó-y-murió" a la historia de verdad hay un buen trecho en cuanto a información veraz, y esto me retrasó, una vez más, en tener el objetivo claro. Le doy una buena importancia a la parte histórica y a la vez me sirve para motivarme en los entrenamientos en una retroalimentación que me está aportando buenas dosis de interés y cosas en las que pensar para no arrepentirme de entrenar duro, sean unas cuestas, un día largo, uno lluvioso o ese en el que te duele todo. Pero también, y en este caso más, es un trabajo previo importante.

Llevo tiempo evolucionando mi forma de entrenar, pero lo de esta temporada ha sido bastante extraño. Con muy poco tiempo a diario, apenas sacaba como mucho 1h20' y algo más en fines de semana. Un compromiso laboral fijaba una fecha de junio en el calendario, por lo que a Grecia iría antes o después. Tenía el riesgo del calor, que en Grecia puede hacer mucho y ser un factor verdaderamente limitador. Así que mejor antes, pero cuando me quise dar cuenta y fui para atrás en el calendario para calcular temporada ya iba justísimo, me faltaban varias semanas. Empezamos bien. Añado que llevo bastante tiempo sin hacer algo non-stop de muy larga distancia (en 2015 casi 140 km en Turquía), no me acerco a los 200 km desde hace muchos años, distancia que me impone mucho respeto  y que había superado en cuatro ocasiones previas, pero cuando era "joven": dos veces en la Libyan Challenge, el Camí de Cavalls menorquín (son 185, pero alguna vuelta extra di) y la Trans 333. Mucho lo pensé, meses antes, que si iba a hacer 200 intentaría hacerlo non-stop, pero si era más dormiría y me lo tomaría como "etapas encubiertas", parando, recuperando un poco y sin tratar de convertirlo en un infierno. Cuando cogí el calendario, ya digo, me iba a principios de junio demasiado justo de preparación, o a principios de julio, con el problema que para esta fecha haría mucho calor e iría sin aclimatar, entonces mediados o finales de julio... o quizá septiembre. Me dije que hasta después del verano era demasiado, decidí apretar e intentar llegar a principios de junio en forma: me puse a entrenar lo que pude, poco con algo de calidad a diario, e intentando hacer largo en tres días escogidos. El día que llegué a tres horas decidí que estaba preparado para el primer test. Un mes después el segundo. Tres semanas después el más largo. Temporada de unos tres meses, atropellada, sin la seguridad de qué sería de mí en distancias que me parecen extraordinariamente largas, pero los tests había sido excelentes.

Tras el tercer test, con el entrenamiento ya hecho, descubro que la Spartathlon son más kilómetros de lo que esperaba, pero que creo que lo puedo recortar a simple vista. A menos de una semana de irme descubro que no lo puedo recortar. No voy a 200, voy a 240 kilómetros. No me lo esperaba. Se me cae el mundo al suelo. A una semana. Vuelvo a pensar en el plan inicial, una parada larga cada maratón, no estoy en una carrera en el buen sentido, de la seguridad, de que me tengan controlados los avituallamientos, de saber que el recorrido se puede hacer, de que alguien sepa por dónde voy o pueda esperar a otro corredor si no voy bien: voy solo, sin plan B, sin asistencia, sin red de seguridad. Como regla mnemotécnica creo que un reto personal nunca debería superar el 70 % de la máxima distancia que hemos hecho compitiendo: ese 30 % de colchón es para tener cierta lucidez, para compensar los problemas de la ruta, para rodear una finca cerrada, o porque nunca tendrás tanta atención, cuidados y seguridad como en una competición. La Trans 333 la hice dándolo todo, dejándome el alma y varios meses de vida; 333 x 0,7 son 233 km. Estaba en el límite límite. Posiblemente era demasiado. A darle vueltas a la cabeza. A una semana. Demasiadas veces voy al límite, por distancia, por terreno, por frío, por calor, por condiciones que me autoimpongo. Así llevo casi toda mi vida deportiva reciente, casi veinte años. A veces creo que algún día todo esto se me va a poner en contra con un guantazo que me va a dejar en el sitio, y una vez más iba bordeando mucho el precipicio. Soy un corredor de larga distancia mediocre, por mis capacidades físicas sé que no puedo hacer 200 kilómetros, no puedo, no tengo ni el don ni la resistencia, ni la fortaleza psicológica. Y nadie me va a convencer, no me bajo de la burra. Diría que ni me gusta tanto como para arrastrarme de esa manera. Supongo que sí soy cabezón, o perseverante, o como se quiera llamar, pero los cementerios están llenos también de los que hacen las cosas por cojones. Pero la distancia larga y lo que vives solo con tu cabeza supongo que me siguen motivando tanto para seguir haciéndolo cuando, por mucho que me engañe y aunque tenga una memoria patética, sé que tarde o temprano va a haber momentos horribles que yo y sólo yo he buscado. Saber que he estado cuatro veces por la zona de los doscientos kilómetros a ojos de quien desconoce de qué va todo esto sería un pilar en el que apoyarse; cuando sabes lo duro que es, lo mucho que has tenido que escarbar dentro de ti para hacerlo, cuando sabes lo que puede llegar a doler todo, posiblemente esa experiencia previa sea casi un lastre. Porque sabes que en cuanto des la primera zancada vas al matadero. Lo sabes, no te engañes como tantas otras veces. Qué digo la primera zancada, cuando te lo empiezas a plantear meses antes. Intenta adornarlo con entrenamiento, el mejor material, concentración y pensamientos positivos. Cuentos chinos. Vas a destrozarte cuerpo y mente, vas a asquearte de lo que haces, vas a estar con la vista en la punta de los pies, con la mirada perdida, durante horas deseando sólo que se acabe, con pensamientos tan contradictorios como que no puedes dejar de avanzar pero no quieres seguir pasándolo mal. Esos momentos no los echo de menos, no los busco, no los quiero, pero sé que están ahí, que me están esperando. Me están esperando a que reúna el valor de volver a enfrentarme a una distancia que no es la mía, porque yo no estoy hecho para esto. Sería un estúpido y un irresponsable si pensase que puedo correr doscientos kilómetros sin dolor, sin hartazgo, sin momentos de tristeza, sin ese aguijón que te pica para que no pares, pero a la vez pidiendo clemencia, para que lo dejes, porque no le tienes que demostrar nada a nadie, ni a tus followers, ni a tu entorno, ni a ti, pero sabes que parar va a ser peor, y que en realidad en otras ocasiones has salido adelante, no sabes cómo, y mientras encuentras alguna imagen en tu memoria que te recuerde cómo saliste de aquel pozo, sigues avanzando, en una constante pelea contigo mismo. Y no hay clave. No hay secreto. No hay truco. Cuando ya lo has agotado todo, no hay nada, no hay milagros, no hay subidones, no hay nada que te saque de donde estás. Ahí no hay nada. Despojado de todo, de tu motivación, de lo que fuiste como corredor; con tus dolores y tu cabeza, sólo avanzas solo. Ahí no hay que rendirse. Y cómo no se rinde uno. Llámale cojones, determinación, cabezonería, agallas, o cualquier palabro en inglés que un coach se invente. Sólo tienes eso, porque la motivación se fue hace horas, el objetivo te la suda, eres un despojo y realmente no quieres estar ahí. Es duro, muy duro, las caras no se afinan de una dieta, las miradas de algunos no rozan la psicopatía por no hacer nada, ahí se pasa muy mal, aunque sea voluntario y buscado, se puede pasar muy mal. Se pasa muy mal. Pero es inevitable pasar por ahí. No hay rodeos, no hay atajos. Por mucha vuelta que le des no hay opción, pasa por ahí con la mayor dignidad que puedas, haciéndote el menor daño posible, con la certeza de que es un peaje doloroso pero que quedará grabado como todo lo que produce un profundo dolor, a fuego. Ahí no se muere, sólo se sufre.


En algún momento sentí algo de vértigo, lo reconozco, una sensación que me desagrada profundamente, sentir que se escapa de mi control; no es que pretenda controlarlo todo, es que hay cosas difíciles y cosas imposibles. Y hay que hilar muy fino para ponerte al límite y seguir sabiendo distinguir lo uno de lo otro. Cuando sumé los subtracks que había creado en mi amigo Google Earth y vi lo que salía tuve esa sensación.  Algo de vértigo. Algo. Qué cachondo. Cenando estaba absorto en mis pensamientos, hasta mi hija mayor -5 años-, muy sensible y atenta ella, lo percibió y me preguntó que en qué estaba pensando. En nada, hija. ¿En que no me quiero matar?, pensé. Tras 200 km no me importa meterme las subidas que me tenga que meter, pero llevándolo todo a la espalda, de repente estar a 1000 m de altitud en una zona de aerogeneradores -que no están puestos al azar-, muy muy agotado, se me hacía peligroso. Uno de los primeros pensamientos fue "aquí me mato". Como esté como he estado de agotado en otras ocasiones, durante horas estar en cierta altitud, porque se baja muy lentamente rumbo a Esparta, considero que me estoy jugando el pellejo. De ahí la mirada perdida, hija mía.


No sé en qué momento de lucidez le di la vuelta al recorrido, saldría de Esparta y acabaría en Atenas, que está casi al nivel del mar, la zona de altitud me la quitaría al principio. Todo esto a una semana de embarcar. Suponía rehacer la logística que tenía en la cabeza, ver el track y la orientación al revés, y cambiar algún plan más, como alojamientos que no tenía reservados aún. Y de repente me quité el peso de encima, al revés, nada más. Esa noche pude dormir.

Poco antes de coger el avión además me preocupa la meteorología por posibles lluvias. Los últimos días me consumieron bastante, había pasado por dolores de espalda y abductores; por progresiones de forma lentas y viendo cómo me comían las fechas; por bordear varias veces el sobreentrenamiento: esto, en una temporada que viéndolo con perspectiva ha sido bastante buena. En otro momento de rara lucidez me hizo darme cuenta de que no hay temporada fácil, la cantidad de obstáculos que te encuentras, de molestias, de dudas, de meteorología, de material, de subidones y bajones. Nada es fácil, este deporte no regala nada. Y sin embargo estaba fresco de cabeza, no harto de temporada y deseando acabar de entrenar como otras veces, pero a la vez tanto entrenamiento corto y rápido (la base ha sido poco más que cuestas de 100 m a tope) me generaba muchas dudas: ¿cómo se puede entrenar para 240 km non-stop cuando la mayor calidad han sido diez cuestas de cien metros a morir? Me aferraba al entrenamiento más largo -80 km- que me fue muy bien, como pocas veces en la vida.


Tras el estrés final, que me sigue consumiendo mucho, vuelo nocturno a Atenas, coche de alquiler y rumbo a la mítica Esparta, sin llegar a ella: a 50 kilómetros dejo el primer par de botellas de agua. El plan es dejar agua en ocho puntos, la única asistencia externa, escondida entre la maleza, el resto cargarlo a la espalda y sin ninguna ayuda más, complicación importante pero que a la vez te da una gran autonomía y, si las cosas salen bien, en mi caso también una buena dosis de satisfacción: me importa el cómo. Ese día haría más de 600 km de coche, y excepto el primer tramo el resto de botellas estaban separadas unos 20-25 km, que para la mentalidad de un corredor es "un rato" pero que con 100, 150 o 200 kilómetros en las piernas son bastantes horas. En total dejé 24 litros de agua, ocho puntos a dos botellas de litro y medio. Acabo de echar cálculos, recuerdo bien qué bebí en cada sitio, y dudo que me vaya por medio litro: me salen 14,5 litros de agua consumidos. En 243 km. Incluyendo preparación de algo de comida liofilizada. Soy un mechero.

Tras dejar las botellas, confiando en que no desaparecieran, compro el billete de autobús a Esparta y me dispongo a buscar hotel en Atenas. Me llevó lo mío pero lo consigo para esa noche, para cuando vuelva y parking para dejar el coche de alquiler. Día larguísimo, excepto una cabezada de un par de horas en el avión llevo más de 36 horas despierto y no precisamente tranquilas.



Un día después, poco antes de las cuatro de la madrugada, dejo la llave de la habitación del hotel de Esparta ante la sorpresa del recepcionista y me dirijo a las ruinas de la antigua ciudad. Aunque me había prometido no saltar la valla para salir exactamente del punto donde quería, todavía por el camino me lo iba pensando. No, no lo hice, hay que ser respetuoso, soy un invitado en este país, nadie me iba a ver ni se iba a enterar, no había seguridad de ningún tipo, pero puedo meterme ese poquito de orgullo por no salir del lugar donde quería justo por donde uno se puede imaginar. Pero oye, que me da un pelín de rabia, así es uno. Mando un punto del Spot. Un rápido tuit. Salgo. De Esparta. De la mítica Esparta (Σπάρτη, Sparta). Aunque ya había leído lo suficiente como para decepcionarme de Esparta y los espartanos, joder, ¡es Esparta!, esto sí es historia. Y ya voy sin luz. ¡Esta vez no he escatimado, he cogido pilas nuevas, vamos no me jodas! En la primera luz artificial, ¿a 50 metros de salir?, resuelvo el primer pequeño incidente. No me lo puedo creer, de verdad, ¡eran todas nuevas, seguro! "Resalgo" y paso junto al estadio de fútbol (y pista de atletismo) de Esparta, y en su entrada está la mítica estatua de Leónidas, junto al cual todo el que ha acabado Spartathlon tiene una foto. Para mí es todo lo contrario, el comienzo, toda la incertidumbre del mundo por delante, voy tranquilo, corriendo suave, calles desiertas, aún es noche cerrada. Se acabaron el entrenamiento, los preparativos, las dudas y el estrés, estoy aquí y ahora, es una gran sensación de libertad, de quitarme un enorme peso de encima, que me pase lo que me tenga que pasar, pero ya depende de mí, de lo que ocurra, un poco de azar, de estar atento y espabilado, pero ya he salido, joder, ¡lo he echado tanto de menos!, sé que me espera por delante una de las palizas de mi vida, pero estoy en movimiento, avanzo, no estoy mareando la perdiz, maldurmiendo por lo que me espera, preparando cosas, consumido por Google Earth tratando de adivinar la ruta a golpe de foto con década y media de antigüedad. A veces sólo quiero salir. El resto ya lo pongo yo.



Muy al final sólo me conformaba con tomar la salida desde Esparta y salir bien, tranquilo, dejar que pasasen los kilómetros bajo mis pies. Es fácil decirlo pero no siempre hacerlo, e incluso hay una parte de azar que no me gusta nada, puedes llevar preparando un objetivo meses y que en las primeras zancadas sepas que lo que te queda por delante va a ser de todo menos lo que habías planificado; se hace duro, y triste. Siempre tengo ese pequeño temor y, como digo, creo que hay una parte de azar incontrolable, que no sé de qué depende, en esta ocasión la paliza de vuelo-coche-botellas-hotel, al día siguiente el viaje de autobús y ya salir, sin más descanso, me podían pasar factura. Había tomado todas las precauciones posibles para descartar variables que sé que me podían afectar o que lo habían hecho en el pasado pero sólo tras las primeras zancadas puedes empezar a saber si puede que tengas un día decente, bueno o una santísima mierda. La noche estaba ligeramente fresquita, aunque esto es Grecia y la costa está a no demasiados kilómetros, la península del Peloponeso está completamente rodeada de montañas y Esparta está en el medio, a sólo 200 m de altitud pero que estoy seguro de que debe tener unos inviernos cojonuditos; y un poco más al norte donde el altiplano ya llega a unos respetables 900 m tienen que ser muy fríos, estoy seguro. Noche, zancadas suaves, poca luz, tranquila respiración, primer desvío que me paso. Entro en camino. Muy poco después pierdo la orientación, tras unas cuantas vueltas doy con la pista, veo que amanece, tranquilo, he visto unos ojos en la noche, espero que sean ciervos o zorros, entro en el primer pueblo (Kladas, Κλαδάς), me quito el frontal, nadie por la calle. Cojo carretera, veo las muy frecuentes señales de la Spartathlon, aquí estos valientes tienen que ir muy doloridos pero con una sonrisa de oreja a oreja, porque huele a Esparta que tira para atrás, yo llevo apenas una decena de kilómetros, voy por una carretera desierta por las horas, lo corro casi todo y me espera un largo tramo de asfalto. Rozo Voutiani (Βουτιάνοι), sigo a lo mío.


Algunos de los principales enemigos del trail tienen que ver con la demografía y el uso del terreno. Por exceso o por defecto, la población que puede usar unos caminos determinan la densidad de éstos: si muy poca gente los usa, para labores profesionales o lúdicas, la densidad de caminos será tan baja que hará inviable una ruta fuera del asfalto. Si la población es excesiva, en cambio, los caminos se asfaltan, demasiadas viviendas o industrias lo vallarán todo dejando, con suerte unas pocas buenas pistas públicas accesibles. El interior del Peloponeso está muy deshabitado, apenas una localidad medio grande (Trípolis, 31 000 almas) y un par de pueblos venidos a más. El resto son pequeños pueblos en un entorno quebrado y pedregoso que no siempre permite la agricultura tradicional y por ello la densidad de caminos es muy baja. Por mucho que miré en mi fiel amigo Google Earth no encontré forma de hacer este tramo sin pisar asfalto, a pesar de que en ocasiones me salía por la antigua carretera o algún corto camino paralelo, era inevitable el asfalto. Supongo que con tiempo se podría buscar una alternativa, buscar senderos o caminos casi desaparecidos, pero no tengo el tiempo ni las ganas para hacerlo porque hay que hacerlo sobre el terreno. Al tener poco tráfico, al ser éste bastante respetuoso, al ser al principio todo nuevo para mí, no me importó demasiado el asfalto, iba entretenido mirándolo todo, es lo bueno de viajar, vuelves a verlo todo como cuando eras niño cuando en todo te fijabas, por eso queda tan grabado en nuestra memoria y por eso los días viajando parecen  más largos, porque todo nos empapa. En una constante y suave subida iba remontando hacia el norte, sin prisa, prácticamente todo corriéndolo, con un ritmo pausado, comiendo y bebiendo muy regularmente como me había jurado que lo iba a hacer, dejando pasar el tiempo. Me entretenía viendo unos pequeños "relicarios" que se encuentran por miles en la carreteras griegas, en un principio pensé que honraban a fallecidos en accidente de tráfico, pero espero que no sea así porque se van a quedar sin habitantes en unos años tal es la densidad de estos relicarios. Los había muy sencillos, otros mucho más elaborados, metálicos, de fábrica, algunos en "desuso", otros muy bien mantenidos. Un entretenimiento para mí. Como ver animales muertos, a algún conductor que saludaba o a un pastor que apareció de la nada y que se sorprendería al ver un tipo, mochila en la espalda, avanzando lentamente y en solitario por esas carreteras perdidas. De vez en cuando, a lo lejos, veía alguna ruina, muy pocas: aquí ha vivido muy poca gente durante mucho tiempo, es una zona bastante pobre y lo ha sido durante muchos años. Dónde ha quedado la Esparta de la historia.

Creo que nunca sabré la afortunado que he sido con la meteorología, había amenaza de lluvia, y según previsiones, podía rasparla; el primer día aparecía nublado lo que estaba bien para no desgastarme en exceso aunque prefería que hubiese sido el segundo; y las temperaturas serían moderadamente difíciles mediada la ruta. Pero el calor que pasé al bajarme del autobús de Esparta o los días de turismo en Atenas no se los deseo al peor de mis enemigos. Las primeras horas corriendo por el Peloponeso eran incluso frescas, de "rebequita" cuando soplaba un viento moderado y sostenido, que invitaban a no parar mucho. Creo que estaba acertando de pleno al haber cambiado el sentido del recorrido, este fresco, ventoso; de noche, expuesto y exhausto creo que hubiesen rozado el peligro, porque al final vas muy ligero de ropa porque la vas usar muy poco, no generas calor y todas esas pamplinas de las que te arrepientes cuando rozas la hipotermia.


La segunda vez que pensé que estaba hasta las pelotas de asfalto llegó el desvío, sentidos alerta, cambiamos del 'stand by' trotón y distraído al 'on', ojos alerta al suelo, los cruces y lo que pueda venir. Me costó unos minutos encontrar el camino, primero bajé por una escollera, luego tiré por un camino, al final acerté por un huerto, un inexistente camino que pocos cientos de metros después desembocaba en una cauce seco que iba mejorando pronto hasta convertirse en una relativamente cómoda pista. Estuve fino con Earth aquí. Pasados unos minutos vi a los lejos a dos mujeres haciendo labores agrícolas, son las únicas personas que vi por el campo en decenas de horas, supongo que si me llegan a ver se hubieran sorprendido bastante, nunca vi una huella de una zapatilla o de una mountain bike, lo que da una idea de la tranquilidad de la ruta pero que para tener problemas no es lo mejor. Aprovechando el cauce seco del río que a su vez era aprovechado para acercarse a campos de labranza, me alejé del mundanal ruido de las carreteras (en realidad poquísimo tráfico) y disfruté un buen rato hasta que tras una buena subida vi una furgoneta y un perro fuera. Dentro estaban muchos perros más que no sabía si podían salir, pero aunque no era así el que estaba fuera de guardia era peleón y tocapelotas. Este sería el primer encuentro de muchos con canes, posiblemente lo peor de la ruta y lo más incontrolado, el peor recuerdo que me llevo de estos dos días de penar por Grecia.



Muy poco después llego al primer avituallamiento. Kilómetro 50. El plan de autosuficiencia suena bien pero implica fallos cero. Dejé agua en ocho puntos para 240 km, suficiente en mi caso (o eso creía) pero cerca del límite si el calor era excesivo. Tuve la precaución de dejar siempre dos botellas de agua, escondidas y separadas, tenía el punto guardado en el GPS pero recordaba perfectamente dónde era, excepto la localización exacta de las mismas, en ocasiones me llevó cinco o diez minutos dar con alguna de ellas pero las encontré todas. Este primer avituallamiento era la primera prueba con munición real de que todo lo pensado funcionaba o no, con lo que era importante. Además, como me había planteado, tras cada maratón me tomaría un buen descanso y comería bien. Botellas encontradas, liofilizado preparado, llamada a casa, un descanso de cuerpo y alma. Todo funcionaba de maravilla. Me alegraba mucho llegar tan entero a los 50 km. Para esto entreno, para poder correr fácil, despreocupado, relajado, para poder hacer maratón y alto y estar casi nuevo. Pensar que te quedan cerca de doscientos puede desmoralizar pero 50 km y estar muy bien no es tan fácil así que creo que era motivo suficiente para una alegría contenida.


Salgo del avituallamiento que está al lado de un pueblo (Kamari, Καμάρι), miro con curiosidad que un coche aparcado que vi en Google Street View y está exactamente en el mismo sitio, acabo de beber todo lo que puedo y arranco a correr. Pocos metros después compruebo con sorpresa que empiezan dolores, y la cabeza empieza a sobrecalentarse. ¿Pero no iba yo tan fresco? Motivo y solución. A pensar, rápido. He ido renqueando con abductores desde el año pasado, las zapatillas altas con mi pisada me dan problemas en estos músculos, pude no acabar el sendero iroqués por ello, le he dedicado tiempo y he modificado las plantillas aunque uno de los apaños caseros lo quité en la misma Atenas fruto de alguna preocupación. Sin apenas forma de tunear la plantilla tomé las primeras precauciones: correr por el arcén derecho (bueno, aquí no había arcén realmente) y forzar ligeramente la pisada. Nunca más supe de la molestia pero en el momento se te viene todo un poco encima, empiezas a pensar en hacer noche, en tomártelo como etapas durmiendo en sitios, etc.: es increíble todas las soluciones que puedes empezar a sopesar sólo con una molestia.

Evito Tegea (Τεγέα). A partir de ahora son pequeñas carreteras locales, nada de tráfico, por campos, viñas, olivos y árboles frutales, algún cementerio. Todo muy tranquilo. Dos pueblecitos, Lithovounia (Λιθοβούνια) y Agiorgitika (Αγιωργίτικα). Ya me he desviado del Spartathlon siguiendo mi propia ruta y mis propias ideas, no volveré a encontrarme con él hasta Nemea; mientras, me acerco a una cadena montañosa, bastante vertical e intimidatoria para un simple corredor, y es que para ir a la costa tarde o temprano hay que cruzar montañas, no se puede de otra manera y por mi parte me he buscado una ruta algo más directa y cuyos montes tengo que cruzar en breve, mientras que el Spartathlon va muy al norte, algo que, sin estudiar demasiado la historia de Fidípides -si es que la hay- me parece ilógico. Antes de coger una carretera más importante recargo con cerezas que he encontrado en algún punto, y es que desde poco después de salir voy revuelto y sintiendo que no asimilo bien. Desconozco el porqué, precisamente este año he sido cuidadoso en los entrenamientos largos con la comida y lo estoy llevando a rajatabla aquí hoy, y sin embargo, me siento pesado, estoy detestando desde el principio todo lo dulce y me cuesta mucho comer algo. Esto sé que me lleva al precipicio de cabeza, pero para intentar resolverlo decido vaciar el estómago dejando de comer muchas horas, es jugar con fuego, pero necesito quitarme la sensación que llevo. Por eso las cerezas me entran tan bien, porque el cuerpo está hecho para estas comidas, las de verdad, no los engrudos artificiosas que con buena voluntad y conocimientos nos preparan las empresas de nutrición deportiva, pero algo se les escapa aún viendo la cantidad de problemas gástricos que hay en ultras. Y aunque las cerezas son dulces me agradan su sabor y suponen un pequeño premio.

Otro tramo feote, una carretera que vuelve a ser buena, de doble carril y que baja hasta Argos (Άργος) salvando un fenomenal puerto de montaña. Me entretengo viendo un monte por donde en un vistazo satelital había pensado bajar (subir en su día), la curiosa pista o cortafuegos vertical y un zigzag que no llegué a entender. Al fondo, ahí abajo, Achladokampos (Αχλαδόκαμπος), otra fuente de algunos desvelos googlearthianos. También me entretuve viendo una chica haciendo series en bici de carretera, se estaba pegando buenos calentones. No vi a nadie haciendo deporte excepto ciclistas de carretera, muy bien equipados ellos, todos, sin excepción, con bicis de alta gama. Nadie corriendo. Si Fidípides levantara la cabeza...

Tras un tramo de carretera aburrido, alcanzo el segundo avituallamiento. Kilómetro 75. Ya noto algo de cansancio, pero estoy razonablemente entero. Estoy a mitad de una pequeña cadena montañosa jalonada por aerogeneradores, de hecho veo a varios todo terrenos de mantenimiento que bajan de arriba, me espera un buen subidón, creo, por eso me lo tomo con calma, como algo, bebo lo que me entra y descanso sin prisa. Voy entero, esta subida la tengo que liquidar rápido porque hace algo de fresquito y se intuye que coronando el puerto hará viento fuerte viendo las palas al ritmo que giran: tendré que salir rápido de ahí. Me tomo mi tiempo. Salgo del retiro, empiezo a subir y es demasiado suave, lógico si piensas que por aquí han subido las moles de torres, los pesadísimos generadores y esas palas enormes, con lo que en cuanto intuyo algún sendero de pastores lo cojo y recorto un poco, por entretenerme, a pesar del desnivel -el cual desconozco- me apetece subir un poco más duro, cambiar posición del cuerpo y zancada, me aburre ir siempre igual. Va refrescando, va entrando viento, la pendiente es algo mayor, y antes de lo que creo estoy arriba, ¡anda, qué bien, si ha sido cortita!; pero como imaginaba, al coronar hace bastante viento y salgo por patas, no quiero perder el tiempo en ponerme chaqueta porque creo que bajaré en cuanto corone, por eso tengo que salir cagando leches. Había un falso llaneo y luego sí, bajada, el mejor momento de la ruta, bajando rápido, fácil, alegre, sintiendo que lo peor en cuanto a frío y riesgo asociado había pasado, ya bajaría a cotas bajas y sin impedimento para que me caliente el tibio aire del cálido mar en caso de necesidad. El interior del Peloponeso tiene que ser frío, pero los montes que acabo de cruzar tienen que ser gélidos, estoy convencido, paisaje de alta montaña, apenas vida, e incluso un cartel de riesgo de desprendimiento de hielo de las palas de los aerogeneradores. Hice bien en cambiar el sentido, ahora lo sé seguro.


Cuando la pendiente se vuelve algo más severa me río menos, porque recuerdo que apenas he hecho desnivel, y me podría cascar las patas y dejármelas inservibles. No ocurre, pero el susto que me di la semana anterior haciendo el track al comprobar, primero, el buen desnivel de la Spartathlon (¡2800 metros!), y que mi ruta lo superaba bastante (luego ligeramente suavizada) la verdad es que da una idea de que a veces preparo las cosas de aquella manera: no sabía distancia, no sabía desnivel, no sabía ni por dónde ir, ¡a una semana de coger el avión! Olé mis huevos. Y en ese tramo duro de bajada me acordaba del poco desnivel entrenado. En fin, ya sabes por qué MacGyver es mi héroe, por la improvisación. Tampoco recordaba el monasterio y pequeña ermita que me encontré de sopetón; también me gustó ver a lo lejos Argos (donde el dedito), localidad por la que dudo que pasara Fidípides por ser una nación filopersa, pero sólo rozar la Argólida sí lo veo más posible, me acuerdo de la parte histórica y de este atroche montañero que lo he hecho sólo por mis ideas, con una base histórica, pero usando la lógica y lo que yo hubiese hecho si fuera corredor-mensajero.


La larga bajada se interrumpió momentáneamente por el segundo encuentro con perros, desconozco si eran pastores, pero sí oía pequeños cencerros. No hubo problema. Y acabada la bajada, aunque no esperaba tener cobertura, pude llamar a casa para que mis hijas me felicitasen. Tardaron menos en hacerlo que yo ahora en escribirlo. Estarían liadísimas, digo yo. Mira que me la trae al pairo mi cumpleaños, pero, chicas, hablar un pelín más con vuestro santo padre tampoco hubiese sido un esfuerzo por vuestra parte, ¿no, puñeteras? No forcé las fechas, pero estaba en Grecia, patria del fondo, cumpliendo los años del mítico número 42 que tanto inspira a los corredores, siguiendo la ruta del que (aunque erróneamente) "inventó" la larga distancia de la maratón. Ni hecho a posta se alinean tantos planetas. En un valle escondido, solo y con energías, pude hablar un poco con casa y relajar unos minutos. Magnífica la cobertura en general en Grecia, nunca me falló y la mayoría de las veces con datos 3G. Cuando estoy fuera es cuando más aprecio la tecnología, el móvil, mandar spots tranquilizadores y Skype, qué grandes inventos para no sentirte aún más aislado del mundo, que aunque lo desee en ciertos momentos, es un poco de tapadillo, lo sé, soy un turista, no un viajero, siempre tengo billete de vuelta y sé donde está mi patria, esas cuatro paredes y esa reducida familia; el resto es complicarse un poco (bastante, en ocasiones) la vida, pero que no deja de ser, primero un divertimento, duro, pero no es más, y luego, una forma de vida.


Tras un buen rato solo, fui viendo algo de vida, casas abandonadas (o casi), un fortísimo olor a aceite (creo que de una balsa donde se arrojaban los desperdicios de las aceitunas, esto muy legal no debe de ser y muy ecológico tampoco), algún negocio arruinado, frutales -me harté de albaricoques pronto- pero ni un solo ser humano. Ni uno. En casi cien kilómetros había visto un pastor en carretera y dos campesinas a lo lejos. Caía la tarde, bajada de las alturas cuando ya el sol pegaba demasiado oblicuamente como para que calentase. Había perdido buena parte de la soltura, iba algo hambriento, no muy bien de estómago, tranquilo, y aún con ganas, pero aguantándolas porque quedaban muchas horas. Justo donde fui a dejar las botellas del tercer "control de paso" era un puente de un cauce seco, y ¡voilá, no hay puente!: esta es la diferencia en hacer un reto sin reconocerlo antes y una carrera; sin querer mancillar la palabra aventura, esto lo es, encontrar lo que no esperas y buscar la solución. Y es parte del atractivo. En mi retos no quiero ser sólo corredor. Requería una pequeña vuelta a añadir al largo contador de kilómetros que ya tenía un considerable desfase con la previsión, desconozco la causa. Atardeciendo en el tercer avituallamiento pude no sólo descansar, comer y beber, sino incluso disfrutar de sentarme en una silla rota pero que me hizo el servicio perfectamente. Me tomé el segundo liofilizado -unas natillas de fresa, exquisitas- y dejé pasar el tiempo sin prisa. En el siguiente tramo se me haría de noche, le tengo bastante respeto sobre todo cuando no sé qué me voy a encontrar, perros salvajes, vallas, algún graciosete queriendo pasárselo bien a costa de uno, o vaya usted a saber qué. Me preocupaba un poco el diferencial de kilómetros que llevaba, siete de retraso en esos momentos y tenía pinta de que iba a ser un error que iba a crecer. Con esa progresión no haría 241, se podría ir perfectamente a 260. Glup.

Ya empezaba a necesitar reunir una buena dosis de valor para arrancar tras cada parón, quería tomármelo con mucha calma pero a la vez no eternizarme. La cabeza empieza a estar perezosa, llevo cien kilómetros (107 más bien) y tres paradas, en la lucha clásica de tomarte un descanso y de salir apretándote. Conviene saber aprovechar estos pequeños oasis para recargar algo más que la tripa, yo necesito reconciliarme conmigo mismo, respirar hondo, estar tranquilo, y poco a poco empezar a sentir que tengo que salir. Porque el siguiente punto será mucho más adelante, horas, no quiero arrepentirme de que podía haber necesitado un poquito más de calma. Según el plan inicial pensado meses atrás llevaría ya dos siestas breves y bastante comida aligerada de la mochila, y ni lo uno ni lo otro. Necesitaba comer más pero no lo que llevaba encima, aún no podía casi pegar bocado. Qué pena. Y qué consecuencias iba a tener. Tras cruzar un pequeño pueblo (Statheika, Σταθαίικα) para sorpresa de la chiquillería local, transitar por caminos serpenteantes entre árboles frutales, un par de naranjas supongo que caídas de un tractor me entonaron bastante, aunque estuve pegajoso hasta Atenas... Otro pueblo (Koutsopodi, Κουτσοπόδι), un cruce que me salto por ir apollardado (casi otro kilómetro a añadir), señales del Argos Motocross Park, alguna ermita. Y cae la noche. Llevo 16 horas, la noche será corta en horas y trataré de pasarla con los menores daños posibles, sin machacarme porque es posible que quede otra completa, haciendo los deberes y tratando de no cometer errores. Vamos a ella.


Lo peor de la noche es la falta de referencias. Añado el ir lento si ya vas cansado, es que todo se alarga demasiado. La combinación de ambas es sinónimo, como poco, de hartazgo. Subí bastante, intenté no dar rodeos saltándome cruces, veía luces a lo lejos, pero todo pasaba taaaaan lentamente bajo mis pies, y a la vez vas tan atento a todo que no te relajas, se me hizo increíblemente largo. Me empezaba a hartar, sin comprender por qué tanta puñetera vuelta para llegar a la autopista por la que veo pasar coches a lo lejos. A peor. A paupérrimo. Por qué he dado tantas vueltas, ¿de verdad no había una forma más directa? ¡Pero si voy en sentido contrario! ¡Pero si la A7 está ahí! Mierda de propiedades privadas. ¡Y dale vueltas! Muy harto, cansado. Para el paso de viajeros, deportistas outdoor y meapilas por el estilo, las puertas de las fincas tendrían que poder ser abiertas para no dar tanta vuelta estúpida. Que somos inofensivos, que sólo queremos llegar de A a B. ¡Fidípides seguro que no tenía que haciendo estos enormes rodeos en su día! Sin llegar a perder la paciencia, pero viéndolo pasar todo tan lento, me cansé bastante psicológicamente, no miraba los kilómetros, no quería hacer cálculos, sólo quería ponerme paralelo a la autopista porque ahí sí sabía que estaría cerca. Qué desesperación y qué desgaste. Me costó bastante y ya era consciente del cansancio que iba acumulando, por primera vez, hacia la mitad de la ruta, no muy pronto pero mejor no pensar en lo que me quedaba, porque tras el primer toque de atención no vas a ir a mejor nunca. Llegó la autopista, llegó el kilómetro paralelo, llegó el paso subterráneo, llegó la corta pista, llegó la carretera que me llevaría a la Antigua Nemea (Archea Nemea, Αρχαία Νεμέα), joder; pasé junto al estadio, y por fin llegué a mi 120, en realidad 132. Doce kilómetros más, maaadre. Una zona con una fuente seca, un aljibe y unos bancos, a la sombra, cosa que me daba lo mismo por ser de madrugada. Unos días después cuando pasé por aquí a recoger desperdicios y visitar la Antigua Nemea descubrí que a 200 metros del estadio estaban los baños, donde hacían los preparativos finales los atletas que participaban en los Juegos Nemeos, y donde descansé era la fuente que abastecía a ese complejo de baños, templo y gimnasio. En esos momentos no lo sabía. Es increíble la historia de este país. En pocas decenas de kilómetros hay restos griegos de dos milenios como Nemea, Corinto o Epidauros (Epidavros, Επίδαυρος), micénicos (Micenas, Micino, Mykines), se han librado batallas donde nuestro más insigne escritor quedó manco (Lepanto, Nafpaktos, Ναύπακτος), se ha luchado por la independencia de Grecia (Nauplia, Nafplio, Ναύπλιο), ¡la putos Juegos Olímpicos se inventaron no lejos de aquí! (Antigua Olimpia, Archea Olimpia, Αρχαία Ολυμπία), está a unas decenas de kilómetros en línea recta!; se han forjado civilizaciones, se han instaurado regímenes políticos que aún perduran y se han creado, de la nada, nuevas artes. Fidípides es bastante probable que pasara por aquí hace 2500 años y es fácil imaginar que descansó brevemente en este lugar, quizá en los baños, quizá en la fuente donde yo estaba. A la vuelta, posiblemente desanimado pero con la obligación de entregar un valiosísimo mensaje pudo también requerir algo de comida o agua para continuar su camino hacia Atenas. Aún le quedaban más de cien kilómetros al sufrido ateniense, y ahí estaba yo, sentado junto a esa fuente, tratando de comer un liofilizado que no me entraba ni a hostias. Me produce una mezcla de vergüenza y decepción ver cómo algunos iluminados actuales dan lecciones de política, administración de recursos o derechos sociales a los griegos. Estimados señores, analfabetos históricos: mientras vosotros ibais en taparrabos, comíais raíces y vivíais en cuevas, aquí se desarrollaban prósperas civilizaciones como nunca hubierais imaginado, paletos, lo mínimo que podíais es tener respeto y humildad, comprender lo cíclica que es siempre la historia y ayudar a quien, en parte, os hizo ser como sois en vez de mirar por encima del hombro con indisimulada prepotencia. Cualquier piedra de este país ha visto pasar ejércitos, cualquier arroyo ha dado de beber a filósofos, matemáticos y artistas, cualquier monte ha visto morir a grandes hombres mucho más ilustres y dignos que algunos de esos ignominiosos encorbatados que ahora se creen en poder de la verdad absoluta para hacer y deshacer países y voluntades. Mientras, yo, sentado, de madrugada, solo, un Filípides de mentirijilla, sentía que le acompañaba el auténtico Fidípides, el de la historia, el respetado.



Mientras trato de comer sin éxito un liofilizado del tamaño de algunos arcaicos feudos europeos, empiezo a no encontrarme bien, algo me pasa, me da un bajón, no sé qué es, pero por si acaso me abrigo, me pongo malla fina, camiseta térmica y chubasquero, la braga en "formato Rogelia" y muy poco después el saco. ¿Es frío? No estoy seguro pero así no puedo ir a ningún lado. En un minuto paso de estar cansado, comiendo y debatiendo qué hacer,  estar fundido, tiritando, abrigado con todo y tumbado. Decido que necesito descansar -más bien el cansancio lo decide por mí-, me ha abrumado un poco cómo he empeorado en lo que tardaba de vestirme, sentía que se me iban las fuerzas. Estoy desconcertado. A los pocos minutos me encuentro mejor, quizá era solo frío mezclado con un ya interesante cansancio. Me pongo la alarma e intento dormir. Abro los ojos. Antigua Nemea es un pueblo pequeño con poca iluminación en sus calles, está a unos 500 metros, y su contaminación lumínica apenas llega donde estoy. Y por eso pude ver un magnífico cielo estrellado. No consigo dormir, ni de lejos, realmente no estoy tan cansado ni tengo sueño. No pego ojo, ni un minuto, ni estoy cerca de relajarme, que es lo peor. Pasado un buen rato, me levanto. Recojo con calma y me pongo en marcha. Liofilizado en la mano, abrigado y con fresco, vamos a acabar la noche. No hace frío realmente, no creo que baje de quince grados y sin embargo salgo un poco helado: otro recordatorio más de que una hipotermia o un problema serio no requieren temperaturas extremas. Y otra reafirmación sobre el sentido de la ruta, por si aún no estaba totalmente convencido.



Salida por asfalto, en subida, oigo ladridos, veo ojos, a mi derecha. Paso de ellos, me parece que son dos. Sigo a lo mío. Se les oye muy cabreados, agresivos, no parecen pequeños. Decido trotar para alejarme. Hay valla. ¿Hay valla? ¿Seguro? Había valla, ¿la hay ahora? Ante la duda empiezo a correr más rápido. La tenue luz del frontal no me aclara la situación, me ha parecido ver unos árboles y los perros entre ellos, pero o la valla es muy tenue, o no había valla. Los siento cerca. A volar. Muy agresivos, ya no tengo dudas de que están en la carretera, les saco unas decenas de metros y aunque jadeo por el ritmo, también por lo que podría pasar, llevo bastante sin ver un coche, de hecho no veré ninguno en este tramo de varios kilómetros. No sé el ritmo al que fui, pero muy rápido. Si se hubieran acercado más tendría que haber parado y sacado un espray de pimienta que portaba, pero en ese momento aún podía correr. Sé lo que es que te rodeen varios perros por la noche en la montaña y es muy acojonante, te pueden destrozar, sin grandes problemas. Abrí hueco, les desanimo. Sigo corriendo, ya otro ritmo. Los vuelvo a oír. Me cago en su puta madre. Muy muy cabreado. Varias veces más tengo que volver a correr. No sé cuánto me siguieron, pero mucho. Estresante, desagradable, no buscado. Iba por una puta carretera, joder, no he saltado vallas, no me he metido en ninguna propiedad, por qué coño me tienen que perseguir unos putos perros, qué coño les he hecho yo, a ellos o a su puto dueño, me tengo que llevar un susto de muerte, y si no llego a estar rápido lo mismo me matan, me he podido dejar la vida porque un puto imbécil ha educado (o ha dejado de educar) a sus putos perros de esta manera, para que sean agresivos, para que defiendan. Para que defiendan qué, hijo de la gran puta. ¿Una puta carretera que no es tuya? Me cago en tu puta madre. Me cago en tus putos perros. Les deseo la muerte a todos, estoy increíblemente cabreado. Mejor vivir esto solo, mejor desahogarte con un teclado.


Cruzo Cleonas (Αρχαίες Κλεωνές) y veo varios perros por la calle, nada infrecuente en Grecia, alguno un caniche: vosotros tocadme los cojones que vengo calentito. Venid venid, que lo de Laika una mierda comparado con lo del chucho griego puesto en órbita por un cohete español. Ah, que esto va de correr. No creo que tenga que saber olvidar ni perdonar, pero sí seguir adelante, sigo a lo mío.

Han pasado 24 horas hace un rato, no sé cuánto he hecho, pero unos 130 kilómetros, con mis tres descansos no precisamente fugaces. Avanzo con lentitud, me acerco a un pueblo, me paso un desvío, ¿dónde? ¿Es por aquí? Vale. Tanteo, lo encuentro. Bajo, siento humedad, se acaba el camino. Dudo. Zoom en mi querido 401. Track un poco tosco. No hay camino. De noche, hierba alta. Frontal poco potente. Tanteo. Un poco para acá, otro para allá. Aquí no hay camino, definitivamente. A ver ahí, detrás de esa vegetación. ¡Hooostia, al agua! Me cago en sus muertos, reculo, consigo salir. Joder. Joder. Joder. Pero qué mierda es esta. Dónde está el puente qué debí ver en Google Earth. Y ahora qué hago. Hay un río, verde, estancado, me he metido hasta el ombligo, estoy empapado. Venga tranquilo. Hay solución. Voy por una pista a la izquierda de un río, a la derecha hay un pueblo, tiene que haber puentes, ¿más arriba o más abajo? Decido abajo. A unos 250 m hay puente. Veo ahora la foto aérea, en qué estaba pensando para buscar un más que dudoso paso habiendo un puente tan cerca.

Cruzo el puente tranquilamente, pies empapadísimos, espero que no me den problemas. Pueblo disperso (Spathovouni, Σπαθοβούνι). Perros. Ay la hostia. Respira hondo. A ojo cojo un par de calles y vuelvo al track. Vale. Salgo del pueblo, pista por la izquierda, otra vez por ahí solo. Venga. No queda tanto de noche. Olivos. Dudo un poco. Se acaba el camino. A veces ocurre que vas por uno paralelo y no te das cuenta que está a pocos metros a tu derecha o izquierda. No veo camino. Doy una vuelta. Dos. Me meto en un suelo en el que me hundo, como las arenas movedizas de las películas. Salgo. Tres, cuatro, diez vueltas. Pero dónde está el camino. Treinta, doscientas vueltas. Alucino, no me lo explico. Comodín: saco el móvil, ¡3G!, cargo tracks, pillando GPS. ¡Pero si estoy bien! Ortofoto, zoom, más zoom, vamos a intentarlo, móvil en mano, como un guiri en la Puerta del Sol, dando vueltas como abducido. Maleza alta, o campo arado, uy uy uy, que no veo salida, mirando el móvil, otra vez las "arenas movedizas", hostia, hasta la rodilla, me caigo de culo. Me cago en todo. ¡Esto es estiércol, joder, se me ha quedado una zapatilla, casi no la veo, la encuentro, la saco, hasta arriba de mierda! Mierda todo. Literal. Mierda de track, mierda de GPS, de móvil, de donde estoy. Mierda, mierda, mierda. Qué peste, joder. Cuando se agota MacGyver es momento de John Rambo: todo recto, móvil en mano, voy por donde dice el track o tendré que volver al pueblo y buscarme una alternativa. Consigo encontrar lo que debió ser el camino visible en ortofoto -ahora veo que la de Earth es de 2003, en trece años pueden cambiar muchos caminos-, ha crecido la maleza, no está transitado, baja a un riachuelo, donde meto los pies para lavar un poco las zapatillas ya casi secas de la caída en el río, subidón de escándalo tipo cortafuegos, corta. Apago móvil, meto en bolsa, meto en mochila. Vamos a seguir.

Unos pocos de cientos de metros después, otra vez, no hay camino. Ahora son vides, entre ellas, bajo ellas, siguiéndolas, valla. Pero por dónde es. ¿Pero en qué cojones estaba pensando cuando hice el track? Esto es alucinante. Fallo muy poco haciendo tracks, tengo experiencia, una malla metálica no la ves, pero un camino sí, se interpretan bien algunos signos, pero este día estuve sembrado. Otra vez, unas cuantas vueltas, a sacar el móvil, enciende, pantallita de inicio, mete PIN, desbloquea pantalla, conecta datos, conecta GPS, que salten todas las soplapolleces de Facebook y Messenger, algún ánimo de Whatsapp, los emails que no me interesan, personales o de trabajo, joooder, llamadas perdidas, SMS, que si las actualizaciones de Google Play... me estoy poniendo de una mala hostia, cierra todo, teléfono medio bloqueado de tanta notificación. A ver si engancha satélites, Google Maps, mis sitios guardados, tracks, foto aérea, venga ese GPS, me localiza, me localiza bien, venga vamos coño que se me hace de día, bingo. ¿Cómo que bingo? ¿Pero si estoy bien, en el track, en el camino que veo en la foto? Estoy viendo un camino en el móvil y en la muñeca, pero en el terreno estoy dentro de un campo de vides. Y encima en junio no están para comerse que si no entre que enciendo el móvil les había jodido la cosecha. Busco una alternativa, no voy a hacer más distancia, cojo una pista, rodeo una fábrica, llego al puente, paso la autopista por encima, vale, hecho. Estoy agotado, la verdad, muchas emociones. Empieza a aclarar el cielo. Qué poco he avanzado. Los perros, la caída en el río, en el estiércol, las dos pérdidas. Cuatro set ball hacen un match ball, me he fundido. Qué noche. Madre mía. Qué duro. Todo cabeza. Por primera vez siento que estoy un poco exhausto. O bastante. Me quedan cerca de cien kilómetros aún. Ya puedo espabilar.

Va amaneciendo, veo el cielo a lo lejos y un imponente monte al que me dirijo, con una muralla en su alto, tiene pinta de ser bastante inexpugnable, pero es curioso pensar cómo tendrían reservas de agua estos castillos en zonas tan inaccesibles. Tras un rato de camino y algún sendero me encuentro a un amable paisano dando una vuelta con sus perros, cruzamos unos breves comentarios -el idioma, esa gran barrera- aunque aún así nos hacemos entender un poco y me dice la distancia al siguiente pueblo, en el que tengo avituallamiento. Entro poco a poco en zona cada vez más urbanizada y llego a mi preciada agua. Ya es perfectamente de día, no tengo dónde sentarme y sólo me queda el suelo para hacerlo. No sé porqué me gusta tan poco sentarme en el suelo mientras hago cosas de estas de correr, de hecho me parece un tanto sucio, indigno, no sé, no me gusta, me apetece más una piedra, un bordillo, algo, no sé si es algo de autoestima, pero no porque me vea o deje de ver alguien, sino por mí, por no verme ahí tirado, quizá me parezca un pequeño indicio de derrota. No es que sea yo de muchos remilgos, pero las manos aún me olían a estiércol bastante, comía con ellas y encima había perdido mi preciada cuchara-tenedor de titanio, me da un poco de asquito y quizá algo más, porque la cantidad de enfermedades que te puedes meter a la boca habiendo plantado las manos en estiércol animal debe de ser importante, pero bueno, mejor no pensarlo y sigamos comiendo algo. Otra vez me cuesta encontrar la segunda botella, recuerdo perfectamente dónde está cada avituallamiento, pero no las botellas en sí, pero usando la misma lógica porque al final el que las deja y el que las busca es el mismo, doy con las dos, que como casi siempre, no me llego a beber ni utilizar al completo. Aprovecho este punto para cambiarme de calcetines, es lo único que llevo de repuesto y ya es hora de aligerar ¿50 gramos? la mochila. Hago pereza, como siempre, me cuesta salir, pero al final se reúne la voluntad. Me he agotado bastante, pero vuelve a ser de día; me quedan más de cien kilómetros, he pasado la mitad holgadamente, pero ya voy descontando lentamente; estoy muy cansado pero no vencido.


Minutos después estoy pasando junto a las ruinas de la Antigua Corinto (Ancient Korinthos, Αρχαία Κόρινθος), es muy temprano, empiezan a abrir las tiendas de souvenirs y alguno me mira sorprendido, supongo que porque no soy el turista tipo. Empiezo a tener problemas de sueño, llevaré unas 28 horas en marcha -añádase dormir poco las tres últimas noches- y el solete empieza a cerrarme los ojos. Decido para a dar una breve cabeza, pero dónde. Puedo comprar tinajas imitación Grecia Clásica o el imán del guerrero espartano -que ya llevo encima, gracias, lo compré y cargo desde Esparta-, puedo comer pizza o degustar deliciosos helados, pero no veo un parque donde tumbarme, y la cosa va exponencialmente a peor. Me he vuelto a poner las gafas de sol y menos mal porque la mitad del tiempo voy con los ojos cerrados, es una sensación muy molesta porque en mi caso me es muy difícil dormirme en estas situaciones y sé que si se me pasan las ganas voy a penar más adelante. Un parking, un restaurante de auténtica comida griega, guías para visitar las ruinas, ¿y mi banco?, ¿y mi suelo? No me puedo echar en ningún sitio, me voy a desnucar a este paso. Me cuesta mucho salir del pueblo y cuando ya lo hago apenas tengo sueño ya, mierda. Pero aún así decido intentarlo, veo un campo baldío, me tumbo tal cual en una línea arada hace tiempo, bajo el sol que empieza a calentar, pongo la alarma para dentro de trece minutos y los tapones porque oigo los cencerros de lo que creo es un rebaño de ovejas. Imposible, se me ha pasado el sueño.

Nada, demasiada luz entrando por los párpados.
Buf, más adelante voy a morirme de sueño.
Nada, que no me duermo.
Oye, ¿me he dormido? 
No miro la hora por si acaso.
Oigo los cencerros más cerca.
[Vibración de muñeca]
Coño, pues lo mismo algo me he dormido.
Vamos a seguir.
Completamente despejado me levanto, pues a ver si me he dormido de verdad, oye, que poco ha podido ser porque di bastantes vueltas antes de quedarme dormido y me he despertado antes de que vibrase el Fénix -la vibración, el mejor despertador que conozco-, ¿habrán sido cinco minutos? Como mucho sí, pero me han sentado realmente bien.


Salgo, un rato sin novedad, y tras pasar bajo la autopista de nuevo veo a lo lejos que el camino se corta abruptamente, parece un canal, ni me acerco, media vuelta. Y ahora qué. Sigo paralelo a la autopista pensando en coger el camino bueno más adelante, dando algún rodeo, pero por alguna razón me cambio al otro lado de la autopista y continuo por una vía de servicio paralela. Voy despacio, cansado y veo a unos tipos un poco raros con pintillas que llevan algo en un carrito de bebé, lo que me anima a correr. Más adelante se acaba la carretera en una estación de tren, y cambio a otra carretera paralela, todo improvisación, aunque sé que voy bien en cuanto a dirección me jode pillar ya asfalto porque más adelante tendré mucho. Un buen rato después, tras pasar por unos cuantos polígonos industriales oteo a lo lejos el Canal de Corinto, una auténtica obra de ingeniería que es un embudo de carreteras y un punto bastante turístico, con sus restaurantes, autobuses maniobrando de aquella manera y bastante tráfico. Es un tajo francamente espectacular en el terreno y recuerdo que leí que antiguamente no existía tal canal pero sí que hacían pasar los barcos de otra manera no menos peculiar: tras desarbolarlos y descargarlos, los barcos eran montados en plataformas rodantes a modo de grandes vagonetas y cubrían los seis o siete kilómetros rodando sobre una calzada empedrada para, en el otro extremo, volver a cargar los barcos y ponerle de nuevo mástiles y velas. Justo cuando paso encima del canal lo hace bajo el puente un mercante de tamaño medio, entra justito y es muy curioso verlo, contrastando el marrón de las paredes cortadas a tajo con el intenso azul del agua. Me acuerdo también de aquel zumbado que lo cruzó de un salto en moto de cross, es realmente ancho en la parte superior y no permite ningún error ni duda, vaya huevos tienen estos redbullianos, que increíble subidón tiene que ser hacerlo. En pocos segundos estoy en el otro lado y vuelvo a la realidad, porque es un cruce con tráfico y tengo que hacerlo de aquella manera. Mi destino es una vía de tren.



Por evitar asfalto la única alternativa que vi razonable fue una vía de tren, que entendía que estaba sin uso, posiblemente desde los últimos años de crisis porque el trazado se veía moderno, pero hasta que no estuve en ella no lo supe con seguridad. Lo estaba, bien, y ha debido de ser muy reciente por el buen estado en general: ojo lo que se puede intuir desde una foto aérea y con un poco de lógica. El plan es andar por ella, correr imposible, pero muy pronto me doy cuenta de que aunque puedes avanzar algo, es muy incómodo y lento. Gracias a las zapatillas que llevo no se me clavan las piedras -si no sería infernal- pero es muy incómodo porque la superficie es muy irregular. No sabía el tamaño del balasto (las piedras sobre las que se asienta la vía) pero es igual que en España, demasiado grandes para una pisada humana, se hace incómodo y pronto me harto. Y ahora qué hago. Porque si bien este tramo es corto, ni idea de cuán corto, pero tres o cuatro kilómetros, seguro, más adelante tengo uno bastante más largo. Mientras pensaba qué hacer me salió otro perro, bastante agresivo pero un terraplén nos separa, ladra mucho y temo que baje o que incluso se caiga por él -no se hubiese hecho daño, tranquilos amigos animalistas-, y ahí estoy convencido de que atacaría, con lo que intento no hacerle mucho caso, pero tampoco darle la espalda. Cada perro es un mundo, pero si hay una agresividad manifiesta considero que lo mejor es enfrentarte sin lanzar ataque alguno a no ser que sea ya inevitable, y estaba en esa situación, me cabreo mucho porque no es el primero, voy activado, empiezo a insultarle sin más ánimo que liberar presión. Al rato sale una mujer de la finca de donde venía el perro, le llama insistentemente pero éste no le hace ni puto caso, el perro está loco de agresividad, me tiene a cinco segundos y sólo un pequeño terraplén nos separa. Y reviento. Me empiezo a cagar en la santísima puta madre de la mujer, le suelto todos los insultos que me sé y no son pocos, y aunque sé que no me entiende porque lo hago en perfecto español la situación es bastante tensa, porque como venga a por mí el perro me meto en un lío porque estaba ya extremadamente cabreado. Y me quedo muy corto. Bastantes minutos llevó la situación, el perro insistía en seguirme, no hacía ni puto caso a su dueña y yo no debía echar a correr para no envalentonarlo. Acabada la situación me vuelvo a dar cuenta de lo mucho que desgasta, me siento cansado y asqueado de todo. Con tremendo mosqueo me vuelvo a cagar en todos los putos muertos de los chuchos, cuando sé que ellos no tienen la culpa de estar educados por una imbécil como esa mujer que no ha hecho nada por hacerse valer y en mi ira deseo la extinción de todo bicho con cuatro patas cuando lo que tenían es que obligar a educar a los perros, porque ellos con esa agresividad creerán que se están ganando la comida de sus dueños. Joder con los perros en este país.

Poco después, un poco harto de balasto, veo un sendero y bajo hacia la autopista que tengo a mi derecha, todo sea por no pisar piedras mal colocadas. Consigo avanzar a mejor ritmo, pero andando, sin saber si tiene salida. La tiene, aunque tengo que hacer algún equilibrio para cruzar una acequia. No es que sea difícil, pero es estrecho y mi sentido del equilibrio es bastante lamentable. Lógicamente lo grabo, no vaya a ser que me meta una buena hostia y encima no quede registrado, ¡hasta aquí podíamos llegar!


Una carreterilla y avituallamiento bajo un puente. Hace un calor muy serio y sé que no habrás sombras en el recorrido ni subiré nada, así que me lo tomo con calma, intento bajar la temperatura a la sombra y beber bien y empiezo a pensar qué hacer mientras como algo.

Y es que tengo un gran dilema. La vía de tren no es factible para avanzar, bueno, poder se puede, pero es una peste muy importante, pero es que más adelante tengo uno o dos puntos de dudas serias, sobre todo uno que sé que tengo muchas muchas posibilidades de no poder cruzarlo porque es una industria y he confiado sin base ninguna en poder rodearla, lo que me crea cierta preocupación. Recuerdo que este track lo hice en sentido contrario, no es lo mismo encontrarte una duda en el kilómetro 40 que en el 240. Vuelvo a ver marcas en el suelo de la Spartathlon, imagino cómo pasarán por aquí estos titanes, a toda leche, seguro, mientras yo me arrastro. No sé el porqué pero dan una vuelta mientras yo cruzo unas refinerías por el medio. ¿Y si es por el pestazo a petróleo? Porque tira para atrás. Entre las industrias las hay más y menos agradables a la vista: pues las refinerías de petróleo ya digo que feas no son, son horribles, quizá por no entender el intrincado entramado de tuberías, pero entre la peste, lo feo que me parece y cómo atiza el calor, no es el tramo más bonito. Carretera, mar a la derecha, autopista y vía de tren a la izquierda, algo de tráfico a ratos, sin arcén, kilómetros y kilómetros sin demasiado por ver. Lo bonito que sería ver este precioso mar con un entorno un poco más tranquilo, pero no me puedo relajar por el tráfico. Algunos bares de carretera, alguna casa suelta, amagos de pueblos, calor. Y sigo dándole vueltas a qué hacer. Hago cálculos rápidos. Tengo dos posibilidades. O cojo la vía del tren que será muy lenta y con un final muy incierto, estando muy cansado y posiblemente de noche en el peor punto; o sigo por carretera siguiendo el track de la Spartathlon, con lo que me voy a apestar de asfalto y me voy a saltar dos avituallamientos con la que cae. No sé el tiempo que estuve pensándomelo, pero cuando llegué al avituallamiento tenía la decisión tomada. Iría por asfalto, a mi pesar, esperaba que con los tres litros de agua me fuera suficiente para más de cincuenta kilómetros (y muchas muchas horas viendo al ritmo que iba). No me gustaba la situación, mucho asfalto, pero era lo más lógico y seguro. No me parece razonable tirarme dos semanas de trabajo en el terreno para afinar una ruta, me la suda, la verdad, al final los Fidípides iban también por las carreteras de su época, no es que le tenga asco al asfalto, es más al entorno, coches y eso, y me apena tener que meterme tanto asfalto, pero no estoy en situación de elegir, la situación elige por mí. Y ha elegido ir a lo práctico, lógico, seguro.

Bajo un sol de justicia y el agua como auténtico caldo empecé a gestionarlo lo mejor que supe, tuve una de esas ideas felices que tienes en momentos de necesidad y pude llevarme una botella entera más los dos soft flasks llenos, es decir, dos litros y medio. Cuando ahora veo los tracks sé que fallé, no los recordaba bien y pude hacer algún tramo más por campo sin vía de tren ni asfalto, pero en el fragor de mi batalla, cansado y desmemoriado, confundí dos tramos, cierto es que el camino histórico no iría por allí, pero creo que me hubiese relajado alejarme unas horas del tráfico, pero ya digo que no recordé lo suficientemente bien el track y no tenía mapa. Supongo que en parte es por le cansancio, o por no haber estudiado bien este tramo final, pero aun así creo que pensaba con cierta claridad, simplemente lo recordaba de otra manera. Aun así, cuando escribo esto sigo el track original mentalmente y el real a vista de pájaro y hay cada vez más divergencias, distancias que eran enormes son apenas un leve movimiento de la ruedecita del ratón; lo que parecía un puerto de montaña con curvas cerradas ahora veo curva y media y gracias; descubro pueblos o urbanizaciones que no recuerdo ver: el cansancio y la falta de sueño confabulan, te hacen vivir con una gran intensidad algunos momentos y borran o difuminan otros, jurarías que hay sitios que recuerdas de una manera y son de otra, hay lagunas de muchos minutos. Y posiblemente lo que más se distorsiona es el tiempo que parece avanzar a borbotones. Con toda la buena memoria que tengo para recordar recorridos a estas alturas empiezo a confundir y dudar, es increíble lo distorsionada que puede ser tu realidad en esa mezcla de sueño, hambre y agotamiento, dolor y distracción, esos pensamientos inútiles y vagos que a ratos te motivan y otros te quitan las ganas de hacer cualquier cosa. Que por qué estoy aquí. Que por qué lo tengo que hacer así. Que por qué alguien me influenció diciendo que "ya no era el de antes" y que me estaba amariconando, y por dentro le di la razón, porque cuánto duele el non-stop, lo mal que lo he pasado, todo lo que tienes que escarbar dentro de ti, hasta casi cogerle miedo. Miedo no, pero sí mucho respeto. Que por qué parece que me tengo que reafirmar metiéndome una paliza de semejante profundidad. No era el momento de tener dudas, no las tenía realmente, pero tienes tanto tiempo para pensar que recuerdas mucho, son pasajes fugaces, absorto en ti, con visión cada vez más túnel, desangrándote, deslizando cuesta abajo, pero aferrándome a la pendiente: bajar es inevitable, pero hay que luchar con uñas y dientes contra la gravedad.


En esos momentos hacía un calor importante, más de treinta grados seguro con el añadido de la acción del sol. Nadie sabe con certeza por dónde fue Fidípides pero lo haría lo más rápido y directo posible, eso seguro. Entiendo que por aquí habría un camino, posiblemente tallado en el monte, junto al mar, más o menos por donde va la carretera ahora, porque el resto de este estrecho pedazo de tierra que separa los mares Egeo y Jónico son montes que sin ser escarpados si son muy accidentados y de fuertes pendientes, con lo que desde el punto de vista histórico considero que voy bien; el paisaje a mi derecha es espectacular con un precioso mar de un azul intenso que me encanta, babeo cada vez que miro, y no son pocas; a la izquierda, más feuno, montes bajos de buena pendiente y matorral; pero me desagrada no el asfalto en sí, sino que hay bastante tráfico ahora y sin arcén, con lo que muy tranquilo no voy, aunque la carretera sea espectacular, pero para ir en moto o en un descapotable, pero no para ir a pie y creo que tampoco en bici, como un grupito que acabo de ver.


En algunas curvas a izquierda me cambio de "arcén" (ya digo, inexistente) porque al ser una carretera con tráfico y estrecha la gente pela el monte y me veo montándome en algún coche. Me mantiene alerta, eso sí, aquí no me duermo. En uno de esos momentos más tranquilos diviso unos búnkeres de la Segunda Guerra Mundial, y es que en Grecia se batieron muy seriamente los ejércitos de ambos bandos, porque este país fue uno de los invadidos por Hitler y que servían de puente para África y como colchón para proteger la Alemania nazi. Tienen buen estado de conservación, pero la subida es demasiado escarpada y no tengo ganas, la verdad, pero no sería el primero al que echo un vistazo, claro. Todo este tramo es un duro sube y baja, y tras una buena pendiente ascendente veo a lo lejos un pueblo de buen tamaño, que entiendo es Megara (Μέγαρα), lentamente me acerco, pero cuando la carretera me va a llevar al centro, se me cruza el cable en un segundo y pienso «qué coño, Fidípides no entraría en Megara, para qué, iría lo más pegado a la costa y no se desviaría por nada si quería llegar a Esparta lo antes posible», así que en ese mismo momento me desvío y no voy dirección Megara. Todo esto fue un segundo de lucidez, de la poca que me quedaba. Me salió muy bien porque completamente a ojo hice lo que quería. En la entrada de lo que me parece recordar era un vivero, me paré y senté, es el primer recuerdo vivo que tengo de una importante molestia en las fascias plantares, un clásico en distancias largas que me ha torturado durante muchos años, y tras décadas de padecerlo he descubierto que no es tanto un problema de fascial en sí sino de tríceps sural que del hipertono tan bruto que llega a tener, vía tendón de Aquiles, llega a tensar tanto las fascias plantares que esto es lo que más me duele. Me automasajeo un poco, ya no tengo avituallamientos, con lo que me buscaré cuándo y dónde parar según me parezca, lo que es peligroso porque posiblemente tienda a detenerme con más frecuencia. Lo de las fascias plantares me preocupa, porque aunque sin ser algo que me limite es muy molesto y es una tortura que conozco demasiado bien. Cada vez va pesándome más todo, sin estar en caída libre todo sólo puede ir a peor, lentamente, sin percances, sin pensamientos negativos, pero conozco el lugar donde me encuentro y por eso estoy a medio camino entre realismo y cierta negatividad sobrevenida, a mí que no me cuenten milongas, puedo distraerme o no parar por nada, puedo llevarlo algo mejor o peor, pero estoy en fase descendente y no hay vuelta atrás ni posible solución, aguantar, con lo que se pueda y se tenga, retrasar el previsible infierno en lo posible, seguir avanzando. Si de algo estoy seguro de esto de la larga distancia es de avanzar, aunque sea como mecanismo de supervivencia, avanzar siempre.

Tiempo después paso por un pueblo, Nea Peramos (Νέα Πέραμος), atardeciendo, un camarero de una terraza me pregunta, le digo de dónde vengo y adónde voy. Pone cara de flipar, pero creo que tengo aspecto de que sea posible. Me desea buen camino. Aunque empezaba a intuirlo, con este tipo di otro paso en la confirmación de dos hipótesis ya convertidas en teoría: la buena gente que hay en este país y el buen nivel de inglés en general. Estuve unos cuantos días más de turismo, pude hablar con más gente y corroboro ambas observaciones que en ese momento aún eran hipótesis rondándome la cabeza. Una sencilla pregunta también me hizo pensar desde dónde coño venía, joder, desde tomar por culo, y al final salí ayer. Y todo con mis piernas. A veces lo piensas y es alucinante, qué distancias podemos llegar a cubrir con muy poco combustible, generalmente almacenado de cuello para arriba.


A estas alturas empieza a ser ya obsesivo el ir buscando carteles en griego y tratar de traducirlos. Las matemáticas y la física te hacen conocer casi todo el abecedario griego, nuestro idioma tiene lejanas raíces también con esta lengua y es el entretenimiento de horas y horas, ¿eso era la lambda o la gamma mayúscula? Rho, coño, cuánto tiempo sin verte. Theta -Θ-, ah, Atenas es Athina, Αθήνα, con lo que A es alfa, θ es th, esa cosa rara es i, v es n y alfa no hace falta ni decirlo. Mi mayor éxito fue sin duda έξοδος, Éxodos, Salida (de las autopistas, por ejemplo), daba palmas con las orejas cuando lo descubrí. pero a estas alturas estaba ya harto de todo, hasta de mis intentos de traducir localidades del griego con lo que me tenía que obligar a no leer los carteles por pura obsesión.


Esta zona era bonita, pueblo costero, la isla de Salamina muy cerca -donde aconteció una gran batalla naval con los persas en la Segunda Guerra Médica-, pequeños puestos de venta de pescado recién cogido y poco tráfico; y una vez, con la carretera justo al borde del mar pensé en tocar el agua que llevaba alguna decena de horas viendo. Por qué no. Crucé, bajé un par de escalones y ahí estaba, el Mediterráneo, tan salado como siempre, me sorprendió lo que me pareció una muy buena temperatura para ser primeros de junio pero no me fié mucho porque lo mismo mi termostato no iba fino, pues llevaba muchas horas al sol y día y pico en marcha, no era en ese momento la mejor referencia en casi nada. (Y sin embargo, unos cuantos días nadando posteriormente me confirman que este lado de nuestro pequeño mar que baña el levante está más caliente por estos lares) Una subida después un tanto peligrosa por la anchura y tráfico y al coronar, justo cuando caía la noche, luces, muchas, un puerto, estaba llegando. No sé lo que me quedaba, pero en mi confusión acorté las distancias. Suponía que unos cuantos kilómetros aún, pero parecía que ya entraba en la civilización de verdad, la de una gran capital europea. El anochecer había sido bonito y lento, me quedaba el final, me animé bastante. Me equivoqué mucho.


La entrada era tirando a fea. Unos enormes depósitos donde millones de litros de gasolina se almacenaban, muy solitario, y en cada entrada a cada depósito, una garita, y uno o dos perros agresivos. Otra vez con cuidado, otra vez cabreado, otras calorías desgastadas innecesariamente, otra decepción. Tras mucho más de lo esperado, llego a un cruce y entro en una zona de pequeñas naves industriales, talleres y demás, el típico polígono industrial a ambos lados de una carretera. No me gustó nada. Iba muy cansado, muy lento, dolorido de pies, por una mierda de sitio, con tráfico, completamente de noche. No me inspiraba ninguna confianza y estaba descentrado por el dolor de pies que no se me quitaba de la cabeza. A estas alturas llevaría unas cuarenta horas de esfuerzo, más que suficiente para que si alguien te quisiera hacer algo lo hiciera sin apenas impedimento, iba alerta, pero no podría defenderme por la fuerza ni correr para huir, y no había ni a quien acudir ni escapatoria pues aquello era casi un desierto, como todo polígono a esas horas. No me sentía seguro, sólo tenía que dar con el tonto de turno. Tras un buen rato entré en una zona habitada, la localidad de Elefsina (Ελευσίνα), donde había sitios para comer, alguna terraza y alguna persona joven tomando algo por ahí. Seguía yendo alerta y poco después, cuando me volví a internar en la oscuridad, hice algo que no me apetecía pero sentía que necesitaba. Me tomé un antiinflamatorio (o algo así). Necesitaba concentrarme en lo que estaba haciendo y olvidarme por un rato de los pies, quería estar alerta por seguridad y sabía que lo que me tomaba me iba a dejar también descansar un poco de cabeza, para tratar de acabar con todo esto lo más dignamente posible, Fue sobre todo por seguridad, pero la tentación de sentir un poco menos de dolor un rato también era atractiva.

No me hizo absolutamente nada. ¿Para esto tanto luchar contra ciertas desavenencias morales? Hay que joderse. Las siguientes horas fueron algunas de las peores de mi vida deportiva, tengo recuerdos algo confusos, pero sobre todo recuerdo una autovía, a altas horas de la noche, en subida y un zombi andando por su arcén. Cuántas veces me pregunté si la organización de la Spartathlon no había encontrado un sitio mejor por el que salir de Atenas, qué horror. Tres carriles por sentido, medio arcén ocupado por una obra, los pies matándome, la moral por los suelos. Qué infierno. Horas sin sentido. No estoy aquí para esto. No hay sitio más feo. Ni más doloroso. Quiero acabar, creo que me lo he ganado lo suficiente. Dónde coño está Atenas. ¿Después de esa curva? ¿Cuando corone esta subida? Sin saber exactamente cuándo ni cómo, aunque guardo una pequeña imagen del momento en que paré en una parada de autobús a tomarme el antiinflamatorio, y entrar en esa gloriosa autovía, había llegado ahí, donde los sueños se destruyen, donde no queda una pizca de energía, ni de ganas, ni de nada. Donde te descompones en pensamientos negativos, donde te dejas el alma dando pena a tu paso. Dándote pena a ti mismo. Donde ni un tarareo, ni una visión, ni un recuerdo levantan tu maltrecho ánimo. Cuarenta o cuarenta y pico horas después estaba ahí, donde no quieres estar, donde sueñas no estar nunca más, donde detestas estar. No fue una caída fuerte, ni un pajarón, fue un desgaste paulatino, lento y progresivo, lo cual es mucho peor, porque sabes que de esa no te vas a recuperar, de alguna pájara aún renaces, pero de esto no. Cuándo se acaba esto. No sé cuánto tardé y retrasé para hacer la última llamada, sería en torno a medianoche, y ya ni intenté disimilar diciendo que iba bien: «esto es un infierno», dije. Me dolían los pies, pero no era grave, volvía a tener bastante sueño y no tenía dónde parar, no tenía hambre, me iba a llegar el agua si no pasaba nada raro. Pero estaba vacío. Vacío y hundido. Sin ganas de nada. Nada tenía sentido. No lo iba a dejar, ni pensé en ello realmente como me ocurre ya desde hace bastante años para acá, no es que no abandone, es que ni lo pienso siquiera, ni una décima de segundo, pero sí sé que me estoy haciendo mucho daño, dentro, del que tarda en cicatrizar. No quería estar ahí y al mismo tiempo sabía no me iba dejar abandonar lo que hacía tanto había empezado. No tenía otra salida que hacia delante, pero estaba siendo tan doloroso. Una vez un tal Thomas Edward Lawrence definió mejor que nadie lo que siento en esos momentos: «mi carcelero soy yo». Soy libre, tengo pasta para acabar con esto cuando quiera, esto es una afición, paro un coche y me voy al hotel. Y la mierda todo. No tengo necesidad de pasar por esto, y sin embargo lo estoy pasando, porque no tengo otra opción. No me dejo otra opción. Y no me gusta, este límite no me gusta, es tan doloroso, me agota tanto, me vacía tanto. Alguna vez alguien me ha preguntado si me gustaría que mis hijas corrieran largo como yo. Y por esta parte no, no le puedo desear esto a nadie a quien quiero, porque es muy desagradable vivir esto con uno mismo. No tenía recursos y no quería ni buscarlos. Cuando colgué esa llamada supe que estaba solo, que apagaba el teléfono y que en meta haría la breve llamada del «he acabado». Y ahí, sentado en la bionda, apagando el móvil, viendo los coches pasar y unas motos de carreritas en la noche ateniense, supe que no quedaba otra que agachar la cabeza y sufrir, que por muy vacío que estés de cabeza las piernas pueden moverse casi solas. Y que al final, es sólo tiempo, que todo se acaba, que mi infierno sé que es temporal, afortunadamente. Y, sobre todo, que para qué darle más vueltas si al final lo voy a hacer. Porque lo iba a hacer. Era sólo una cuestión de impaciencia.


Vagué por esa puta carretera horas, por zonas inseguras, por zonas chungas, por zonas pobremente iluminadas, un alma en pena avanzó muy lentamente pero sin parar ni una vez más. Avanzó hasta entrar en lo que parecía una ciudad de verdad, no una carretera infinita, hasta poder entretenerse viendo tiendas, semáforos, algún escaparate, tentadoras gasolineras donde servían deliciosos bocadillos 24 horas que no podía comprar porque, claro, ya no sería puta autosuficiencia. Y siguió dolorido y distraído, hasta para saltarse un desvío y alargar otros cientos de metros más la ruta, como si no fuera suficiente. Salvado el estado depresivo, avanzaba con mucho sueño y lentitud por una infinita calle que parecía no tener fin, escudriñaba cada cierto tiempo el skyline ateniense porque debía ver el Partenón a lo lejos, el faro de la ciudad. Hasta que no estuve bastante cerca no lo intuí, Salí de la infinita calle, una especial de Diagonal ateniense, pasé por encima de unas vías de tren y por un barrio enmudecido por las horas, llegué a un paseo peatonal. Durante horas y horas sólo pensé en comer comida basura -por alguna razón la elegida en esta ocasión era la pizza- y tumbarme, esos primeros segundos tras la gran paliza en que te tumbas son innenarrables. Realmente no quería acabar. Lo que quería era tumbarme con comida basura en mis manos. En la preparación previa me costó buscar una meta digna e históricamente ajustada a los hechos, pensaba que como me pasó en Esparta hacía dos días, la zona donde pensaba acabar -colina de Pnyx- estuviera vallada por los restos arqueológicos que se conservan, y ya sólo buscaba un lugar digno donde poner punto final. La concurrida calle peatonal que da acceso a la Acrópolis, el Museo, y los muchos yacimientos en derredor, ahora estaba completamente desierta, alguno se iba para casa en silencio tras aguantar en la terraza hasta que le echaban, y el alma en pena buscando su personal pancarta de meta.

Y de repente veo una valla abierta, es la mía, ahora o nunca. No veo que esté prohibido. Dudo que esta sea la colina que había pensado como final, desde donde muy probablemente Fidípides salió y llegó, pero me da lo mismo, pocos minutos antes he visto la Acrópolis y quiero subir aquí y poner punto final a todo esto de una forma digna. Me preocupa un poco que he visto a varios "vivaqueadores profesionales" (vagabundos) por aquí, no me siento muy tranquilo, pero la subida es tan escarpada, voy tan recto y subiéndome por todas las piedras, que casi no me da tiempo a preocuparme. Jadeo muy ostensiblemente, entiendo que porque no tengo nada de potencia en mis piernas y lo estoy haciendo con la última reserva de energía que me queda. Y de repente la Acrópolis se me muestra mucho más cercana de lo que imaginaba, en un espectacular blanco contrastando con el negro cielo de la noche griega. Me ha dejado exhausto esta subida final. Y busco una piedra donde sentarme. Y se acabó. Una llamada rápida. Un veloz repaso mental a lo ocurrido, unos segundos en blanco y para abajo. Creo que nunca he disfrutado menos una meta, porque esta no era mi meta.



Me desespero un poco tratando de buscar un taxi. Tengo que desandar al menos kilómetro y pico sin muchas ganas pero obligado por la realidad y por fin cojo uno. A toda hostia me deja en el hotel en cinco minutos. Enfrente hay una furgoneta que aún, a las cuatro de la mañana, me sirve un par de perritos calientes grandes y bien rellenos. Grandes no, enormes. No quepo en mí de gozo, qué afortunado soy por comer mi tan deseada comida basura.



Recojo mi bolsa, subo a la habitación, dejo todo tirado, momentáneamente aparco mi suculenta ración de comida basura en la mesilla de noche, me descalzo, y con toda mi mierda, me tumbo y disfruto de los segundos más placenteros que toda paliza tiene. Cuando lo has conseguido, cuando te lo has merecido y cuando te has ganado el suave roce de la almohada y el blando colchón que abraza tu débil cuerpo. Diez, veinte segundos, no más. Porque había comida sabrosa que degustar. Con ansia, saboreandola, disfrutando de cada mordisco. Y tras el primer perrito me tomo un pequeño descanso para acometer el siguiente. Esta sí es mi meta. Y cuatro o cinco horas después me despierto un tanto confundido descubriendo que sigue esperando en la mesilla, que caíste rendido tras dos días de esfuerzo y dudas. Pero que lo hiciste. Pero que lo hice. Y que lo vale todo en ese momento. Porque no sé porqué, pero siempre merece al final la pena, muy al final, pero tras un inmenso esfuerzo siempre te queda la sensación de que tenía sentido, un porqué, aunque nunca sabré expresarlo. Ni lo necesito.




Días después en plan turista con camisa de flores y cámara al cuello, me encuentro cara a cara con el casco original de Milcíades, el general ateniense que venció a los persas en Maratón. A su lado, un casco persa. Unos adolescentes españoles pasaban como supongo que pasaba yo a su edad por los museos, mirando de reojo y con cierta prisa, mientras yo, embobado, admiraba esa reliquia histórica que tanto significaba en ese momento para mí. Me encantó disfrutar de ese momento en esa situación, con las piernas ya descansadas, pero aún impresionado, abierto y receptivo, en la antigua Olimpia, lugar de tantas gestas, con el casco de quien había dirigido a ese valeroso ejército que no fue ayudado por quienes fueron avisados por aquel bravo corredor.
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15 de noviembre de 2016

Spartatrail: ruta

La ruta de lo que denominé Spartatrail fue una mezcla de desafío e improvisación y, como suele ocurrir, algo cambiaría después pero estoy moderadamente satisfecho. No sé adónde me llevará Run the History pero a buen seguro que seguir los pasos de Fidípides requerían cierto cuidado y respeto por la historia dado que es rica y moderadamente conocida, pero a la vez ajustándome a la realidad de los 2506 años que han pasado desde el hecho histórico y mi desafío.

Para quien no la conozca, la Spartathlon es una carrera de asfalto que se inspira en la ruta de Fidípides y que se celebra en septiembre y con una periodicidad anual. Más de 240 km, un riguroso proceso de selección y unos tiempos de corte al alcance de muy pocos atletas son sus principales características. Me han hablado bien de ella pero nunca me he planteado correrla, hay cosas que creo que no se ajustan a la forma que tengo de ver esto de correr y para preparar algo así necesitas tener toda la motivación enfocada y cero dudas, cosa que no he sentido nunca para la noble prueba griega. Pero la ruta entendía que está bien trazada, con su apoyo histórico y sus puntos de paso acordes al pasado.

Honestamente no he buscado quién hizo el trazado, con qué criterios -si hay más que los puramente históricos- y cómo se solventaron en su día. La verdad es que la tomé como verdad suprema desde el primer momento y cuando la busqué a un mes de partir, por primera vez le eché un vistazo y me encontré esto:


Spartatrail. Abrir Menú y activar «Spartathlon», en verde oscuro, la ruta de la carrera Spartathlon [Google Maps]

La encontré en Wikiloc en una rápida búsqueda y lo primero fue sorprenderme por la distancia -241,66 km- y el desnivel, +2823 m. De repente me daba cuenta de que era más de lo que me esperaba, una maratón más, y que tenía mucho desnivel. No habían pasado dos minutos cuando me dije: «esto se puede recortar yendo más directo». Descargué el track de la Spartathlon, supuse que iba a recortar bastante pero ni hice una estimación, cerré y me quedé tan tranquilo.


Spartatrail. Abrir Menú y activar «Spartatrail: primer vistazo». En verde claro, el posible recorte a la ruta del Spartathlon, verde oscuro [Google Maps]

Tres semanas después, a seis días de coger el avión, empecé a hacerme el track. Vino lo bueno.

1) La primera sorpresa fue que no era fácilmente recortable siguiendo la primer idea intuitiva de ir más directo. Y vino el temblor de piernas. Psicológicamente no me veía preparado para hacer 240 km -y quizá algo más, que siempre se da alguna vuelta- y por mucho que buscaba, hacía y deshacía zoom, no encontraba alternativa de recorte importante como para sacarle 40 kilómetros a una ruta. Sudores fríos.

2) En estas tres semanas previas además había sabido que Argos -la ciudad- no era un punto de paso posible dado que era una nación filopersa, no es que Argos se fuese a aliar con los persas, pero había posibilidades de si no matar al mensajero sí quizá retenerlo con alguna excusa: si sé que un sitio está casi del lado enemigo, por ahí yo no pasaría. Pero la Argólida -el Estado- tenía que cruzarla por algún punto, esto sí me parecía más posible, incluso comparándolo con un mapa, el track de la Spartathlon si no entra me anda muy muy cerca. De hecho tengo la sospecha de que esta misma información la tuvo quien diseñó la Spartathlon.

3) El tercer factor era cómo franquear las montañas, muchos caminos morían en las faldas de montañas, cosa lógica si no tienen aprovechamiento pecuniario y no hay motivaciones lúdicas, con lo que fue una intensa búsqueda enlazar caminos para ir de un punto a otro.

Montañas que cruzar, condicionante histórico de Argos, entrar en la Argólida con cuidado, baja densidad de caminos... Añadamos desconocer el régimen de propiedad de todos ellos, estado de los mismos, posibles riesgos, etc. ¿Ya sabéis por qué digo que organizarte algo por ti mismo es mucho mucho más difícil que cualquier carrera? La ruta se hacía más compleja.


Spartatrail. Abrir Menú y activar «Spartatrail: primer estudio». En verde claro, el posible recorte a la ruta del Spartathlon modificado para no pasar por Argos (con el icono azul y verde); en azul claro, la Argólida hacia el siglo V a.C.; en el perímetro marrón, el Peloponeso, marcando las zonas montañosas; en verde oscuro, la ruta de la actual Spartathlon [Google Maps]

Como se ha visto hasta el momento, mi preocupación era la segunda mitad Corinto-Esparta, la primera, desde el punto de vista histórico, es claramente la Spartathlon, pegado a la costa sur porque el resto es muy montañoso. Busqué con ímpetu caminos, sin subir y bajar cada medio kilómetro, lo que no tiene ninguna lógica desde el punto de vista ni histórico ni como ruta razonable a no ser que busques desnivel o alejarte forzada y voluntariamente de la civilización. Conseguí algunas alternativas cortas por monte, pero este tramo está urbanizado, industrializado y de una densidad enorme de carreteras, vías de tren, industrias, cámpings, depósitos de petróleo y no sé qué más, todo en el estrecho trozo de tierra horizontal, entre los montes y la caída al mar. Por ahí iría Fidípides y por ahí iría yo. Luego, la larguísima entrada a una capital europea directamente la tomé de la Spartathlon, sin pensarlo apenas, y no me pude arrepentir más. Pero tampoco tiene demasiadas alternativas.

En estos momentos me percaté de la peligrosidad de franquear unas montañas de 1000 m de altitud, en el tercio final y, sobre todo, descender lentamente hacia Esparta. Un paso rápido de montaña no tiene porqué ser problemático, pero varias horas de cierta altitud, creo que era arriesgado. Y sobre todo llegando tan tan cansado. Aquí le vi un importante riesgo a lo intentaba hacer. Por eso, en un momento de lucidez, le cambié el sentido a la ruta, partiría de Esparta y acabaría entrando en Atenas. La peor parte era entrar en una gran ciudad muy cansado, y es que soy de los que opino que entre campo y ciudad hay una diferencia importante de calidad de almas, y si tiene que pasar algo creo que es mucho más probable que ocurra en grandes urbes. Y yendo extremadamente cansado, vulnerable, las posibilidades de que pasen algo, aumentan.

Me preocupó sobremanera el paso de las montañas, por algún sitio hay que hacerlo, la Spartathlon va muy al norte, cosa que no me parecía lógica. Yo si fuera Fidípides tiraría más directo, un desnivel fuerte se puede superar sin problema a pie y recortas tiempo. Pero por dónde cruzaría realmente es una incógnita que nunca sabremos. A la vez yo me tenía que ceñir a caminos existentes. Me costó bastante encontrar la traza buena, pero creo que hice un buen trabajo.

Recordando a Heródoto: «Lo primero que hicieron dichos generales, aun antes de salir de la ciudad, fue despachar a Esparta por heraldo a Fidípides, natural de Atenas, hemeródromo (o correo de profesión). Hallándose éste, según él mismo decía y lo refirió a los atenienses cerca del monte Partenio, que cae cerca de Tegea, apareciósele el dios Pan, el cual habiéndole llamado con su propio nombre de Fidípides, le mandó dar quejas a los atenienses, pues en nada contaban con él, siéndoles al presente propicio, habiéndoles sido antes muchas veces favorable y estando en ánimo de serles amigo en el porvenir.» No lo busqué, la verdad, pero era un punto de paso clave, pero no siepore me puedo ceñir a la historia, por supuesto.

A la vuelta me sorprendió gratamente asociar el monte Partenio, donde el bueno de Fidípides tuvo una aparición divina (una soberana pájara, en lenguaje moderno) cerca de donde se había celebrado una antigua batalla. El lugar es actualmente un valle junto a la localidad de Achladokampos (Αχλαδόκαμπος). Para mi feliz sorpresa muy posiblemente el auténtico Fidípides cruzó si no exactamente por el mismo puerto de montaña, por alguno muy muy cercano, pero a buen seguro no por el puerto por el que cruza la actual Spartathlon. Cuando lo descubrí no cabía en mí, por supuesto, porque lo concluí con lógica del corredor que soy, tratando de meterme en la cabeza de un corredor de la época y con la base histórica de no aproximarse a un potencial enemigo; y me lo confirmó la historia documentada.

Mi track decía 240 km. No sabía el desnivel, pero debería de ser algo más que Spartathlon, es decir en torno a los +3000 m. Recuerdo ver 243 km en mi Garmin Foretrex 401, no miré el desnivel. Unas 47 horas. Perdí el track, algo que lógicamente me apena bastante por el valor sentimental. Sí, se le puede tener cariño a un track. Lo he rehecho porque tenía la base del track que iba siguiendo y porque meses después sigo recordando con detalle prácticamente todo, pequeños despistes, apaños en ruta, dónde dejé todas y cada una de las botellas de agua, dónde me paré a descansar, prácticamente sin ninguna duda.

Aquí va el resultado de casi dos días de intenso esfuerzo físico, bastantes más de atenta lectura, unas cuantas horas de exploración a golpe de ortofoto y una pizca de lógica.


Spartatrail. Abrir Menú y activar «Spartatrail: ruta realizada» [Google Maps]


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