10 de agosto de 2017

Moctezuma Xocoyotzin y Hernando Cortés Monroy

Moctezuma Xocoyotzin (en náhuatl Motēcuhzōma Xōcoyōtzin, Moctezuma «el joven», o Moctezuma II) y Hernando Cortés Monroy Pizarro Altamirano, marqués del Valle de Oaxaca, personifican el choque de dos mundos separados por un océano, que se desconocían mutuamente, que entendían lo suyo y lo ajeno de una forma diametralmente opuesta y que, como suele ocurrir en la historia, acabó con un vencedor y un vencido. Es un apasionante encuentro en la historia de la humanidad que no volverá a ocurrir excepto si alguna vez encontramos vida más allá de este planeta, y hasta cierto punto eso fue lo que ocurrió con el "descubrimiento" de América, a la escala de los siglos XV y XVI.

Cualquier encuentro de civilizaciones implica mucho más que sus líderes, pero pueden servir como vehículo para contar este episodio tan vibrante de la Historia, que nos compete directamente dado que se estaba construyendo un imperio que aunque sentimos lejano nos puso durante algunas décadas en el centro del mundo. A costa, en varias ocasiones, de demoler otros imperios con fuerza, astucia, algunos virus y ciertos avances tecnológicos. La historia de la conquista del actual México fue rápida y sangrienta, con más inteligencia y perspicacia de lo que creemos, con cierta superioridad técnica pero no la suficiente para desestabilizar la balanza, con inesperados giros del destino, con decisiones críticas que pudieron cambiar, literalmente, los cinco siglos que han transcurrido desde entonces. A partir de la conquista, la Nueva España sería parte de la Vieja durante tres siglos y aunque parezca contradictorio, México fue hecha española gracias a los mexicanos y consiguió su independencia gracias a españoles. Esta es, brevemente, la vida de los dos protagonistas de la conquista como guión de la historia de esa fugaz lucha de espadas y estrategia que apenas duró dos años.

Moctezuma Xocoyotzin

Moctezuma [Carlo Ardán Montiel]
Hernán Cortés




Hernán Cortés [Medellín Historia]

Moctezuma nació en 1467 o 1468 en uno de los barrios de Tenochtitlán, la capital del imperio mexica, uno de los muchos hijos de Axayacatl, sexto señor de los mexica, fruto de un matrimonio de conveniencia para dominar la capital del imperio. Como solía ser habitual, a los tres años fue destetado y separado de su madre y desde tan temprana edad tuvo que aprender su oficio, el de guerrero, y hacerse valer entre la nutrida competencia de la casa del padre, rodeado de hermanos y parientes que ambicionaban el poder, en una lucha de todos contra todos. Recibió educación rigurosa y metódica, sin amor ni odio, en una constante actividad siempre in crescendo según pasaban los años, acarreando tareas con autonomía cada vez más difíciles y siempre sometido a una estricta dieta. La disciplina y la obediencia se incorporaron en estos primeros años a su ADN dado que de adulto y actuando como gobernante supremo del imperio, rozó lo patológico.


Entre los hermanos los había con mejor posición de partida para conseguir el poder imperial, más fuertes, mejor aconsejados, más competitivos, y Moctezuma no tenía la suficiente cercanía al todopoderoso padre. Pero quizá esta fortísima competitividad hizo que fueran cayendo todos los elegidos, luchando, mostrando su valentía, y fue como un premio a los duros años de la calmécac -la escuela reservada a la elite- donde se enseñaba a gobernar y dirigir a la plebe. Aparte de oratoria, muy apreciada en el imperio, se les sometía a un régimen de trabajo y de tratos que rozaban el abuso, baños helados, castigos ejemplares, noches en vela, expediciones a los montes cercanos, todo para dar forma a los mejores guerreros y dirigentes de ejércitos del imperio. Duro, inflexible y disciplinado, su personalidad comenzaba a formarse nítidamente en el servicio militar obligatorio que comenzaba con quince años, y que implicaba aprender progresivamente el oficio culminando con el apresamiento de un guerrero enemigo en solitario. No sólo superó la formación sino que lo hizo con honores, entrando a formar parte de los cuachictin, los «cabeza rapadas», el cuerpo de elite del ejército azteca.



Pasada la instrucción, y a la edad de veinte años, contrajo matrimonio, por supuesto de conveniencia, para ganar poder y asegurarse amistades. Más adelante llegarían otros matrimonios, siempre estratégicos, más la cohorte de concubinas y barraganas que según algún exagerado autor cifra en 4000 mujeres, pero que con que fueran la mitad -lo más probable- nos da una idea del personaje.



Autodisciplinado, elegante, educado, de buenos modales -hasta se lavaba dos veces al día en unos baños que aún se conservan en la Ciudad de México-, Moctezuma era "demasiado perfecto" y seguía escalando en cuanto a poder y posibilidades de ser entronizado. Tras la muerte del emperador otros pretendientes rivales de Moctezuma estaban mejor situados, y sin embargo, y para sorpresa general, él fue el elegido por sus destacados valores. Al parecer cuando se le quiso comunicar la noticia, el modesto Moctezuma estaba barriendo el piso del santuario donde se encontraban, y una vez notificada su designación, volvió a la escoba para acabar lo que había empezado, así era el talante de Moctezuma. Con él comenzaba el que sería el último mandato imperial azteca independiente. Era 1502.




Recién llegado al poder se convirtió pronto en un rígido déspota y en un tirano, en su mayor parte debido a que el Estado mexicatl empezaba a mostrar signos de agotamiento y consideraba que sólo con mano dura podría revertirse la situación. Con el anterior mandatario se había vivido el cénit del imperio, pero empezaba a desmoronarse a ojos vista cuando Moctezuma se hizo con el poder, una clase militar que ambicionaba más poder, unas clases bajas descontentas y unas regiones que cada vez retaban más al poder central suponían un clima potencialmente explosivo que podía desencadenar el fin del imperio algo que, desde el principio, Moctezuma sabía que no iba a tolerar bajo su mandato y aplicó la mano dura con la silla de gobierno aún ni calentada. Desde medidas más dóciles -como la educación, moldeando las futuras generaciones a gusto del poder-, más estratégicas -limitar el poder económico de la nobleza-, como de hondo calado político, pues el imperio no dejaba de ser un popurrí de pueblos y señoríos política y económicamente autónomos que podían incendiarse a la primera chispa dado que el sistema imponía un duro pago al gobierno central en forma de cosechas y sangre para combatir, ocasionando un permanente descontento en dichos pueblos. Todas estas medidas le fueron granjeando la peor de las famas entre su pueblo y las elites gobernantes, pero estaba volviendo a refundar, en la medida de lo posible, el imperio que fue, centralizado, nacional, unido. Tal era el desencanto, que en la expedición de reconocimiento de 1517 a cargo de Francisco Hernández de Córdova, mucho creyeron ver en él -como ocurriría luego con Cortés- al dios Quetzalcoatl, el dios justo que se fue de esas tierras prometiendo volver algún día, como salvación al gobernante Moctezuma.




Con el imperio consolidándose pero con enemigos tanto dentro del poder central -nobles, elites, militares- como en las naciones que estaban bajo el paraguas azteca -todas dominadas excepto la rebelde Txalcala, que nunca lo hizo-, una sorpresa venía del este, se avistaron unos grandes barcos que auguraban, al menos, novedades.
Hernán Cortés nació en Medellín hacia julio de 1485, su familia era de lo que ahora denominaríamos una clase media, teniendo una vida aparentemente normal y sin sobresaltos, de la que nos ha llegado bien poco excepto algún relato de una frágil salud que estuvo a punto de llevarle al otro barrio en más de una ocasión, especialmente en un episodio de mal aria (malos aires, malaria o paludismo). A los catorce años le envían a Salamanca para tener algunos estudios y empezar a labrarse su vida. Sin constatarse que haya hechos estudios formales, trabajó y se formó un par de años en leyes y estudió latín, y especialmente lo primero y los subterfugios legales que empezó a conocer en Salamanca le valdrían para más adelante. Pero por la razón que fuera y de la que no hay certeza, volvió a su pueblo natal, pasó brevemente por Valladolid a ejercer como escribano -lo que le siguió formando en leyes y letras- y tomó finalmente las armas como medio de vida. En esa época, con América descubierta, le atrajo más la idea del mar que la opción italiana (guerra en Nápoles), y alguien de secano -y extremeño, de los muchos que emigraron a América- eligió la vía marítima. En 1504, con diecinueve años, partió hacia la Española, actual Santo Domingo, a la primera colonia española en América, donde ya había asentamientos, infraestructuras, escuelas, gobierno y de donde partían las expediciones que irían ampliando el incipiente imperio español.

Quizá Cortés sintió que llegaba tarde, que en ese nuevo mundo sería un don nadie, que las tierras y el poder estaban ya repartidos, además La Española sufría una brutal inflación que hacía a los colonos mendigar e incluso morir de hambre, y además pudo constatar que se cometían abusos lo que implicaba un notable agotamientos natural e indígena (las tristemente famosas encomiendas); o quizá sólo quería más aventura, pero el caso es que pronto puso sus ojos más hacia el oeste, y fue reclutado para la expedición de Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda de 1509 aunque no pudo participar por un tumor en una pierna. En esa expedición sí participó como soldado Francisco Pizarro (conquistador del Perú) y ese mismo año Diego Colón (hijo de Cristóbal) fue nombrado gobernador de La Española. La miríada de estrellas del firmamento histórico tenía el epicentro en Santo Domingo en estas fechas. Diego Colón encargó la conquista de la vecina isla de Cuba a Diego Velázquez, amigo de Cortés, un par de años después y la oportunidad de abandonar la pobre y agotada Española se presentó ante sus ojos. Fue una campaña rápida, sin apenas resistencia ni lucha, pero en la que Hernán Cortés comenzó a destacar por su valor, prudencia y liderazgo, quizá por vez primera se sentía como avanzadilla, como parte del grupo de poder. Como premio por los servicios, fue nombrado alcalde de la capital, comenzó a lucrarse con minas de oro y a practicar la ganadería, además de estar cerca de los círculos de poder lo que le abriría pronto oportunidades. Aunque también afloró el temperamento rebelde de Cortés, lo que le llevó a los primeros enfrentamientos con Velázquez y a un distanciamiento progresivo. Hacia 1514 o 1515 tomó por esposa a Catalina Xuárez, parece que en un principio yendo bien, pero más adelante sus ambiciones y oportunidades los distanciarían.

Dos expediciones -1517 y 1518- pusieron en conocimiento la existencia de la América continental, o al menos grandes extensiones de tierra más al oeste de las posiciones cartografiadas, aunque ya se tenía conocimiento de las mismas por expediciones previas con resultados nefastos. Derrotados por las fuerzas indígenas pero habiendo despertado el interés español, se fue dibujando la costa de Yucatán, se encontraron posibles zonas de desembarco, de agua potable y se constató la buena localización de Cozumel como punto intermedio entre Cuba y el continente. Pero sobre todo conocieron la existencia del vasto imperio de Colúa, Culúa, México, aparentemente rico, extenso, poblado y avanzado. Especialmente por lo primero, se inició la burocracia para pedir al monarca español la autorización para iniciar nuevas exploraciones, se financió con dos terceras parte de Diego Velázquez y una de Hernán Cortés -la mayoría de expediciones eran de financiación privada-, se reunió el personal, el material y los aprovisionamientos, y el 10 de febrero de 1519, con no pocos inconvenientes y la rivalidad ya manifiesta entre el capitán de la expedición -Cortés- y el gobernador y principal patrocinador -Velázquez- partía de Cuba rumbo a Cozumel haciendo parada en La Espñola una de las expediciones más exitosas de la historia, en once -de diez a trece según las fuentes- navíos con unos 450 hombres -de 400 a 600, con unos 50 marineros-, incluyendo 16 caballos y 14 cañones. La mayoría eran andaluces (30 %), castellanos (20 %), extremeños (13 %) y leoneses (10 %), aunque había representación de toda España y de varias nacionalidades más; también 12 mujeres se embarcaron. Medellín, el pueblo de Hernán, es el que más emigrantes aporta en la época, con lo que no es del todo extraña la coincidencia, por supuesto, motivada por la pobreza de la región española. La vecina Trujillo aportaría, por ejemplo, a Francisco Pizarro, conquistador de Perú, pariente de Cortés. Las instrucciones, origen de un gran conflicto posterior, eran las de que la expedición era de exploración, no de conquista ni de poblamiento. La "letra pequeña", nunca escrita y quizá negociada con su capitán Cortés, es que habría conquista y poblamiento en beneficio de Velázquez, con lo que éste desoiría los preceptos del monarca español -pero que posiblemente trataría de convencer con un suculento pago en oro-, ganando todas las partes. La realidad fue que Hernán desoiría también a su gobernador, lo puentearía y usando la misma estrategia, colmaría al monarca de oro suficiente para legitimar la empresa que estaba a punto de acometer.

Y es que fue pisar la costa mexicana y emerger el conquistador que parecía que latía dentro de Hernán Cortés. Nadie de su entorno -ni por supuesto su benefactor Velázquez- pudo intuir esta faceta del extremeño, pero con 34 años, en una playa de la recién fundada Rica Villa de la Vera Cruz, el 21 de abril de 1519, nace un nuevo Hernán Cortés, el conquistador. En esa playa rompe con su pasado, sólo atiende a su propio interés de grandeza, lucro y aventura y se inicia un importante capítulo de la Historia, con mayúsculas, el de la conquista del imperio azteca.






































































































































Hernán Cortés y Marina Malinche en Veracruz [María Cecilia Rossi]

La llegada de Cortés y su gente a la zona de la actual Veracruz fue una increíble sorpresa para los indígenas locales, y sólo media hora después de echadas las anclas por la borda, un par de canoas se acercaron a las naves españolas. Pero dado lo estructurado del imperio, apenas unas horas más tarde el capixiqui (el recaudador de impuestos central desplazado a las otras provincias por orden del emperador) envió a Tenochtitlan las primeras noticias para informar de los españoles, posiblemente aún sin entrar en contacto con los españoles. A la mayor velocidad que les daban sus piernas -eran corredores- los portadores de la noticia se encaminaron en dirección oeste para informar a su señor Moctezuma, que acogió la nueva con preocupación. Un imperio centralizado como el azteca tenía un red de caminos que permitía la comunicación, tanto por motivos militares como comerciales o de movimiento de personas, pero también para la difusión de mensajes. Esta red es la que emplearon estos mensajeros-corredores para notificar la noticia de la llegada de los españoles a la costa del golfo de México de unos extraños seres de piel clara, barbados, en unas impresionantes naves donde además transportaban unos no menos impresionantes e inmensos animales, los caballos, desconocidos en las tierras americanas. Posiblemente este primer mensaje sería breve, somero y de boca a boca, la urgencia era lo más importante.








Moctezuma supo de la llegada de los españoles posiblemente hacia el 22 o 23 de abril de 1519, quizá el 24, se reunió con su consejo asesor, nunca hubiera esperado un problema así, pero decidió contestar de la mejor forma. Entre la sorpresa inicial se volvió a confundir que la expedición española era la del dios Quetzalcoatl con lo que, por si acaso, envió una comitiva de cinco notables al encuentro con algunos presentes para el potencial dios

Cuando Cortés divisó la comitiva se dispuso a recibirlos con educación pero aprovechó el efecto sorpresa para dar el primer golpe de mano. La transformación que afloró estos primeros días de Cortés en tierras mexicanas se basó en unas innatas y hasta la fecha desconocidas habilidades estratégicas; una gran capacidad de mando; un conocimiento de los hombres, debilidades y fortalezas, los suyos y los indios que iba encontrando, tomando decisiones en ocasiones severas pero también tolerantes, compresivas y amables cuando era necesario; valiente y decidido en el campo de batalla, pero también en la negociación política y en la planificación de sus actos; una ambición desmesurada fruto de un objetivo claro y extraordinariamente ambicioso; y, finalmente, un desapego progresivo hacia su país de origen y una curiosidad y amor por lo que iba encontrando a su paso, por lo que no es exagerado afirmar que progresivamente Hernán Cortés fue convirtiéndose en mexicano con el paso de la expedición. El recibimiento de la comitiva mexica acabó con cañonazos como salvas, mostrando el poderío español ante el asustado indígena. Cortés 1-0 Moctezuma.





























La población indígena de la vecina Cuetlaxtlan se acercó a los hombres blancos recién desembarcados para entregarles, como presentes, comida fresca, y dado el inclemente tiempo de la jornada de desembarco, construyeron pequeños techados para proteger a los recién llegados. En este momento es cuando surge la figura de Malinche, una indígena que fue entregada unos días antes por un gobernador de Cozumel y que tenía la habilidad -junto con la del español Jerónimo de Aguilar, capturado por indígenas y que chapurreaba maya- de traducir y facilitar la comunicación a cuatro bandas, una laboriosa y lenta forma de comunicación pero que sacó del anonimato a esta mujer en este primer encuentro indígena. La habilidad y viveza de Malinche hizo que se convirtiera no sólo en traductora, sino en fiel consejera de Cortés, aliada, mano derecha y hasta, en ocasiones, colaboró activamente en la toma de decisiones. También fue compañera de Cortés y le dio un hijo.


Por primera vez Moctezuma movió ficha, mandó a un numeroso grupo de magos, brujos y hechiceros al campamentos español. Pero por todos es sabido que la magia, los espíritus y las religiones sólo funcionan con los creyentes de las mismas, con lo que, como es fácil imaginar, obtuvieron un rotundo fracaso.

También mandó a unos oscuros personajes, los tlacuiloque, pintores o dibujantes, que pululaban por el campamento español y que no era otra cosa que puro espionaje militar

Lógicamente y por muy secreta que fuese en principio la política de Moctezuma respecto a los españoles, pronto la población conoció la llegada de los extranjeros, con lo que poco después se desató si no una histeria colectiva sí una honda preocupación entre la ciudadanía de la capital. ¡Además eran inmunes a las prácticas de los mejores nigromantes! Pero en regiones no precisamente amigas de Tenochtitlan podía cundir otro sentimiento y ser aprovechado para rebelarse contra el poder establecido, con lo que Moctezuma debía de actuar de una forma más decidida y contundente para evitar problemas intestinos.

De hecho, al "segundo día", en cuanto los vecinos totonacas advierten de que los españoles no eran amigos de los aztecas, empieza a parlamentarse una alianza con Cortés, pues aquellos estaban muy en desacuerdo con la política extractiva azteca. A Moctezuma le crecían los enanos.
Con la ayuda de los intérpretes, Cortés tuvo la primera reunión con un dirigente local, lo que le vale para ir conociendo las tensiones que subyacen en el imperio, tensiones que aprovechará en su favor. El estratega está naciendo.

Pero en este momento también hace un movimiento magistral: al llegar a la playa funda Veracruz, más sobre el papel que sobre el terreno, se apresura a nombrar responsables de la misma a colaboradores cercanos suyos, crea su ayuntamiento y gobierno. Lógicamente escoge a gente fiel a su causa porque éstos le nombran a su vez, como autoridad que ya son, justicia mayor y gobernador. De un plumazo, y con el poder de las leyes, se ha quitado a Diego Velázquez de enmedio. Ahora sólo responderá ante Dios, Carlos V de Habsburgo a miles de kilómetros de allí y ante sí mismo: de esto le valieron los años en Salamanca y Valladolid.


Lógicamente Diego Velázquez, que de tonto tenía poco, y era en definitiva quien había elegido a los responsables de la expedición, tenía partidarios suyos en la misma, que pronto intentaron oponerse al ardid de Cortés. Fueron apresados y luego liberados, pero cuando llegaron a los oídos del medillense que pensaban robar un barco para volver a Cuba e informar a Diego, Hernán decidió barrenar los barcos para evitarlo: de aquí surge el mito de la determinación de Cortés y que ha pasado al ideario popular de hundir (o quemar) sus naves para evitar una huída, en realidad no quería evitar un posible vía de escape de sus hombres sino que se informase al gobernador de lo que se estaba cociendo en la América continental.






































Uno de los hechos claves, como ya se ha comentado, es que el imperio azteca tenía importantes disensiones internas, nunca resueltas. El coste del mantenimiento del imperio, la burocracia, la espléndida Tenochtitlan, el ejército, las guerras, se costeaban todo con los impuestos que pagaba la población, con los excedentes de la agricultura, y además había que añadir personas para nutrir ejércitos y para los conocidos sacrificios humanos. En esta tesitura muchas regiones vivían en una economía de supervivencia, al límite de la pobreza y la revuelta, sin poder invertir, crecer, progresar, bajo el yugo azteca, y con un permanente estado de insatisfacción que era un perfecto polvorín. El estratega Cortés pronto reconoció estas debilidades del sistema y como no pensó nunca en otra cosa que no fuera mirar a la capital, usó las latentes desavenencias en su favor. Huelga decir que 400 o 500 nombres nunca hubieran conquistado el imperio azteca por mucha diferencia tecnológica que tuvieran -espadas de acero, armas de fuego, caballos-, por muy motivados que estuvieran, por muy organizados y disponiendo de tácticas militares superiores. No eran rivales para un imperio, aunque hubieran necesitado una proporción 10:1, el imperio los hubiese borrado del mapa en una batalla, y si no era suficiente, una proporción 100:1 o 1000:1, gente preparada para morir tenían de sobra.




Moctezuma, mientras tanto, en vez de plantear la guerra directamente optó por la diplomacia, seguía mandando mensajeros, con regalos cada vez de más valor y dando excusas para evitar el encuentro y el largo viaje hasta la capital. Se añade que Cortés siempre dijo que era un enviado de su señor, su embajador, algo no del todo falso, pero que le confería una inviolabilidad a ojos de las tradiciones de esa parte del mundo. La opción diplomática irritó a parte del poder y abrió nuevas fisuras internas.

Como militar que era, la lucha en la costa con barcos en ella no era la mejor opción, siempre tenían una escapatoria por allí. Prefería atacarles tierra adentro, exterminarlos a todos y borrar de una vez la oportunidad de reaprovisionamientos de nuevas fuerzas.
Cortés, cada vez más seguro de sí mismo, quería entrevistarse personalmente con Moctezuma, no le valían emisarios, su rey no se lo permitiría, rechazaba las misiones diplomáticas -pero no las dádivas- con buena educación  pero firmeza, tenía que ir personalmente a la capital, presentarle sus respeto al emperador y hacerle llegar los deseos de su rey.

Por primera vez surge una alianza en tierra mexicana, lo que incitó al envío de emisarios espías de otras regiones subyugadas a Tenochtitlan a conocer a los españoles. Lógicamente Cortés dispersó todo lo que pudo la información de la nueva situación para que los enemigos del imperio fuesen posicionándose a su favor. A la vez, al menos por ahora en el caso de los totonacas, era un camino sin retorno: aliarse con los extranjeros, si estos perdían, supondría un durísimo y ejemplar castigo por parte del imperio, con lo que dispusieron de los mejores hombres para nutrir la cada vez más poblada expedición liderada por los españoles. Nacía la fructífera alianza entre los españoles y los mexicanos enfrentados a los aztecas.





























Hernán Cortés, por Christoph Weiditz, posiblemente el único retrato de Hernán realizado en vida, de 1526 [For Tenochtitlan]

El 16 de agosto de 1519 parten las tropas en dirección a Tenochtitlan y lo hacen con la inestimable colaboración de los primeros indios: el contingente lo formaban los 400 españoles que desembarcaron -un pequeño reducto se quedó como salvaguarda en Veracruz-, 1300 totonacas y una ingente cantidad de siervos, cocineros, esposas, niños, caballos, perros y cerdos. Moctezuma facilitó la marcha alimentando a las tropas a su paso para dar la sensación de amistad, cuando el plan secreto era darles batalla más adelante.

No se hizo esperar la primera batalla -y hasta tres más- en campo abierto, contra los tlaxcaltecas esta vez,  enemigos de los aztecas. Todas recayeron del lado español (y totonaca), lo que finalmente se resolvió en negociaciones. En otro torpe movimiento diplomático, varios aliados de Moctezuma intentaron abortar éstas, y ante tal injerencia y temiendo que Tenochtitlan se abatiese en su contra, consiguió precisamente lo contrario, que se firmase la paz entre Tlaxcala y Hernán Cortés.



Moctezuma sabía del poderío militar de Tlaxcala, de hecho era el mayor territorio que nunca había podido doblegar el imperio azteca, quedando como una isla dentro del mismo. La balanza se empezaba a inclinar del lado español lentamente y el hábil emperador decidió cambiar el paso: en vez de ponerles excusas e impedimentos a los españoles para entrar en la capital, no sólo les agradecería la visita si no que les dejaba el camino expedito y se lo facilitaba. Todo por alejarles de Tlaxcala y sus temibles guerreros.

Lógicamente no todo iba a ser un camino de rosas, si podía eliminar a los españoles antes, lo haría, o al menos debilitarlos, y para ello urdió varios planes.

Aprovechando los fallidos planes de Moctezuma, un hermanastro y rival de éste le empezó a hacer la guerra interna para destronarlo, contando con el apoyo de la nobleza y los militares, cada vez más en contra del emperador.
Cortés que a la fuerza se había convertido ya en un hábil estratega en terreno hostil, agradeció el gesto de Moctezuma, pero a la vez no iba a dejar a sus aliados por el camino, tenía que dejarse siempre amigos para salvar una posible retirada.

El camino recomendado para ir a la capital era por Cholula, aliado de Moctezuma pero que recibió a los españoles -y sólo a ellos, el resto del ya amplio contingente debía aguardar extramuros-  con los brazos abiertos.

Casi de una forma casual Cortés se enteró de que era una encerrona y actuó de una forma devastadora. Reunió a buena parte de la población y sobre todo a sus dirigentes a una recepción en palacio, en un clima de cordialidad. Una vez todos dentro, se bloquearon las puertas y los hombres de Cortés pasaron a cuchillo a todos los allí presentes, indefensos, sin piedad ni miramientos, en, posiblemente, el acto más brutal de Cortés y sus hombres. El mensaje era triple: para Moctezuma por la trampa; para Cholula por la traición; para el resto, como aviso de lo que les podía pasar.




























A estas alturas el contingente liderado por los españoles era de una dimensión formidable, si ya los españoles eran temibles en una batalla abierta, y lo habían demostrado en varias ocasiones, ahora contaban con miles de soldados locales, ávidos de guerrear con los aztecas de los que habían sufrido innumerables daños y humillaciones. Esto lo sabían los mexica perfectamente, y la opción de la lucha cuerpo a cuerpo quedaba ya descartada a estas alturas. Aunque Moctezuma les siguió haciendo el juego doble de esperarles con los brazos abiertos y a la vez prepararles emboscadas, dentro de la ciudad de Tenochtitlan la superioridad tecnológica española quedaba mitigada, el uso de los caballos no era determinante, y el conocimiento del entorno urbano local podrían ser determinantes para la victoria final. Además, los locales se jugaban el todo o nada, una fuerza motivadora sin igual en toda guerra.

Tenochtitlan, mural de Diego Ribera [Javier Medina Loera]

Otro factor a añadir era la compleja disposición urbanística de Tenochtitlan. Hay que recordar que la actual Ciudad de México, se asienta sobre una zona pantanosa ahora desecada. En época de Moctezuma la ciudad era una isla, con apenas unos pocos accesos terrestres fácilmente bloqueables siendo el resto accesos acuáticos, difíciles para un ataque y también para una huída. Esta ventaja estratégica y el conocimiento del terreno Moctezuma las consideraba sus mayores fuerzas, mientras que Cortés, posiblemente ya conocedor de la difícil empresa de la conquista de la ciudad por tamaño, acogió con agrado la suculenta oferta de no batallar hasta la entrada de la ciudad: al menos no perdería efectivos antes de la batalla final.

Un último factor: Cortés y sus hombres eran sólo una avanzadilla, un grupo de embajadores de un rey poderoso como sólo la imaginación mexica podía suponer. Este embajador y su reducido grupo de hombres blancos había puesto en jaque a todo el imperio azteca y habían ido descubriendo las riquezas del mismo. Nunca el rey debería de tener constancia de ambos hechos, de que habían llegado a la capital y habían sido derrotados, y de que las riquezas aztecas eran inmensas. Para ello no podía quedar un español con vida que transmitiera esta información.

Encuentro de Moctezuma y Hernán Cortes [Fuenterrebollo]

Finalmente, el 9 de noviembre de 1519 Hernán Cortés hacía una entrada triunfal en la venerable Tenochtitlan, posiblemente la ciudad más importante del mundo en su tiempo. Cautos y orgullosos, con sus mejores ropas y alerta, seguidos de sus aliados indígenas, Cortés entraba en la mítica capital azteca produciéndose finalmente el tan buscado encuentro con Moctezuma, que salió a su paso. Este encuentro representa, sin duda alguna, el encuentro de dos mundos, para asombro y admiración mutua. La población les recibió con flores y adornos y el propio emperados Moctezuma agasajó al líder español con dos preciosos collares. Es difícil, quinientos años después, extraer de crónicas posteriores y de informes burocráticos qué sintieron realmente ambos líderes, pero muy posiblemente un sincero respeto. Ambos eran líderes, ambos sabían lo mucho que se jugaban, uno de los dos acabaría muerto o apresado, pero las palabras de aquellos dos hombres que nos han llegado, algunos acontecimientos posteriores y la magnitud del momento invitan a pensar que así fue, que ese estimaban, se respetaban y que pronto surgió quizá incluso afecto. Hombres duros en épocas duras nunca dejarían que un simple respeto o afecto nublasen su objetivo, pero a pesar de lo que fuera a pasar, y ambos sabían que algo iba a pasar, como personas valoraban a quien estaba a su altura y a buen seguro que se analizaron concienzudamente en este y siguientes encuentros exponiéndose el uno al otro posiblemente con sinceridad.



La llegada de los españoles supuso el avivamiento de las fuerzas opuestas a Moctezuma que no podían entender cómo se les había dejado entrar hasta la mismísima capital, con el riesgo que ello conllevaba.

Moctezuma con el enemigo en casa y en la puerta de al lado, cada vez más superado por los acontecimientos, dudaba y no tenía especialmente claro cómo atestar el golpe final contra los españoles, que a la vez quitaría fuerza a los golpistas.

Añádase la inquietud y el malestar del pueblo al tener una fuerza invasora enemiga en tus mismas calles, con otras religiones, otras costumbres y siempre armados.

El clima, por todos estos factores era un polvorín.
La ferviente religiosidad de Cortés al respecto de la religión le hizo cometer un par de errores impropios del excelente estratega en que se había ido convirtiendo.

Fueron alojados en un palacio y pronto descubrieron de una forma casual una pared recientemente tapiada, que al derribarla les mostró un inmenso tesoro. Por si había dudas de qué hacían tan lejos de casa tal cantidad de oro se lo recordó.

Cortés fue informado de que las vías de comunicación y suministro habían sido atacadas y Juan de Escalante, alcaide de Veracruz, muerto.

Cuando Cortés se enteró de este ataque acusó a Moctezuma de orquestarlo, y en una tensa discusión el, esta vez sí, pusilánime Moctezuma, posiblemente con la única posibilidad de salvar la vida ante el airado Cortés, se entregó al mismo que le apresó ordenando arresto domiciliario.
























Unas dos o tres semanas después de los acontecimientos de Veracruz, con Moctezuma aún preso, se presentaron ante él y Cortés a los cabecillas de ese ataque. Moctezuma era aún el dirigente nominal, aunque sin libertad para sí, Cortés era cada vez más fuerte y conocedor de la facción enfrentada que quería tomar el poder en el imperio, y en sus manos tenía a un cabecilla local al servicio de Moctezuma que fue condenado a la pena capital por éste en una de sus últimas muestras de poder. Además Cortés acusó al emperador de conflagrar en su contra, y en un acto de prevista humillación, engrilletó a Moctezuma.

La ejecución del subordinado rebelde de Veracruz fue cruel y pública, por supuesto con el ánimo de amedrentar a la población que sabía que tenía cautivo a su líder y que además había dictado la sentencia de muerte del ejecutado. Moctezuma estaba anulado, la actitud débil de éste había dado fuerzas a los opositores -posiblemente el poder real al que ahora se enfrentaba Cortés- y, sin embargo, éste de nuevo era alertado de una conspiración en contra del emperador, consiguió apresar al mismo y quitó poder a estos opositores dándoselo a su cautivo Moctezuma. El doble juego de Cortés era oportunista y cuidadoso, siendo él siempre el que salía reforzado de estas disensiones y enfrentamientos soterrados.


Cortés, como el púgil que sigue golpeando a su rival aunque éste ya haya caído a la lona, continuó degradando a un ya desarmado Moctezuma, haciéndole prometer lealtad al rey Carlos. En dicho acto, un Moctezuma humillado rompió a llorar y todos los presentes, duros guerreros mexicas y españoles, curtidos en mil batallas, que habían abierto en canal innumerables cuerpos, lloraron con él al ver al otrora emperador arrastrar su dignidad de aquella manera.

Moctezuma, como si padeciera síndrome de Estocolmo, se sentía mejor tratado y respetado por los españoles, en general, que por su pueblo, que lo veía como un traidorQuien tenía trato directo con el azteca le respetaba también más y más, sus buenos modales, su inteligente conversación y la cortesía que siempre tuvo para con los españoles se granjeó la amistad de sus guardianes. Sólo Cortés, también jugando su papel de líder, era el más duro y hasta cruel con él, sometiéndolo para el beneficio de su causa.

Como estúpido no era, y como estaba en su imperio, era conocedor del desembarco de Narváez y pronto inició conversaciones con él.
Sabiéndose con el control de la situación, y por el ferviente ardor religioso de Cortés, se fueron haciendo exigencias cada vez más humillantes, sobre espacios de culto o remuneraciones en oro para supuestas obras del rey Carlos.

Y, sin embargo, esta vez sí, la fortuna le dio la espalda a Hernán Cortés. Y de una forma sorprendente: compatriotas suyos, comandados por Pánfilo de Narváez enviados por Diego Velázquez arribaron a Veracruz para poner orden ante los desmanes de Cortés. La orden expresa de Pánfilo era arrestar y ejecutar al rebelde Hernán Cortés. La orden la dictó, quién si no, Diego Velázquez, el valedor de Hernán Cortés.

El dificilísimo panorama era ir hacia Veracruz al encuentro de Narváez y tratar de derrotarlo allí -pero muy posiblemente se sublevasen en Tenochtitlan- o quedarse en la capital y dejar que su enemigo español entrase, admirase y se inflase con las vistas de la magna ciudad, lo que sin duda le daría la razón perfecta para ajusticiar a Cortés.

Finalmente, Cortés salió al encuentro de Narváez a Veracruz, dejó un destacamento al mando de Pedro de Alvarado, y a toda prisa fue en busca de su compatriota.































Superados en una proporción de cuatro a uno, pero conocedores del terreno y con aliados locales, los españoles de Cortés lanzan una ofensiva, algo inesperado por los españoles de Narváez, el cual, a pesar de estar en sobreaviso de la impulsividad de Cortés no se esperan que los arrollen de semejante manera. Pero no sólo con armas se ganan las guerras: los soldados de fortuna de Narváez se dejan sobornar con facilidad, los tesoros aztecas sirven para derrotar españoles por españoles y decantar la balanza. Estos mismos mercenarios se unirían a Cortés para continuar en la capital azteca lo que Cortés había dejado a medias.

Mientras tanto en Tenochtitlan, la olla a presión en que se ha convertido la ciudad implica que rumores y habladurías lleguen a oídos españoles con más o menos frecuencia, y uno de los más insistentes es el de una inminente sublevación. Copiando el quehacer de Cortés en Cholula, Pedro de Alvarado provoca una matanza entre indefensos, pero esta vez es muy probable que no hubiera revuelta detrás. Es la llamada Matanza del Templo Mayor. El pueblo se enaltece, los ciudadanos están hartos de la presencia española y tlaxcalteca, y la olla no aguanta más presión.


El polvorín en el que se ha convertido la capital mexica no reconoce a su líder, y cuando Moctezuma, obligado por los españoles para que calme a las masas, es humillado por el pueblo que le debía obediencia, ocurre la tragedia. Aunque existen varias versiones -darle muerte por los españoles en sus aposentos, ser asesinado delante de su pueblo- la más probable es la de que en una lluvia de piedras una le alcanzó la sien y prácticamente lo mató en el acto. Moctezuma, el último emperador azteca que realmente gobernó sobre su pueblo, moría a manos de su pueblo, el 27 -o 28- de junio de 1520.
Cortés llega a toda marcha a Tenochtitlan, altivo por la victoria y enrabietado al conocer que Moctezuma había negociado con Narváez. Ya sabe de la matanza de Alvarado, no le desacredita. Las masas van rodeando los palacios donde se han hecho fuertes los españoles, Cortés usa a Moctezuma de escudo, debe calmar a su pueblo.

Ante la imposibilidad de controlar a las masas, los españoles se ponen a la defensiva, tapian paredes, hacen acopio de alimentos, seleccionan lo mejor del botín... Están rodeados, no hay forma de detener las oleadas de ataques y había que morir en Tenochtitlan o escapar en cuanto hubiera ocasión.
















La Noche Triste [Medios Radiofónicos Michoacán]

El 30 de junio, por la noche, los soldados españoles, fuertemente armados y con lo que cada uno podía cargar en oro y joyas, se deslizaron por las calles de la espectacular capital del imperio azteca, en una salida indigna para Cortés pero en el límite de la supervivencia. Un grupo tan numeroso, con animales, con acero, en un clima tan exaltado, fue descubierto cuando ya estaban avanzando por las calles y se corrió la voz. Se conoce como La Noche Triste. Piedras, utensilios de cocina, palos, todo lo que los aztecas tenían a mano era armas contra los españoles, pero pronto llegaron también soldados armados. Entre el terror de verse rodeados, la estampida generalizada y el peso del oro, perecieron 900 españoles como ratas, acorralados, linchados, ahogados en las lagunas por el peso de lo que será su tumba y pretendía ser su salvación económica eterna. Un pueblo enrabietado se tomó la justicia y sólo un tercio de los españoles consiguió salvar la vida, hubo muchos heridos.

Hernán Cortés, el conquistador que había puesto en jaque a todo un imperio, está a punto de derrumbarse. Lo ha perdido prácticamente todo, la mayoría de sus hombres, a grandes amigos, casi toda la riqueza acumulada. Se retira, con el rabo entre las piernas, en terreno hostil, hostigado por el enemigo y con el ánimo destrozado. Tal es la situación de desesperación de las tropas que se llega a dar un caso de canibalismo.

Los aztecas y sus aliados les plantan batalla, pero como buen ejército formado que es, el de Cortés hace frente y, aunque la superioridad numérica es muy evidente, con astucia y algo de fortuna consiguen vencer una batalla que tenían muy cuesta arriba gracias a que centraron sus esfuerzos en matar al líder del ejército enemigo.

Un ejército prácticamente destruido, física y moralmente, exhausto, escuálido, llega a Tlaxcala, a la ciudad de sus aliados. Éstos les ofrecen protección, comida, descanso. Los españoles se lamen las heridas, los aztecas vuelven a su vida creyendo que los españoles se dirigirían a Veracruz, embarcarían y volverían por donde habían venido. Pero por algo Hernán Cortés ha pasado a la historia.

Lamidas las heridas, con fuerza y disciplina, Cortés va recomponiendo su maltrecho ejército, ahora conoce mucho mejor a su enemigo, conoce la ciudad y sabe de sus riquezas. Y, además, Tenochtitlan sufrió su primera epidemia de viruela, importada, por supuesto, por los españoles. Los virus y las brutales pandemias que sufrieron los indios americanos fueron la fuerza más desequilibradora en este periodo, de una forma callada y sin esfuerzo por el invasor, fue diezmando y desmoralizando a los indígenas, en este caso, además, dejando tiempo para el rearme español. Incluso el recién nombrado emperador Cuitláhuac moriría por la viruela, y su sucesor, Cuauhtémoc, ofrece condiciones ventajosas a los pueblos que antes habían apoyado a los españoles.

Pero Cortés ya estaba rearmado, preparado para presentar batalla, pero con una estrategia diametralmente opuesta: no esperaría la bondad de otro Moctezuma que le abriera las puertas, no volvería a quedar atrapado en una ciudad, no habría retirada ni otra Noche Triste. Con sus fortísimos y numerosos aliados tlaxcaltecas, prepararon un asedio a la ciudad de Tenochtitlan, algo relativamente sencillo por ser una isla rodeada de lagunas, incluso una pequeña flota de bergantines construidos con madera local de doce metros de eslora se construyeron para controlar el tráfico marítimo de las lagunas. Cortés y sus hombres bloquearon las calzadas que daban acceso, controlaron el trasiego de canoas aztecas y con las líneas de suministros estranguladas, empezaron a asediar la ciudad. Los aliados de los aztecas que intentaban romper el cerco son repelidos por los castellanos y, definitivamente, la ciudad de Tenochtitlan queda rodeada, asediada y sin suministros exteriores. Sin embargo, los ataques españoles y tlaxcaltecas son también repelidos, uno tras otro, a pesar del formidable ejército de unos 150000 efectivos -aunque los aztecas contaban con el doble-, que por supuesto eran en su inmensa mayoría indígenas, recuérdese que Cortés desembarcó con 500 hombres como mucho, dejó en torno a 150 en Veracruz y aunque fue reforzado por los de Narváez, el número sigue siendo ridículo en comparación con el contingente de la batalla final. De aquí que no es osado afirmar que el imperio azteca fue conquistado por los propios indígenas, o visto de otra manera, ellos ayudaron a la fundación del México actual, aunque fuera al servicio de una fuerza extranjera.

Cortés hace numerosos intentos de llegar a una solución pacífica, para asegurarse la victoria, pero posiblemente también porque no quería destruir la ciudad pero siempre obtiene la negativa por respuesta. Pero los asedios son guerras por desgaste. Va derribándose casa por casa, se conquista calle a calle, se deja que la población muera de hambre. Los episodios de canibalismo se suceden, primero con prisioneros españoles y tlaxcaltecas, luego entre ellos. Cuando se gana una calle los soldados se horrorizan al ver la decrepitud de la población, comían las malas hierbas, las cortezas de los árboles, cualquier prenda de vestir. Cortés corta el suministro de agua dulce para acelerar el desenlace. Mientras tanto, los españoles entran cada vez menos en batalla y son los tlaxcaltecas quienes, con extraordinaria crueldad, realizan matanzas contra la población azteca indefensa, en una venganza que duraba décadas. Incluso los españoles, curtidos en guerras y tropelías, se escandalizaban por semejantes salvajadas, pero Cortés dejó hacer, en uno de los actos más mezquinos de su biografía. A la vez, Hernán Cortés expresaba su pena por verse obligado a destruir tan bella ciudad, pero no parece que mostrase la misma pena por los más de cincuenta mil cadáveres que yacían por las calles de su añorada ciudad, que provocaban tal hedor que los castellanos la abandonaron por no poder soportarlo.

Apresamiento de Cuauhtémoc [Memoria Política de México]

Como suele ocurrir con muchos líderes, el emperador Cuauhtémoc intentó huir pero fue apresado, se le obligó a pedir que su pueblo depusiese las armas, y una vez lo hicieron, vino el saqueo. 75 días -93 según otras fuentes- duró el asedio, el 13 de agosto de 1521 cayó Tenochtitlán, la capital del imperio azteca. La guerra de conquista -para unos- y de venganza -para otros- había llegado a su fin, nunca los españoles hubieran podido lograr semejante empresa sin sus aliados locales, nunca una guerra civil fue tan bien dirigida por fuerzas extranjeras y nunca el ganador de una contienda local alentada por aquellos ha dado tantos réditos. Los vencedores fueron los españoles, tlaxcaltecas y totonacas, aunque quien finalmente recogió la mayoría de los frutos fueron los primeros, pero nunca hubiesen logrado este éxito sin la ayuda indígena, nunca. En la batalla final murieron entre 50 y 100 españoles, 100000 aztecas.

Vencer en la capital no implica dominar un imperio, pero ayuda. Se sucedieron batallas contra otros pueblos, se fue extendiendo el poder político español y seguían mezclándose las razas: desde el día del desembarco, los dirigentes indios ofrecían a sus hijas para que les diesen nietos mestizos. Un poder colonizador se debe hacer valer y trató a los indígenas, en general, como a unos seres inferiores, a los que había que dirigir y ordenar, llevarles al buen camino de la fe católica y educarlos en la cultura e idioma correctos. Y, sin embargo, dentro de esta mentalidad colonialista, desde el principio curas católicos aprendieron el náhuatl para predicar en su lengua, Cortés dio órdenes de respetar el patrimonio cultural y las encomiendas que iban surgiendo tenían orden de tratar con respeto a la población local. Dentro, obviamente, del contexto del siglo XVI, de un pueblo colonizado, del ambiente bélico previo, etc.

Tras enviar informaciones al rey Carlos V, Cortés inicia la reconstrucción de Tenochtitlan para convertirla en la capital de la Nueva España y del gobierno del imperio, que había quedado muy maltrecho al estar descabezado. Cumpliendo su palabra, los pueblos que le ayudaron recibieron importantes ventajas y disfrutaron de gran autonomía. Cortés ejerció durante un tiempo un poder absoluto, político, jurídico, legislativo. Cuauhtémoc, el emperador apresado, sigue en su puesto, tiene capacidad de mandato, lo que para Cortés es una ventaja para controlar a su pueblo. Conocedor de lo que había ocurrido en La Española y Cuba, donde la economía se basaba en un modelo puramente depredador y extractivo, para su país trata de aplicar leyes que permitan planificar a largo plazo, desde el tipo de agricultura y roturación, las cabezas de ganado o el trato humano a los indígenas para evitar su sobreexplotación, no tanto por compasión si no por mero utilitarismo, pero con una mentalidad ciertamente adelantada a su época en algunas cuestiones. Pero no todos pensaban igual, y con el aislamiento de las encomiendas y la pobreza en las comunicaciones era, en ocasiones, difícil aplicar la ley, por lo que algunos sometían a la población local a trabajos extenuantes, lo que unido a la fuerza más devastadora de América, las pandemias, redujo la población local de unos 25 millones de personas en 1519 a unos pocos miles -menos de 17000 según alguna fuente- en 1532.

Tiempo después Hernán Cortés se reencuentra con su esposa Catalina Juárez, quien al poco, en extrañas circunstancias, muere. Esta será una de las muchas acusaciones que tendrá que luchar en los tribunales españoles durante años.

Pero Cortés no está falto de ambición: no ha llegado a la tierra de las especias que buscaba Colón, pero sabe que hay mar al otro lado, mar que puede que sí le permita llegar a las añoradas islas Molucas. Prosigue sus conquistas sin grandes impedimentos hasta el «mar del sur», el océano Pacífico, el cual es tomado en nombre del rey de España. Para ello, como anécdota, necesita azufre para seguir haciendo funcionar la temible artillería y varios españoles escalan el Popocatépetl para recogerlo, posiblemente la primera ascensión nunca hecha al volcán activo. Con mucho retraso Cortés ya sabía que Magallanes había doblado el estrecho que desde entonces lleva su nombre y que inició la circunvalación del continente americano, por lo que era razonable pensar que él estaba a ese lado del mundo y se abría la posibilidad de continuar por mar hasta las especias.
Hernán Cortés [Memoria Política de México]












Hernán sigue teniendo ansias de conquista y en un arrebato de cólera por la traición de uno de sus capitanes, inicia la expedición más desastrosa de su vida, rumbo sur, a las Hibueras, actual Honduras. Comienza casi como un desfile militar y acaba penando dos años por unas selvas impenetrables, muriendo indígenas y españoles como moscas. Ciénagas, cocodrilos, vadeos de ríos e indios que siguen la estrategia de tierra quemada son una tortura para el ejército cortesano. En otro momento bochornoso de su biografía, temiendo una traición, ejecuta al último emperador azteca, Cuauhtémoc, ahorcándolo de un árbol. Ni sus compatriotas lo vieron justo, pero quizá la ira y la frustración de tan penosa expedición, la culpa de estar metiendo a cientos de sus hombres en un callejón sin salida era el combustible que sólo necesitó de un rumor para desatar la deflagración.

Cuando, casi de milagro, consigue retornar a la renacida Ciudad de México -con tres mil hombres menos, principalmente mexica-, se encuentra el peor de los panoramas: los gobernantes que dejó a su cargo han convertido la ciudad y el imperio en sus fábricas personales de amasar dinero, se han cometido injusticias y tropelías ganándose la animadversión del pueblo, se han dictado sentencias aleatorias y sin fundamento, y a todo aliado de Cortés se le ha apartado del poder e intentado arruinar por todos los medios. Y el siguiente era él. Las víboras que gobernaban Nueva España acusaron a Cortés de mil y un delitos, mientras éste se debatía entre la vida y la muerte por las fiebres que traía de las Hibueras. En 1527 fue desterrado de Ciudad de México; los amigos de tantas batallas y peligros fueron apartados del poder, confiscadas sus posesiones y arruinados; Cortés tuvo que malvender posesiones de las pocas que no habían sido expropiadas; y el rey parece que poco a poco le da la espalda.

Un año después inicia un largo viaje a España para defender su honor, posesiones y poder ante el rey de España. Aunque en un principio consigue buenos réditos de la visita -marquesado de Oaxaca, autorización para nuevas conquistas- son tantos los pleitos abiertos, tantos los enemigos y las sanguijuelas ávidas de poder y sobradas de envidia que rodean al rey, que Cortés invierte una ingente cantidad de tiempo y dinero en defender lo que considera suyo y en ser retribuido por los inmensos sacrificios que él y los suyos han realizado para aumentar el poder y las riquezas de la corona española. Pero nunca más será restituido como gobernador de la Nueva España. Cuando regresa a México, ya su país, dolido con su patria, se encuentra un panorama desolador, cada vez los gobernantes son más despóticos, las decisiones más arbitrarias y la corrupción más galopante, le esperan muchas y graves acusaciones y mientras trata de defenderse ante tribunales corruptos y manejados por el poder, él prepara varias expediciones para conquistar y, posiblemente, para volver a sentir la adrenalina de la conquista y la emoción del espíritu libre que se busca su destino. Para costearlas amasa una importante fortuna gracias a su buena disposición comercial, encarga la construcción de navíos, se aprovisiona concienzudamente y reúne una muy buena tripulación para iniciar la conquista del oeste de México, descubriendo la península de California, fundando ciudades y encontrando nuevos pueblos. Incluso ayuda a su pariente Francisco Pizarro con vituallas y armamento que se encuentra en situación comprometida en el lejano imperio inca.

Isla [sic] de California [Academic]


En 1540 parte de otra vez hacia la Vieja España para litigar de nuevo. Tiene tiempo de participar en la batalla de Argel, de descubrir los tejemanejes que rodean al rey, de desesperarse, de recibir malas noticias de nuevas expropiaciones de sus bienes, mientras un cada vez más envejecido Hernán Cortés pena por la corte, en Valladolid, en Madrid y luego trasladándose a Sevilla, tratando de restablecer su patrimonio y nombre, el rey lo ignora cada vez más. Aquejado de las fiebres con las que volvió de África, apesadumbrado y prácticamente arruinado, encontraría la muerte por disentería en casa de un amigo el 2 de diciembre de 1547, en Castilleja de la Cuesta.

Placa conmemorativa del cuarto centenario de la llegada de Hernando Cortés a las playas de Veracruz, situada en el exterior de la Iglesia Jesús Nazareno e Inmaculada Concepción de Ciudad de México

Ni siquiera muerto pudo descansar en paz, pues sus restos han sufrido los vaivenes de viajes, presiones políticas e intereses nacionalistas hasta reposar, parece que finalmente, en una pequeña iglesia de Ciudad de México, donde ni siquiera se puede acceder a las proximidades del nicho donde reposan sus huesos y donde no se puede ni tomar un recuerdo fotográfico por deseo expreso de esa Iglesia que tanto ayudó a difundir por tierras americanas. Arrinconado por la incomprensión y la falsa vergüenza del país que le vio nacer, vilipendiado por las parte negativa que sólo quiere ver un nacionalismo mal entendido, y deshonrado por una nación que no sabe defender a los ojos de la Historia a los hombres que han forjado su personalidad, Hernando Cortés Monroy, marqués de Oaxaca, inventor de México, recibe, casi quinientos años después de su muerte, el incómodo e injusto trato que suelen dar a los expatriados. Al menos, descansa en el país al que se consideró más unido en los últimos años de su vida, en el que deseaba reposar para siempre, su país.


«Hernán Cortés» (José Luis Martínez)│«Moctezuma» (Germán Vázquez Chamorro)│«Breve historia de Hernán Cortés» (Francisco Martínez Hoyos)│«Tlaxcala. El aliado de Hernán Cortés» (José María Buceta)│«Armas, gérmenes y acero» (Jared Diamond)│«Colapso» (Jared Diamond)│«Virus y pandemias» (Ignacio López-Goñi)


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