21 de diciembre de 2017

11 de diciembre de 2017

Paynalton, el corredor veloz de Moctezuma

Morton, neuroma de Morton. En esto se ha resumido mi temporada. De una molestia inicial de origen desconocido a jugármela a una carta media una temporada. Para quien no lo sepa, un nervio del pie por alguna razón trabaja en exceso, se irrita y/o engrosa y te limita enormemente correr. Y es tremendamente doloroso. Mi solución fue usar zapatillas de mediasuela alta para minimizar la fuerza del impacto, pero tras dos esguinces serios de tobillo -por no hacer propiocepción desde hace meses- y sobrecargas excesivas en tríceps sural -por drops bajos- me retrasaron, una vez más en la temporada, porque aunque el objetivo lo tenía más o menos claro, conseguir la tranquilidad para coger forma fue un ejercicio de paciencia que puso a prueba, otra vez más, si de verdad quería o no hacerlo. Cuando pasas por lo que he pasado este año tienes la convicción de que quieres hacerlo y el motivo. Qué fácil es escribirlo y cuánta energía invertida hasta que estás convencido de ello.

Tanta duda hizo que retrasase el viaje todo lo que pude, y tras una excelente semana de 200 km fui cayendo en una apatía física y en sensaciones pobres hasta que a unos diez días vista saqué la Visa de paseo y reservé vuelos. A una semana de salir estreno zapatillas, al estar nuevas me producen molestias, no son lo suficientemente anchas (creo) y ya no me da tiempo a domarlas, habrá que hacerlo los primeros días. A menos de una semana de tomar el vuelo descubrí que la ruta no tenía 360 sino 420 km y a cinco días mis hijas me regalaron un bonito virus estomacal. Mira que siempre me digo que voy bordeando el precipicio y que un día voy a caer, pero lo de esta temporada lo supera todo, o eso creo, quizá por tenerlo muy presente aún. Algo débil por el virus, con muchas dudas por el pie, con ciertas reservas por mi seguridad y sin un plan bien trazado me presenté, con siete horas de desfase horario, en el aeropuerto de Ciudad de México sin saber qué día iba a empezar y ni siquiera cómo iba a llegar al punto de salida. No es por darle épica, que no la tiene, es por poner en perspectiva el descontrol tan importante que llevaba en cuerpo y cabeza. Y aunque las cosas que me producen respeto siempre me hacen estar alerta -los débiles lo llamarán nervios, qué sabrán ellos-, con un par de decisiones rápidas se fueron calmando. Pero me lo digo una y otra vez: esto no es sano, no es sano empezar la temporada lesionado, ni dejar el track para la última semana, ni saber adónde cojones vas, ni saber ni cómo ni cuándo vas a salir, ni dónde dormir, ni qué vas a comer.


Tras dormir un rato -no llegó a cinco horas- nos planteamos cómo haría/haríamos. Luis Guerrero le pone el plural. Conocí a Luis en Wadi Rum, en Jordania, en el año 2001, mes y pico tras los atentados del 11-S en Nueva York, en el desierto en el que se coronó para la historia a un tal Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia. Era mi primera gran carrera y pronto el idioma y lo que nos esperaba por delante hizo que congeniáramos. Muchas horas después bajábamos hacia el famoso cañón de Indiana Jones perseguidos por una corredora que con muy mala educación nos quería quitar un puesto que era nuestro. Sobre el desmayo en la habitación del hotel abriéndome la ceja hablo otro día. Pero lo que importa, de esa dura y bonita experiencia, es que surgió una amistad, mantenida con varias visitas de Luis camino de la Marathon des Sables y, finalmente, devolviéndola mucho después con la excusa de correr siguiendo los pasos de otros corredores.

En algún momento de la mañana siguiente a mi llegada, cuando empezaba a ponerme un poco tenso Luis dijo: "venga, nos vamos en mi moto y ya vemos qué hacemos". Una vuelta para alguna compra de última hora -con "multa", léase soborno, a policía incluída-, un cambio de pastillas de freno y Luis, Mati y yo rumbo a Veracruz tras reservar un alojamiento por Airbnb minutos antes. Mati, Matilda, es la perra de Luis. Igual que en la crónica de la Spartatrail despotriqué contra los perros -lo repito, contra sus dueños que los educan mal o no educan-, ahora no me duele una pizca contradecirme -porque no lo es- que si todos los perros fueran como Mati hasta yo tendría: qué perra más maja, cariñosa y buena. La diferencia es la educación y por eso cada vez estoy más convencido de que los perros con sus dueños deberían ir al colegio por ley, y si no no se debería poder tener perro. Veracruz está en la costa Atlántica, unas cuantas horas al este, y nos llevó más de lo que pensaba, pasé algo de frío y llegué bastante cansado. Compramos algo para desayunar, y a dormir. Ni seis horas después estaba en pie. Recuerdo, jet lag de caballo, pie lesionado, virus aplacado pero que era fácil pensar que tuviera alguna influencia y temperatura prevista de 32 ºC y un montón de humedad. Ya estaba allí, salir iba a salir, pero adónde voy así.

Para rematar, cuando llegamos a lo que sería mi salida, al dar la vuelta con la moto, resbala la rueda delantera con arena de playa y nos vamos al suelo, me clavo la estribera y nos cuesta dios y ayuda levantar los doscientos y pico kilos del suelo. A ver si alguien "de ahí arriba" me está diciendo que no salga por si acaso...

Joder, joder, joder, venga tranquilo, ya estoy aquí. Por casualidades de la vida, hoy justo hace 498 años que Hernán Cortés y los suyos llegaron a esta costa, lo vi cuando ya tenía los vuelos reservados y tenía la fecha de salida "fijada". Siempre tengo dudas de si hacerlo todo al «estilo pim, pam, pum» (llegar, ir a a la salida y a por ello), lo mejor del mundo no tiene pinta de ser porque no tengo ninguna consideración por factores externos, como meteorología, cambios horarios ni nada que se le parezca, quiero llegar y salir porque si no no me lo voy a quitar de la cabeza hasta que dé mi salida, pero sé que asumo riesgos, y no pocos, he pegado algún reventón serio por hacerlo así. Miro al amanecer, de donde vinieron mis compatriotas para cambiar este mundo, últimos y confusos pensamientos, cuatrocientos veinte kilómetros por delante. Sólo hay que ser valiente para hacer clic en la reserva de billetes (o en la pasarela de pago de la inscripción de una carrera) y para darle al Start del GPS.



Le doy. Sigo teniendo la misma incertidumbre que un segundo antes, pero estoy en marcha. Ninguna felicidad interior, sólo liberación. Me muevo. Cuántas dudas he tenido este año, cuántas me quedan durante la próxima semana pero por fin suelto las ataduras del pasado, incluso las del futuro, ahora es presente y me encanta la sensación, voy algo tenso, intento correr relajado, suelto brazos y manos para tratar de sentir lo que ahora no siento, a veces hay que "forzar" la relajación para que se convierta en algo natural, lo suelo hacer con un braceo fácil y con los músculos de la cara, relajando el gesto.

Los primeros kilómetros sé que son urbanos, primero, por una Veracruz (Boca del Río, realmente) que parece Benidorm; luego carretera, cruzo un pequeño pueblo y me salgo por un puente de tren cruzando un río, un poco de vía y pistas. En diez kilómetros «entro en carrera», ese estado psicológico en el que no vas tenso pero tampoco relajado, lo ves todo, lo sientes todo, miras compulsivamente el GPS, te cuidas, lees las sensaciones de tu cuerpo, eres un todo, eres un corredor con cuerpo y cabeza, pero también con GPS, agua y comida, todo en uno, todo funciona, la mochila va perfecta, no te pasas cruces, te distraes por la novedad, recuerdas cuando hiciste el track y estás ahí, ya no a vista de pájaro sino a ras de suelo. Nunca he dejado de sentir la sensación de estar «dentro» en una carrera o ruta exigentes, no puedes no estarlo, la sensación es fantástica porque por fin confluyen entrenamientos y competición, pasado y presente, sueño y realidad.

En este caso esta ruta tenía un componente añadido: la seguridad. Cuando me alejé del asfalto y de las poblaciones comencé a sentir ese pequeño peso extra. Nunca he ido y espero nunca ir a ningún sitio que considere peligroso o arriesgado, México no es precisamente conocido por su seguridad, pregunté si por donde me movería era delicado y, con la poca certeza de los comportamientos humanos, tan variables y volubles ellos, me dieron alguna pauta pero luz verde. Pero otra cosa es verte en medio de la "nada", solo, con mi mochilita y con cientos de kilómetros de incertidumbres por delante. Cada motillo que oía era una leve sospecha, cada agricultor que me miraba con curiosidad un posible jaleo y sin embargo ahora sé que no tuve el más mínimo problema de seguridad, y aunque confío bastante en la humanidad -especialmente en la rural- necesitaba mi tiempo y ver comportamientos y reacciones. Las pistas eran de larguísimas rectas, eventualmente me cruzaba con alguien, una vez me paré a hablar con un paisano para preguntarle qué cultivaba y tiempo después la luz ya estaba naranja oscura, tirando a rojo. Tras 41 km estaba degradándome rápidamente,  levemente aturdido y no pensaba con toda la claridad del mundo. Primera etapa, momentos de bastante calor, debilidad, tenía todas las alertas retumbando en mi cabeza como para saber que tenía que tomarme un descanso, y sin forzar más, en una sombra, me senté a tratar de recuperar y comprender qué ocurría, porque algo ocurría. Justo cuando lo hago aparece Luis (y Mati), llevábamos unas tres horas sin vernos, descanso quince minutos y retomo la marcha algo recuperado y con cautela, creo que es la combinación de calor y humedad, y poco antes de llegar a la primera meta ya sabía que había estado rondando un golpe de calor, algo extraordinariamente peligroso no sólo para el desempeño físico de un reto si no para la vida de uno, no precisamente sobrado de agua, sin nadie cerca, podía haber sido una situación delicada, pero esa oportuna parada fruto de un análisis correcto de la situación me hicieron sólo bordear la catástrofe. Bien por mí, esta vez mi juicio fue lo que tenía que hacer.


Levemente recuperado me pasa una motillo con un chico a los mandos y dos mozas detrás. Poco después les veo parados con Luis, me quieren dar un ramo de flores, que educadamente rechazo, y las chicas se quieren hacer una foto conmigo. Sin comentarios. Foto de auténtica vergüenza, y qué poca tengo para colgarla aquí. Vengo tostado, razonablemente deshidratado pero sé que estoy cerca. Hoy sólo puedo hacer 55 km, tengo mi meta a menos de cinco y sé que voy a salvar la temida primera etapa. Acabando me empieza a molestar el pie, ahora sé que fue pasajero y también sé que no hay nada como una tirada larga para hacer la zapatilla a tu pie, la "desparramé", ganó anchura y no me molestó más, de buena me libré, aunque en ese momento no lo sabía, claro. Llego entero y hasta hay habitaciones en el hotel del pequeño pueblo en el que paramos, aunque he de reconocer que no me preocupaba, porque teniendo vehículo disponible es un problema que sencillamente deja de existir. La diferencia es abismal, así de claro, ir sin saber dónde vas a dormir (como haría más adelante), saber que comerías antes o después pero que lo harías, y tener a alguien a "un rato" en caso de necesidad (y cobertura) es tremendamente relajante, relajante si sabes lo que es lo opuesto, vas en un pequeño pero perpetuo estado de tensión que supone un desgaste real y continuo, que sólo si lo has vivido sabrás que es de todo menos agradable cuando lo sumas a todas las variables de toda ruta exigente, desconocida y que debes hacer "a flash", a la primera, sin pruebas, entrenamientos ni tentativas.

Excelente ritmo, sin agotarme, salvando un set point y con hambre, perfecto, no se puede pedir más. Ducha rápida, me visto "de calle" y a reponer calorías. Llegando tan pronto me da tiempo a comer y cenar espaciando las comidas, así se empiezan los retos, joder. Y qué pocas veces lo hago.


No duermo demasiado -no lo haría en toda la semana-, me levanto razonablemente bien, enciendo el móvil y me entra un Whatsapp, un amigo se divorcia, con niños de por medio y no va a ser amigable. Minutos después entra otro, muerte familiar, sabía que no la iba a volver a ver con vida pero ahora ya tengo la certeza. Me dejan un cuerpo raro. En un rato estoy desayunando un tanto confundido y supongo que algo callado, me esperan unos 60 km por delante y no tengo ahora la cabeza en el sitio. Cuando salgo a la calle intento centrarme y cuando unos cientos de metros después entro en camino e importa la orientación intento desconectar, aprovecho que no hace calor, que el aire está limpio y claro y la siempre sugerente luz de poco después del amanecer, la tranquilidad del lugar y la novedad de todo lo que veo hacen de bálsamo para otras preocupaciones. Poco después me alcanza Luis, una moto no permite llevar mucho equipaje, pero lo bueno de que sea de trail es que me puede acompañar en tramos, como este, el más revirado, "técnico", alejado de la civilización y puñetero, unas cuantas buenas subidas pendientes, alguna zona pedregosa, un sendero de los que pienso cómocoñoviestoenGoogleEarth, un vadeo de un río que me tenía algo preocupado y poco después un puente nuevo con el anterior arrasado por unas inundaciones hace pocos años.


Este tramo ha sido curioso, gente muy muy alejada de la civilización -o lo que entendemos como tal-, gente bastante alucinada de ver a un tipo corriendo -y una moto como dios manda, no un ciclomotor con cuatro personas-, vida al límite de la supervivencia, casas realmente miserables y gente sencillísima. Como turista, estoy bastante sorprendido de las diferencias entre la capital que ya he atisbado y esta parte tan rural y alejada de lo que se supone que es un país del primer mundo, la forma de vida me recuerda a cuando estuve en el Amazonas, donde la gente aparentemente no pasa hambre, pero excepto lo más básico, el resto debe de ser ganado con sangre, o no ganado, una pequeña moto para acercarse a comprar suministros, una rudimentaria instalación eléctrica, y poco más. No quiero imaginar la educación que recibirán algunos de los niños que veo o qué pasará cuando surja un problema sanitario. No es que venga yo precisamente del país más evolucionado del planeta, pero me sorprende esta realidad, que lo es, de México, sobre todo cuando ya había echado un vistazo a su capital y no tiene nada que no tenga, especialmente su centro, cualquier ciudad europea.

Cuando salgo de la zona "amazónica" pega el calor de una forma seria, 33 ºC decían las previsiones unos días antes, y alta humedad. Acertaron, o casi diría que se quedaron cortos. Tuve que parar veinte minutos a refrescarme, y luego siempre que veía agua me empapaba, pero en cinco minutos estaba otra vez seco, otra vez a empaparme... las desventajas de tener la camiseta con el material que seca más rápido del mundo, quizá aquí una de algodón hubiese venido bien, mientras tanto iba lidiando como podía el intenso calor y las consecuencias de él. De nuevo considero que actué con buen juicio, pararme tantas veces a mojarme, el ritmo cansino y la constante preocupación por impedir que la temperatura corporal aumentase me ralentizaron pero quizá me salvaron el día.

Tener un vehículo me permitió hacer un "truco"y es que en esta segunda etapa o me quedaba corto de kilómetros con unos "ridículos" 55 o me iba a más de 70: como por una vez me pueden llevar y traer, vamos a aprovecharlo, sigo algo más y mañana arranco desde el mismo punto. Suena fácil, pero pasar por delante del hotel (hostal más bien) con 60 kilómetros en las piernas -el desfase de 55 es el clásico 10 % de Google Earth a Google Land- y obligarme a seguir algo más fue un ejercicio de fortaleza mental interesante. Es la única vez que aproveché la ventaja de ir acompañado, porque en cuanto a material, comida, agua y lo que necesitara, iba todo encima, siempre, nunca dependí de nadie más excepto de lo que llevaba en mi mochila y lo que iba comprando sobre la marcha, que difiere muy notablemente a llevar asistencia. Este segundo día ya pagué ligeramente el esfuerzo, los kilómetros finales, por una carretera concurrida y algo delicada por el tráfico fueron lentos y pestosos, pero alargué ese poco más que me quitaría al día siguiente. Hice las etapas a 60 km, sin mirar desniveles, si había alojamientos ni nada, sólo los tres primeros días creía que podía haber, a partir de ahí, sorpresa, en un alarde de pobre preparación que no debería repetir. Ya ya. Diez kilómetros más que ayer, más lento, más desnivel: comida y cena se van juntando. Las tareas domésticas, ducharse, lavar ropa, tender, comer, mirar tontunas en el móvil, llamar a casa, automasajearme como si sirviera para algo, cenar, acostarme, se iban comprimiendo y apenas me dejaban ya demasiado tiempo libre, pero en general lo llevé bien y con tiempo para casi todo sin grandes apreturas, lo que se agradece tras largas jornadas de acción tras las que a pesar de todo lo que queda por hacer, al menos no quieres ir estresado con que no se seque la ropa o a ver dónde puedo cenar algo.



Para la tercera etapa tenía un objetivo diferente al de llegar: necesitaba dinero. No había podido pagar nada con tarjeta -ni pude toda la semana excepto en un sitio-, se me acababa el metálico y necesitaba dinero como fuera. Una tontería así puede agobiar lo suyo y no era descabellado que me quedara "atascado" en algún lugar sin recursos económicos y sin poder dormir o comer. Tras acercarme Luis al punto donde lo dejé el día anterior, por la misma carretera pestosa y con tráfico, me dispuse a pasar lo mejor que pude una etapa que tenía pinta de ser fea y aburrida, casi todo por asfalto, pero es una zona de un valle donde las grandes localidades se suceden. En la primera, Córdoba encontré mi cajero, ¡yeah!, nunca me había alegrado tanto de ver el horroroso logo del Banco Santander (en serio, hasta yo lo puedo hacer mejor, os cobro poco), saqué dinero y me quité un peso de encima, era algo que no podía controlar por mí mismo, en lo que era vulnerable y que me estaba empezando a estresar. Callejeo y a por la siguiente localidad... ¡oh wait!, ¿eso eran zumos de naranja? Tiro de freno de mano y media vuelta. Todos los pueblos de México tienen muchos sitios donde comprar algo de comida -abarrotes se llaman-, muchas veces son casas particulares que abren una pequeña habitación al exterior para vender algo, generalmente la oferta es bastante sencilla y limitada, pero suficiente para un corredor hambriento. Generalmente comía un par de yogures pequeños (2x200 ml aproximadamente), algo de bollería industrial o un helado, puede que un zumo, quizá una pieza de fruta si había y me entraba por los ojos y puede que algo más. Súmense a ojo las calorías, claramente insuficientes pero así tiraba. En un par de ocasiones creo recordar que me compré una botella de agua, pero lo normal era hacer los 65 kilómetros de media con un litro, que nunca llegaba a acabarme. Creo que ambas cosas, comida y bebida que ingería, están al alcance de pocos corredores pero concretamente en México no es gran problema en encontrar puntos de avituallamiento, aunque también hay algunas zonas donde es imposible (en la primera etapa, por ejemplo, del diez al final). Luis alucinaba con lo poco que comía y bebía, realmente el cuerpo no me pide mucho más aunque debería forzarme a comer y beber con bastante más abundancia y frecuencia, especialmente cuando ya llevo un par de días soy un auténtico diésel, lento, consumo bajo, metabolismo en stand by. En general creo que es una ventaja poder hacer grandes kilometrajes consumiendo poco porque te permite hacer según qué cosas, literalmente vetado si no consumes muy poco o vas asistido, pero es fácil abusar y tener un rendimiento de montaña rusa o acabar meando sangre. O las dos cosas. No me importaría saber hasta dónde puedo llegar con un litro de agua apurando, no lo voy a hacer porque te puedes hacer daño de verdad, pero creo que bastantes decenas de kilómetros, un centenar de kilómetros sin temperaturas cálidas posiblemente, pero me voy a quedar con la duda por el bien de mi riñón.

Fortín de las Flores, una bajada tranquila; carretera de subida, otro espectacular alarde de GPS-sendero inapreciable-el instinto me dice que por aquí-cojones qué buen ojo tengo a veces; Cautlapan en una única recta; puertecillo de subida; Ixtaczoquitlán; Orizaba, helado para la buchaca; Río Blanco; Nogales; Ciudad de Mendoza, pequeño helado, vía de tren; final realmente bonito por una antigua vía de tren, con túnel y desprendimientos incluidos, río al fondo del cañón y un poco después, Maltrata, ya a 1800 m de altitud. Luis se ha encontrado con unos moteros y uno le ha ofrecido dormir en una consulta (era médico), yo había encontrado un sitio por internet muy modesto, pero decidimos esperar en el zócalo (plaza). Me puse ciego a pizza, buenísima. Un poco harto de esperar busco un alojamiento y bingo, sí que hay, allá que nos vamos. Muy sencillo, casi me hacen ducharme con agua fría, y al rato a cenar en el animado zócalo, que debe haber fiestas (no son las primeras ni las últimas que encontraría). Alma tranquila, cuerpo cansadillo pero entero, disfrutando la experiencia. Si hubiesen sido 360 km estaría en la mitad, momento que psicológicamente es muy reconfortante. Pero es que tampoco me iban a salir 420 km porque al menos iba con un desfase de cinco kilómetros por jornada, ya lo estaba viendo: por qué será que los desfases siempre son exceso, en tu contra, y nunca te encuentras con la sorpresa de hacer 10 km menos un día. Mañana se iría Luis y me dejaría ya enfilado para lo que quedaba por delante, se me acababa la red de seguridad, no importa, he hecho cosas más difíciles solo desde el principio, pero eché de menos la conversación y saber que alguien estaba por ahí cuidando un poco de mí. Me sentía con fuerzas, seguro al ir ya descubriendo este bonito país y sus gentes y con el reto razonablemente encarrilado. No había cometido grandes fallos, estaba comiendo bien, el cuerpo me respondía y estaba tranquilo de cabeza. Tras 180 kilómetros en tres días no puedo pedir más.



La salida de Maltrata incluía un casi Kilómetro Vertical, en un cauce seco me despido de Luis e inicio la ascensión... erróneamente. Tras alguna decena de minutos reconozco por fin que no es ese el camino y que voy a complicarme la vida, doy la vuelta muy a mi pesar y deshago casi todo lo andado. Bien. Miro el paredón que tengo enfrente e intuyo un sendero... ¿no será por ahí, no? Era era. No de manos pero de uñas de los pies, sí. Sin prisa, tengo todo el día. Entro en bosque, cada vez más denso y el track se convierte en cada vez menos confiable: trazar tracks en bosque con foto aérea es un juego peligroso, intuyes claros que asimilas a senderos, es muy fácil fallar y empecé a navegar a sentimiento, por pura intuición. Después de un buen rato oigo una motosierra, inmediatamente pensé en que eran ilegales sacando de la naturaleza lo que no pueden sacar por otros medios -legales, digo- y agucé los sentidos. Un rato después, inevitablemente enfilando la dirección de la motosierra veo lo que parece un horno, posiblemente quemen la leña para hacer carbón vegetal, y unos plásticos a modo de tienda de campaña de fortuna. Voy tenso, nunca pensé en darme la vuelta y bajar y me encontrara con quien me encontrara para él o ellos sería una sorpresa y no me gusta darle una sorpresa a nadie con motosierra, que está haciendo algo ilegal y que no es difícil pensar que vaya armado en este país. En cuanto los vi les hablé en alto para llamar su atención, amable y precavido por mi parte, sorprendidos y en alerta por la suya. Afortunadamente era una pareja de personas mayores, no digo que incapaces de defenderse pero difícilmente tendrían ninguna actitud ofensiva, especialmente yendo solo y sin visos de denunciar, engrilletar o montar ninguna trifulca. Cortésmente me indicaron cómo se salía del laberinto en el que me había metido, incluso la señora me acompañó un poco, iba desviado, lo sabía, y pronto encontré el sendero y mi tranquilidad. Repito, nunca pensé en darme la vuelta y sabía que me estaba metiendo en una situación potencialmente peligrosa: ambas frases no deberían ir juntas y no estuvo inteligente por mi parte seguir y afrontar lo que pudiera venir cuando tenía alternativa, en circunstancias así se fraguan auténticos desastres. Enorme error por mi parte. El juicio se me quedó en Maltrata, está visto.

Al coronar, a mi derecha pude ver el pico Orizaba, con el cono nevado, espectacular, está a muchos kilómetros y se ve cerca, vaya postal me llevo en mi memoria. Pistas tranquilas, algo de civilización, unas bajadas, unos perros gilipollas, una pérdida de una almohadilla que llevo en el hombro para que no me moleste el Spot. Y cuando bajo a un valle, estoy en otro México, semidesértico, seco, caluroso y polvoriento. Vaya cambio.

Una zona "de las mías" consistía en cruzar unos montes, al principio por camino, luego sin él. Era una zona de grandes cactus y otras plantas "amigables" con la piel humana. Estaba un poco sorprendido de ir campo a través sin mucho rumbo más que el "to palante", tiempo después encontré un sendero y justo cuando iba a llegar a una doble huella de coche, ¡zas!, brutal torcedura de tobillo. Aparte de acordarme de muchas divinidades, me apenaba volver a caer en lo mismo, otra vez; en el suelo, en esos segundos que tan bien conozco de intenso dolor (recuerdo, zapatillas de mediasuela alta, daño mayor) veo que no llevo el cordaje como debiera. Ni que decir tiene... que no lo cambié, para qué... Muy dolorido fui andando lentamente, a duras penas haciendo el gesto de correr, y finalmente corriendo con dolor. Un rato después era pasado, sólo quedaban unos ligamentos al dente y un orgullo magullado. Qué presente tengo la sensación de la torcedura y cuánto daño me ha hecho no poder olvidarla en mi vida deportiva.

Infinitas rectas serían el menú de varias horas. Polvorientas, calurosas, feas y algo descorazonadoras, pero unir puntos de un mapa implica en ocasiones partes no especialmente bonitas ni interesantes. A las 14h00, la llamada diaria a casa, antes de que se acostaran mis hijas. Como casi siempre, con problemas de cobertura, por mi móvil, la SIM o ambos, hacían que apenas pudiera hablar, y cuando ya tenía wifi hacía horas que estaban profundamente dormidas. Poco después empecé a llamar antes de arrancar la etapa (07h00), su hora de comida, aunque como ya me pasó cuando estuve en Estados Unidos, alguna tarde-noche se hacía algo solitaria cuando casi todo mi mundo estaba durmiendo.

En Tecamachalco dormí en un sito bonito, tranquilo y moderno, comí de maravilla unos crepes y tuve unas agradables conversaciones con la señora que regentaba el local. Un paseo, un poco de fruta. Me gusta estar entero, no tener que tirarme destrozado sin poder moverme de la cama. Me gusta estar sólo muy cansado. Ha sido un día largo, intenso y duro, pero no estoy llegando al límite, me permite pensar y sentir, no sólo sufrir, veo, hablo con algún lugareño y aprecio la experiencia, todo encaja. Y he superado la mitad, lo que me anima aunque aún tengo casi doscientos kilómetros por delante. ¡Doscientos! A veces te metes en tu mierda mental de corredor de larga distancia y pierdes la perspectiva, estoy corriendo maratón y media al día, solo, con mi pequeña mochila con lo justo, no llevo ni 300 kcal encima, nunca más de un litro de agua, no sé dónde voy a dormir, me quedan cientos de kilómetros, a quién cojones se le ocurren estas cosas. Y sin embargo me siento bien, no estoy sufriendo, me estoy esforzando mucho, son muchas horas y muchos kilómetros, llego a diario tirando a hartito, pero me siento vivo, lo veo todo, lo oigo todo, aprendo de mí, de este país, de la gente, cada zancada es nueva, una que nunca había hecho, una que nunca volveré a hacer, nunca, jamás, lo que sienta aquí y ahora será irrepetible, el aquí y el ahora, lo bonito de situarte en las coordenadas en las que quieres estar. Bonito, emocionante e intenso. También duro, porque al final lo busco, con todo el respeto que me da, con lo que pagaría por poder correr sin dolores ni sufrimiento, al final, muy al final, la dureza le da buena parte del sentido a todo esto, me jode reconocerlo, porque sé que seguiré haciéndolo alguna vez más, y con este estilo, apretándome, por que 30 km al día no me valen, en esto no, ni ir como un turista más, hoy y aquí no, la experiencia que he querido buscar es esta porque me lleno de esta manera. Soy un puto retorcido y se me crea cuando digo que muchas veces anhelo normalidad, poder hacer las cosas de otra manera, que sí, que es muy bonito sentir así, pero que lo que hay que pasar es un peaje alto. Hoy me compensa, no sé mañana.



Otra noche que duermo raspando las cinco horas, pero por sueño no necesito más, vaya usted a saber el porqué. Pero el cuerpo, los músculos opinan otra cosa. Me levanto doblado. Otra vez que desayuno cuatro mierdas -sólo el próximo hotel tendrá desayuno, ¡en una semana, por dios, con lo que me gusta el desayuno!-, me preparo con lentitud, mareo la perdiz hasta hacerla vomitar varias veces y cuando no tengo más vueltas que dar, salgo a la quinta etapa. Un poco de asfalto, mucho tráfico, una zona muy pobre, campos, caminos sucios (por primera vez), largas rectas, campos agrícolas, aburrido.

Sencillos pueblos se suceden, todos parecidos, bastante pobres, con sus tiendas para aprovisionarme, una calle principal de asfalto y el resto muchas veces de tierra, casas sencillas, gente muy humilde, sorprendidos de mi presencia, pero siempre amables y educados. Solía ser yo quien daba los buenos días porque era el que sorprendía, siempre tenía educada respuesta. Gente sencilla, educada y de vida sin lujos, pero creo que lo mejor del país, una vez más y como casi siempre me ocurre cuando viajo por ahí, la gente es lo que vale de este mundo, los paisajes están bien, los animalicos y las planticas, que sí, los monumentos y los museos, pero nada comparado a una frugal charla con un desconocido al que no volverás a ver en la vida, un saludo de unos niños que van tan alegres al colegio, o la mirada curiosa de un viejecillo que creía haberlo visto todo hasta que le aparece al doblar una esquina un tipo con pintas raras y corriendo. A ver si esta gente tiene candidatos políticos menos corruptos a los que votar y despega este gran país, se lo merece.

Todo me parece un poco igual, amplios campos la gran mayorìa trabajados por mujeres y nula maquinaria agrícola, sencillos pueblos con poca personalidad, largas rectas donde relajar la vista y con el pensamiento de llegar a una importante ciudad. La etapa debía acabar en Puebla (en realidad Heroica Puebla de Zaragoza), una urbe de millón y medio de almas (tres en el área metropolitana) y dudé en si dormir en un par de hostales de mala pinta en barrios peligrosos, o ir al centro que pillaba a bastante distancia. Solución intermedia: iría al centro, que tenía entendido que era bonito, pero lo haría en taxi. Reservé la noche anterior e iba tranquilo, pero el reencuentro con una gran ciudad se me haría raro. La etapa no tuvo mucha trama, avanzar por este ecosistema intermedio entre el amazónico y el desértico, con calma, empapándome poco a poco del México que iba viendo... pero tras una loma divisé a lo lejos la gran ciudad, un pequeño shock, qué fácil me habitúo a ir por el campo perdido de la mano de dios y lo raro que me resulta volver al mundo humano. Unos minutos después estaba en una carretera de entrada y poco después cojo un desvío que no entiendo bien. Y me meto en la boca del lobo. Le echaremos la culpa a Google Earth. Madre mía dónde me metí. Una barriada muy pobre y polvorienta, me sentí inseguro y no me gustó nada. Nada de nada. Cuando salí respiré aliviado pero este tramo era innecesario. Pero ahora viene lo bueno: la salida de mañana son varios kilómetros de lo que parece, a vista de ortofoto, lo mismo o peor. Tras el sobresalto, mucho coche y mundo urbano, llego a la pasarela que es la meta de hoy. En dos minutos estoy volando en taxi al centro, una animada charla, un precio ajustado y de repente estoy en un precioso casco histórico de corte colonial que me encanta. No he podido acertar más eligiendo dormir en el centro, me doy los paseos que me dejan mis cansadas piernas, pero lo poco que vi del centro de Puebla es realmente bonito, agradable, de vida vibrante y con un porte que no muchas zonas de América tendrán. Como-meriendo bien, ceno bien, paseo diurno y nocturno, mañana voy a desayunar de verdad, me quedan dos etapas y no veo la luz de reserva encendida, aunque no lo pienso, si no hay cataclismo, a esas alturas empezaba a sentir que lo tenía en la mano... pero en el momento no estaba confiado, y es que tenía una razón de peso: 140. Lo que me quedaba.



Por primera -y única vez- desayuné como dios manda, sentado, buena cantidad y llenando tripa, el resto de días guarreé con algún yogur y alguna mierda. Cogí un taxi para que me llevase donde lo dejé ayer, un buen rato y allí estoy. Tenía dudas del primer tramo, recordaba cómo era, una zona deprimida y delicada, pero no me esperaba lo que me encontré. Oh la la ! «La madre que me parió, dónde coño me he metido». Me lo repetí unas cuantas veces. Las fotos aéreas proporcionan muchísima información si sabes interpretarlas y un urbanismo trazado "como te da a entender", unas calles sin asfaltar, unas casas desordenadas y bajas te pueden decir que es una zona pobre, subdesarrollada e insegura. Una pena no haber tenido el valor -o la inconsciencia- de haber sacado la cámara, no me hubiese importado tener una foto de recuerdo. He estado las favelas de Río de Janeiro, y una mierda comparado con esto. Canela fina fina. Y en el peor momento, en la zona menos agradable -si es que había alguna que lo fuese...- el track me manda por un terreno vallado, dudo, tiro por un lado, tiro por otro, miro compulsivamente el GPS, y tengo que inventarme cómo salir de ahí, ya, pero ya, precisamente en el peor sitio para mostrar inseguridad y dudar. Un buen rato después, cuando salí de esta zona deprimida, y aunque no había hiperventilado ni nada, me di cuenta de lo poco inteligente que había sido cruzar esta zona de la ciudad, me prometí nunca más volver hacer algo así -porque intuía dónde me metía, no lo sabía, pero sí lo sabía- pero reconocí que en realidad nadie me había mirado mal ni había hecho amago de nada. Nunca, en todo el viaje, sentí inseguridad real, ni corriendo ni de turismo, nada, cero; hay que ir atento y no hacer tonterías, pero no creo que mucho más que en otras zonas. México no es precisamente un país de lo más seguro en números globales, la cantidad de muertes, secuestros, violaciones y desmembramientos anuales es bestial, no en todo el país, pero proyecta una imagen de inseguridad importante, que no invita más que a hacer viajes más allá de los hoteles de Cancún con todo-completo y sin salir del complejo hotelero; mi México fue pacífico, agradable y cordial, incluso en uno de los peores sitios en el que he estado en mi vida -y no es el primero e intuyo que tampoco el último- la gente iba a su rollo, los niños al colegio, este arreglando el coche, el otro moviendo un bidón de un sitio a otro, el corredor que pasó ese segundo por su lado no les importaba más que si fuera un perro callejero. Y me alegro, oye. Pero, repito, ojo el sitio, que nadie que no quiera vivir emociones fuertes se le ocurra seguir ese track, fue hardcore, creedme que no me impresiono fácilmente, había que estar allí, corriendo, solo.



Unos (buenos) minutos después estaba de nuevo en el campo, había dejado atrás una gran ciudad y transitando por, primero, junto a un riachuelo negro como el carbón, y después por zonas de campos, me encontré rápidamente por terreno semidesértico, con un importante viento y con la curiosidad de que estaban construyendo una nave industrial justo en medio de mi camino, habráse visto. Sin novedad empecé a acercarme lentamente al Popocatépetl, volcán activo que dejaba a mi derecha. En realidad estaba dando un rodeo, porque el paso natural entre Puebla y el valle de México se hace entre dos volcanes, por el paso de Cortés, evidentemente porque Hernán Cortes y los suyos pasaron por ahí, pero el camino natural no tiene que coincidir con el histórico, y no lo hace por una sencilla razón: si un mensajero azteca hubiese tratado de cruzar ese paso en esa época en la que me había inspirado no habría salido con vida pues era una región que nunca fue conquistada por el imperio mexica, y los mensajeros tenían que rodear el volcán por el sur, alargando bastantes kilómetros la ruta. Y como un servidor, en lo que puede, quiere ceñirse a la historia, tenía que alargar mi ruta. Como siempre me ocurre y dado que tengo muchas horas conmigo mismo, tarde o temprano surgen los recuerdos de los libros que he leído, de la ruta que he trazado y no me cuesta empatizar con los corredores que tiempo ha corrieron veloces para informar a su señor, en este caso, de la llegada de unos paisanos míos; irían de ida y vuelta, raudos porque lo hacían en cortos relevos, tratando de aportar la mayor velocidad e información, para que sus carreras fueran útiles, no sólo un deber. Por aquí corrieron mensajeros minutos después de que cambiara la historia de este país para siempre. Su estela me sirve de inspiración y excusa.

Ensimismado en mis pensamientos me acercaba tímidamente al Popo, generalmente a mi derecha, pero justo cuando lo tenía enfrente... ¡pum! penacho de humo blanco claramente eructado, no era una nube que pasara por ahí. Cojones. Pero cojones de los de verdad. A ver si se va a liar. Alguno dice que atraigo la mala suerte -qué sabrán ellos...- y prometo que en ese momento lo pensé. Poco después vi a un pastor con un rebaño y como le vi tan tranquilo pensé que esto estaría a la orden del día, así que no me preocupé más, pero en el momento me quedé ojiplático. Hostia, que es un puto volcán activo y que si revienta yo sólo tengo mis piernas.

Tras mucha zona semidesértica entré en bosque y gané altitud, las faldas de casi todos los volcanes suelen ser ricos en nutrientes, con lo que la vegetación suele crecer con abundancia. Este era el caso, y aunque no me daban demasiada sombra por la hora del día, me agradaba estar otra vez rodeado de árboles. La etapa sabía que sería larga, 65 km mínimo con posibilidad de más, porque no tenía nada claro que hubiera alojamiento en el pueblo destino; de hecho aunque salí con la idea de alargarlo aún guardaba alguna esperanza. Por eso iba conservador, andaba en subidas y no me calentaba mucho los cascos con ritmos ni hora de llegada, con la única condición de que no se me hiciera de noche. Las subidas eran pronunciadas en ocasiones, pero era agradable el paisaje y el no saber qué vendría después. En uno de los pueblos cogí un camino, luego un sendero y poco más adelante aquello era una trialera del copón. Otra vez me pregunto cómo narices he encontrado esto en Google Earth, imposible. Lo mejor fue encontrarme empedrados, algunos eran recientes, pero otros estaban limadísimos. Puede que me equivoque, pero un empedrado ancho y muy pulido quizá sea de origen español, y el porqué no es tan difícil: no había animales de tiro en la Mesoamérica precortesiana, cuando llegaron los españoles con los desconocidos caballos los senderos originales se quedaban pequeños, con lo que tuvieron que abrirse en anchura para carros y carretas y más adelante se empedraron. Con cierta pendiente no fueron nunca calzadas usadas por vehículos a motor, y un empedrado pulido requiere de muchas muchas décadas para limar "asperezas". Añadimos que había un camino sur del Popo también de los españoles y mi imaginación iba volando con la posibilidad de que estuviera pisando un camino real español con cerca de quinientos años de historia. Cierto es que en nuestra piel de toro tenemos calzadas romanas con dos mil, pero eso no desmerece estos caminos que verían pasar un nuevo imperio sobre ellos. Este rápido razonamiento que me llevó pocos segundos me ilusionaba, motivaba y distraía. Quizá esta sea la diferencia de darle sentido a estas cosas que hago, me obliga a leer libros, a estar algo más despierto, a encajar piezas, y siempre descubro mucho más cuando estoy en el lugar convenido, la unión de estos tres mundos, correr, leer y viajar encajan especialmente en estos instantes.

Acabando una fenomenal trialera de bajada llego a un riachuelo que consigo saltar, me jode ver un poco de suciedad y una pista empinada de subida que no se corresponde con mi track, discurre paralela. Al no ver alternativa tiro por esa, poco después pregunto a un chico que va en caballo y me confirma que no hay otra, con lo que concluyo que el error de trazado es mío, e intuyo cuál es: en una foto aérea, en un cañón muy cerrado como en el que estaba, si la vista no la tienes perfectamente cenital es fácil que los puntos se te vayan por bastante y "se te salgan" del cañón. Nunca dejo de aprender cosas del trazado de rutas y es algo que me gusta bastante, y aunque sé que es más seguro, fácil y rápido usar tracks que alguien ha hecho previamente, pero experimentar la (¡Auténtica!) emoción de crearte tu propio camino y luego, a ras de suelo, recorrerlo, es una satisfacción que no espero que apenas nadie la entienda, pero que quizá alguno asentirá al leer esto.

Sin siquiera mirar o preguntar si hay alojamiento paso el pueblo «del 65» y me encamino por carretera al lugar "seguro", porque una vez más voy a la aventura, sin reservar, sin saber si la información es fiable ni nada. Además no me atrevo a pegar ningún acorte que tenía en el track porque me impone respeto fallar y tener que darme la vuelta, voy algo justo de hora y no quiero que me coja la noche. Mucho más lento de lo que la paciencia considera razonable, por fin llego a mi destino. Han sido 75 kilómetros, que no está mal para una sexta etapa, once horas. Localizo el alojamiento, hay habitaciones y me queda un día. El sitio, no te lo pierdas, combina gimnasio del pueblo y motel. Música discotequera a todo volumen hasta medianoche, muebles de las habitaciones sacados de algún estercolero y cama de las que te abraza y te deja el culo más cerca del suelo que el de un piloto de Fórmula 1. En fin, menos mal que ya estoy un poco curado de espanto. Me compro toda la comida que creo que puedo comer, y dado que la jornada ha sido tan larga, cuando me quiero dar cuenta ya se me ha pasado la hora de ir a dormir.



Suelo despertarme doblado cuando hago etapas, pero lo de hoy es un escándalo. No sólo dolores y tensiones varias por todo el cuerpo, si no motivación. Estoy bajo mínimos y sólo quiero acabar. En realidad no considero que haya sufrido en ningún momento, pero una semana es bastante tiempo. Aunque duermo en cama y hago al menos una comida al día decente, he pasado calor y humedad, he estado subiendo mil y pico metros al día, desde hace cuatro no bajo de los 2000 m de altitud, llevo una mochila de unos cuatro kilos y me estoy metiendo ocho o nueve horas de tute al día, ayer más. Hacer una semana de 200 km está al alcance de no demasiada gente; una Marathon des Sables tiene 230-250 km por lo general; a otros ritmos, sin dorsal, sin mochila pesada pero con un buena losa de condicionantes también, me voy a meter 450, casi dos Sables. Esto no puede ser sano. Me cuido, como lo que puedo, lavo ropa, me está saliendo todo bastante bien... pero no como, descanso ni recupero de un día para otro ni la mitad de lo que necesitaría, lo haces, porque lo haces, pero a base de exprimir, y eso tarde o temprano pasa factura. Quizá es lo que me estaba ocurriendo en este amanecer, que aunque estaba a un día de acabar, iban a ser un porrón de horas, que estaba cerca, que ya "lo había visto todo" y que ya me había ganado el descanso, no necesitaba un día más, quería acabar, que-rí-a-a-ca-bar. Guarreé por última vez con el desayuno, cuatro kilocalorías mal contadas y sorprendentemente en cuanto me pongo a correr me noto fresco y ágil. Qué cosas. Salgo con la vista puesta en el clásico objetivo motivacional de atracón-ducha-cama, por una bonita zona como la del día anterior, bosque, subebaja de cierta intensidad, algún camino chulo, tranquilidad y a ver qué pasa. Antes de lo que quisiera salí de las faldas del volcán y volvió el ecosistema semidesértico, polvoriento, además hacía viento y calor, los campos estaban pelados, pura arena la mayoría y no invitaban a demasiada contemplación. Pasé junto a pequeños conos, antiguos volcanes inactivos; me metí hasta el tobillo en alguna arena volcánica y campos arados, porque veo que en México, al igual que en España, algunos agricultores meten el arado en su tierra, la del vecino, los caminos y por donde les sale de los cojones. Descubrí en esta última etapa que la diferencia entre correr y andar era el comer un poco, pero estaba tan vago y dejado que comía poco y mal aun sabiendo esto. Un yogur por aquí, un helado por allá; campo, carretera, tierra arada; un pueblo, otro; una academia del ejército aéreo; una larga recta, otra; con cierta impaciencia diviso a lo lejos el pueblo destino, voy junto a una acequia, fea y contaminada, una letrina más bien, pero a estas alturas me da todo lo mismo. Diviso la torre de la iglesia, ese debe ser mi destino. Me acerco, un polígono industrial, unas casa, otras más, callejeo, allí está la iglesia, un coche que casi me lleva por delante, saco la cámara, menos de un kilómetro, una semana ha, bullicio, efecto túnel, cruzo la valla que da acceso a la zona de la iglesia, veo a Luis y a Mati. Un buen abrazo. Llego a la iglesia de Chalco, mi destino. Y esto es todo. Era todo.



Pocos minutos después conducimos por una de las autopistas que dan acceso a la gran Ciudad de México, kilómetros y kilómetros de suburbios muy acojonantes me impidieron llegar adonde me hubiera gustado pero nunca, ni un segundo, me lo planteé. Un buen samaritano me deja ducharme y da de cenar, lo acompaña una buena conversación. Infinitas gracias. Un rato después estoy en la cama, tonteando un poco con el móvil antes de dormirme. Sólo ha pasado una semana desde que dormí aquí y parece que ha sido un año. Todo lo que puedes ver y sentir en una semana muy lejos de lo que conoces hacen que todo esto merezca la pena y aunque nunca consideraré nada de lo que he hecho en mi vida deportiva como extraordinario, me alegro de tener la "valentía" (o la "inconsciencia") de que casi nada me dé miedo y no pase más allá del respeto, porque me permite vivir experiencias que de otra manera nunca viviría.


Un día después Luis organizó en su tienda un pequeño encuentro con gente que había ido siguiendo la ruta por Facebook, ¡fue gente y todo!, mostraron interés e incluso me hicieron algunos regalos (la botella de tequila he pensado en reservarla para cuando muera el presidente de su vecino del norte, ¡espero poder descorcharla pronto!), lo que me reafirma en que lo que más vale de este país son sus gentes. No creo que mi historia sea especialmente digna de ser contada, pero al final vas acumulando una buena cantidad de vivencias que quizá, todas juntas den para un rato. Esta en concreto ha sido la menos dolorosa en tiempo, pero no lo he echado de menos, no quiero épica ni recordar dolor, he vivido intensamente, no me he destrozado cuerpo y cabeza por llegar a cualquier precio, ha sido lo suficientemente desafiante y dura como para dejarme unos meses en merecido barbecho y me ha llenado como deportista y persona lo suficiente para saber que he hecho muy bien en entrenar, gastarme dinero y vacaciones, y esforzarme durante una intensa semana. Una semana que vale un año deportivo. Qué más quiero.
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7 de noviembre de 2017

Vía Azteca: material

Con material probado y requeteprobado, la intención de hacerlo en autosuficiencia en cuanto a él, y con la lesión de pie que arrastraba, tenía bastante claro qué llevaría y qué no... hasta poco antes de hacer la mochila, cuando te asaltan las dudas y los 'porsi...' ¡el auténtico enemigo del correr ágil, ligero y con cierto ritmo! En la continua búsqueda de la mochila más liviana y la mayor versatilidad incorporé pequeñas novedades para limar algún gramo más, todo por comodidad y por tratar de correr con algo más de soltura. Ni que decir tiene que trato de no caer en la estupidez supina y en limar el nanogramo, en este caso era una semana con pocas posibilidades de renovar o reparar nada, apenas sin red, y eso requiere pocos fallos y algún ligero comodín. Fue todo perfecto, la verdad, sé en qué liga juego y qué material debo llevar para hacerlo pero siempre pueden ocurrir cosas no previstas. Las zapatillas fueron la mayor duda por la lesión que arrastraba, mucha prueba y algún tuneo después di con la clave. El resultado de todas estas divagaciones, en el siguiente vídeo.



Run the History - Vía Azteca - Material [YouTube]



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26 de octubre de 2017

Vía Azteca: ruta

Casi 500 años después no queda vestigio de la posible ruta que siguieron los corredores-mensajeros aztecas, ni que decir tiene, pero un afortunado hallazgo en forma de trabajo y la bondad de quien lo cuelga públicamente sin esperar nada a cambio más que ayudar de igual manera que otros le ayudan a él fue la base principal de mi ruta. Gracias, Adrián.
No hay una ruta que pudiera "copiar y pegar" o descargar como track en dicha tesis, algún mapa, algún trazado sobre foto aérea, pero sobre todo localidades de paso. El trabajo es bastante interesante e instructivo y buceé en él para extraer la máxima información posible porque, ahora sí, esto ya no era sólo historia, tenía que correr por esos caminos y carreteras, buscar soluciones reales a los problemas, programar etapas y hacerlo de una forma segura y razonable. Aunque tengo experiencia en Google Earth, no me impide fallar, no ver una valla o meterme donde no me llaman, con lo que con toda la atención que pude reunir, en un par de días tenía la ruta. Para mi susto -otra vez- tenía 60 kilómetros más de los esperado, un día extra, de seis a siete, que parece fácil y que da lo mismo, pero son un buen puñado de horas extra. Esto lo supe, como viene siendo ya tradición en un servidor, a menos de una semana de coger el avión.

Cuando tracé la ruta tenía dos cosas claras: la salida sería de Veracruz y la meta no sería en Ciudad de México. Nunca me lo planteé, es sencillamente una locura. Y cuando vi la ciudad en persona, los increíbles suburbios de poco más que chabolas consecutivas durante decenas de kilómetros supe que había hecho bien. La ruta no es la línea recta, ni la más corta entre ambas localidades, de hecho da un rodeo por el sur importante. Además, pasado Puebla, hace otro rodeo por el sur del volcán Popocatépetl que a ojos de los no iniciados puede parecer ilógico, pero tiene su porqué: Tlaxcala era enemigo acérrimo de Tenochtitlán, un mensajero no hubiera llegado con vida a la capital azteca si hubiera elegido el paso corto y rápido, dejando el Popo a su izquierda; ese paso actualmente se llama Paso de Cortés porque él sí pudo usar este puerto de montaña al ir con sus aliados los tlaxcaltecas. Esa vuelta era un día más, aproximadamente. Y, finalmente, busqué el final en Chalco porque es donde empieza la Ciudad de México (a más de 40 km del centro) y porque era una de las puertas de entrada a las lagunas y de ahí a la legendaria Tenochtitlán.

El primer día ya tuve problemas de trazado dado que se me quedaba o corta o muy larga. Elegí la primera opción por ser la primera etapa... pero en algún momento iba a tener que recuperar esos diez kilómetros. La segunda de nuevo tenía un problema parecido pero lo solventé por llevar asistencia. La tercera acababa al pie de un kilómetro vertical tras pasar un día muy urbano por transcurrir por un valle muy habitado. Y se acabó. No tenía nada más planificado en cuanto a etapas, ni mirado alojamientos, ni nada, absolutamente nada más que una track. Me gusta la flexibilidad, pero un poco más de preparación tampoco hace daño a nadie, digo yo. 420 km/60 km=6 días. No conté el clásico error de trasladar Google Earth al terreno, que fácilmente se te va un 5-10 % por muy meticuloso que seas con el ratón. Y así fue, 65 km al día y 450 km totales.

La ruta sube hasta la meseta en la que se asienta el valle de México, a más de dos mil metros de altitud, tenía unos 1000 m de desnivel positivo por día, evité todo lo que pude el asfalto y tenía desde paisajes casi selváticos los primeros 70-80 km hasta una zona desértica con cactus como en las películas, el paso de ciudades de cierto tamaño como Puebla, a incluso transitar junto a volcanes o ver a lo lejos un seismil.



«La vía azteca. El camino entre el Valle de México y el centro de Veracruz durante el Posclásico tardío» (Adrián Hernández Santisteban) [Academia]│Vía Azteca [Google Maps]│ser13gio [Wikiloc]


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4 de octubre de 2017

Veracruz-Tenochtitlán, la carrera tras la llegada de los españoles

Las crónicas cuentan que tras el avistamiento de los españoles liderados por Hernán Cortés en las costas de la actual Veracruz, el emperador Moctezuma lo sabía en 24 horas. ¿Es esto posible? ¿O «al día siguiente» como se dice en alguna otra fuente? Porque si es este segundo valor, podría haber más margen horario. Vamos a intentar demostrar si alguno de los datos es posible.

El mensaje debió de salir de algún punto cercano a la actual Veracruz y llegar a Tenochtitlán, capital del imperio: por concretar más sitúo el punto final en los denominados «Baños de Moctezuma», en el Bosque de Chapultepec, por ejemplo. Echemos números.
Representación idealizada de la llegada de Hernán Cortés a México [Memoria Política de México]

Veamos primero las distancias: 321 km en línea recta; 426 km en carretera actual según Google Maps; 408 si se elige la modalidad de bicicleta según la misma fuente; según mis tracks, que tienen base histórica, que discurren bastante más al sur para evitar una región por la que los mensajeros no podrían haber cruzado, eran, según la previsión, 423 km hasta Chalco, donde finalicé mi ruta, a lo que hay que añadir 43 km más hasta los baños, es decir, 466 km. En realidad me salieron 447,59 km sin añadir esos 43 km, es decir, 491, pero si le añadimos el 10 % de error entre lo previsto y lo real (49 km, pues) se va a los 495 km, 500 kilómetros para redondear. Sorprende que ninguna fuente que haya consultado se acerque a esta cifra, unos los dejan en "trescientos y pico", ninguna pasa de los 420, lo que da una idea de lo pobres que son, en ocasiones, los estudios históricos que no se han tomado la molestia de trazar una ruta moderadamente fiable para basar sus afirmaciones. Siendo muy benévolo, podemos suponer que la ruta eran 50 km menos por ir más directos, pero entra dentro de una suposición, ya digo, bastante benévola.



La distancia entre relevos la situamos en unos ocho kilómetros, aunque hay cierta horquilla, lo más corto de cinco y lo más largo de en torno a once kilómetros, en cuestión de ritmo no varía en exceso porque aunque fuesen los corredores a tope, siempre sería un subtope, para llegar en condiciones de transmitir el mensaje, porque iban por sendas, porque diez horas del total de la ruta serían nocturnas y "lastra" la media diurna, porque se sube a más de 2000 metros de altitud, etc.

Tras un simple cálculo obtenemos que se necesitan 62 relevos para 500 km (56 para 450 km). Es decir, se necesitaban entre 55 y 61 puestos de avituallamiento y relevo en el recorrido desde la costa a la capital, lo que hace suponer que la red estaba extraordinariamente bien organizada y planificada. Recuérdese además que los mensajes podían ir duplicados como ya se explicó, el primer mensajero recitaba el mensaje, el siguiente lo memorizaba y echaba a correr hasta la siguiente posta, y luego llegaba el mensaje de confirmación que procedía igual. Desconocemos si este mensaje en concreto de la llegada de los españoles iría duplicado o no, pero entre 56 y 124 corredores mensajeros participaron en el transporte de esta información.

Y ahora vamos con las medias de velocidad. En 8 km se puede desarrollar una alta velocidad, era gente entrenada y cuyo trabajo era ese, recorrer esos 8 km a la máxima velocidad posible; por otro lado, debían estar alerta, no perderse, guardar alguna fuerza por si eran atacados, el terreno no era llano, no eran amplias pistas y, sobre todo, los relevos nocturnos, por mucho que se conociesen la vereda como la palma de la mano, ralentizan la media. El 22 de abril de 1519, día siguiente de la llegada de los españoles, y tomando una localidad intermedia (por ejemplo, Tecamachalco, en el Estado de Puebla), las horas diurnas eran de 12 horas y 44 minutos, algo más de medio día, y la diferencia con el día completo, obviamente, las nocturnas. Es decir, la influencia de la noche era de unas once horas astronómicas, aunque sabemos que podemos ver antes del amanecer y después del atardecer astronómico: digamos que unas 10 horas nocturnas y 14 horas diurnas, redondeando.

¿A qué velocidad podrían correr de día por sendas conocidas, algo de desnivel, sin calentamiento previo, de "sopetón" y muy ligeros? Quizá te sorprendiese tras comer, o en plena siesta, pero muchos estarían perfectamente preparados y descansados para la misión. Creo que ritmos de entre 3'30" y 3'50"/km, casi "haya lo que haya" son posibles para gente bien preparada y siendo buenos atletas, entre 17 y 15,6 km/h. ¿Y por la noche? Aquí sí es más probable que cogiera durmiendo, o si hacían guardias, puede que no tan probable en época de paz, al menos algo aletargados. Sin apenas iluminación más que una tea o antorcha que pudieran llevar, aun conociendo muy bien el terreno y cada piedra, la media tiene que bajar necesariamente, supongamos entre 4'00" y 4'30", y quien ha corrido por la noche sabe de lo que hablo, es decir, en una horquilla de 13,3-15 km/h. Pero además había que transmitirse el mensaje, por muy breve que fuese la persona emisora necesitaría recuperar el resuello, se repetiría no menos de tres veces y la persona receptora debía memorizarlo y repetirlo hasta estar seguro de que no habría duda en que se transmitía fielmente, palabra por palabra. Serían, lógicamente, mensajes muy sencillos y breves, pero al mismo tiempo la brevedad dejaría al emperador poco más que como se había quedado. Suponiendo que se pierda sólo entre 45" y 1'30" en esta labor, esto implica en torno a una hora en transmitir los mensajes sumando todos los relevos. Esto, como digo, en el mejor de los casos en que los relevos se hacen perfectos.

Recopilamos:

450-500 kilómetros
56-62 relevos de unos 8 kilómetros
10 horas nocturnas y 14 diurnas
ritmos de entre 3'30" y 3'50"/km de día
ritmos de entre 4'00" y 4'30"/km de noche
45"-90" en cada relevo

Vamos con la calculadora:

Respecto a los ritmos diurnos se podrían cubrir entre 218,4 y 238 km. Por la noche, entre 133 y 150 km. Los extremos nos dicen que considerando los peores ritmos diurnos y nocturnos cubrirían 351,4 km, y en el mayor de los optimismos, 388 km. Ya podemos concluir que no cubrieron los 450-500 entre Veracruz y Tenochtitlán en un día. Otra variable que desconocemos es la hora de salida. Eso puede determinar que hubiera segunda noche o no, lo que amplía la horquilla de tiempos.

Y hasta ahora no hemos considerado aún los relevos. La variabilidad de tiempos de relevos se ha considerado de entre 42' (45"x55) y 1h33' (90"x61). Dado que no tenemos más datos, tomamos un simple promedio, que nos da como resultado: 1h07'30" empleados en relevos.

Lógicamente todos estos cálculos tienen su margen de error: nos estamos basando en una ruta de la que se tiene cierta fiabilidad pero con una horquilla de 50 km (10 %); los ritmos reales se desconocen, por supuesto, pero dentro de la intuición y la experiencia no deberían ser muy lejanos a los presentados, con más error en el caso de los nocturnos; los tiempos de relevo son también intuitivos, pero se entiende que la maquinaria de transporte de mensajes estaría muy bien engrasada y probada; la calidad de los corredores se presupone, pero encontrar un grupo de 50-60 (o 120) atletas con marcas cercanas a los 35' en 10 km (sólo en esta ruta, había muchas más, por supuesto) no es tarea fácil. Es decir, sin pretender ser demasiado exhaustivo y aunque hay margen de error fruto de muchos datos que desconocemos, no creo que vaya demasiado desencaminado en los cálculos. Y dichos cálculos resultan en que para cubrir la distancia entre la actual Veracruz y Tenochtitlán por relevos cortos se precisaban de entre 28 y 35 horas.

Habiendo hecho el recorrido casi íntegro, pero en unas condiciones mucho más sencillas por la amplitud de caminos y carreteras, constatando que no hay grandes desniveles -pero tampoco es precisamente plano-, me decanto por los ritmos más lentos, diría que entre 32 y 36 horas si no hay contratiempos y siempre suponiendo buenos corredores, ligeros y bien coordinados.

Es decir, y respondiendo a la segunda pregunta de si pudieron llegar «al día siguiente», la contestación es sí, si el primer corredor salió aproximadamente antes del mediodía.


Vía Azteca: Veracruz-Tenochtitlán [Google Maps]│Tecamachalco, 22/04/1519 [SunCalc]


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14 de septiembre de 2017

Painani, los mensajeros del imperio azteca

Todo imperio necesita un medio de comunicación rápido y fiable, una facción rebelde, una región disconforme o un invasor necesitan una respuesta ágil y veloz, y para responder hay que conocer. El imperio azteca o mexica no disponía del caballo, lo importaron por primera vez los españoles que llegaron a América, con lo que la sangre humana sería el motor de comunicación de la América prehispánica.

Una sociedad tan marcada por la religiosidad como la azteca no dejaría escapar la oportunidad de sacralizar también a los mensajeros, que estaban consagrados al dios Paynal -que algunos traducen como «corredor»-, de ahí que el nombre genérico de los mensajeros sea el de painani, aunque esta era la denominación también de uno de los subtipos. Painani viene a significar «correr rápido», «corredor que corre», «correr ligero» o «corredor liviano».

Los tres subtipos de corredores se dividen en, primero, los painani, que transmitían la información, con protocolo ceremonial y religioso, pregonando, ricamente vestidos, y para uso digno y protocolario, y dada la importancia y categoría del asunto, era asumido por hijos de familias nobles. El segundo subtipo eran los corredores mensajeros yciucatitlantli, que eran los correos exprés, donde el tiempo era vital, corredores rápidos, ligeros de carga y sabedores de la importancia de algunas de las misiones. Finalmente están los tequihuatitlantli, con cierto grado dentro de la jerarquía militar, informaban del desarrollo de una batalla.

Dios Paynal [Painani.org]

Aunque los painanis tenían un componente religioso, los tres subtipos eran militares y usaban instalaciones militares para desarrollar su trabajo. Donde había el equivalente a los cuarteles militares, allí vivían para servir a la mayor brevedad posible, y si no existían pequeñas edificaciones denominadas techialoyan  que servían como torres de vigilancia, control de movimientos del enemigo, pero también como puesto avanzado, de relevo y de avituallamiento de los corredores más veloces. Porque un sistema de correos dentro de un imperio que quiere ser veloz precisa de relevos y para eso se requiere una infraestructura en condiciones para efectuarlos.

Los mensajeros se educaban en el telpochcalli, lugares que hacían la vez de colegios, seminario y cuartel -pues era también donde se cumplía el servicio militar-, una formación completa a partir de los 15 años pues el imperio valoraba la formación de su pueblo en grado sumo. La vida en los telpochcalli no era sencilla en parte porque una de las técnicas de endurecimiento y aprendizaje se basaba en el autosacrificio, se les daba a los chicos arduas tareas al límite de su resistencia física, se les enseñaba el arte de la guerra, se les castigaba con frecuencia, se memorizaban largos textos de épocas pasadas y se enseñaban cánticos religiosos, todo para formar a los futuros adultos en los mejores guerreros y ciudadanos que el imperio pudiera tener. Los que destacaban como corredores podían pasar a un grupo especial de entrenamiento, que posiblemente incluyese subidas a templos escalonados, carreras de velocidad, entrenamiento de fuerza y saltos. Debían conocer sendas y veredas -en el imperio no había demasiados caminos anchos dado que no se utilizaba ganado de tiro ni se empleaban carros o carretas-, saber moverse con velocidad por ellos, conocer técnicas de vadeo de ríos, aprender los atajos, moverse por la noche y desempeñar la carrera en condiciones atmosféricas variables. Algunos de ellos serían destinados a misiones de mensajería, estarían apostados en techialoyanes, y a pesar de la inmunidad de la que gozaban por ser mensajeros, sabían defenderse.

Painani [México es cultura]

Los corredores mensajeros se comunicaban, especialmente, de palabra, y en ocasiones por escritura pictográfica, pues había dibujantes que podían transmitir más cantidad de información con un dibujo y seguía siendo algo ligero de transportar para no retrasar el correo, especialmente en tiempos de guerra, los yciucatitlanti, que eran los mensajeros más veloces. Portaban un vara que les distinguía como mensajeros reales y quizá pudiera servir como apoyo en los terrenos más técnicos y escarpados. Se citan como distancias entre los techialoyan, postas, de unos 8 kilómetros -alguna fuente habla de 5, otras hasta de 11- y hay informaciones de que se llegaban a recorrer 600 km en 24 horas: un rápido cálculo arroja la cifra de una media de velocidad de 25 km/h, algo total y absolutamente imposible bajo ninguna condición. Otras fuentes hablan de 420 km al día, siendo la media de 17,6 km/h, difícil pero más cerca de la realidad para un cuerpo de corredore rápidos, entrenados y profesionales. En mensajes importantes se duplicaba el correo para confirmar la veracidad del mensaje, corriendo, por supuesto, separados para que al llegar a destino no tuvieran comunicación entre ellos: el primero quedaba retenido y aislado hasta la llegada del segundo, y si éste ratificaba lo dicho por aquel, era puesto en libertad.

Su calzado -si lo llevaban- posiblemente serían unas sencillas sandalias, posiblemente no muy diferentes de las huarache de los rarámuri actuales pero sin la suela de neumático, obviamente. Llevarían una sencilla camisa fina no más allá de la rodilla para facilitar el gesto de correr y alguna capa gruesa en las raras jornadas en las que pudiera hacer frío, pues recuerdo que buena parte de las rutas son por encima de los 2000 m (Tenochtitlán está a unos 2250 m de altitud).

En tiempos de paz eran usados para lujo y disfrute del poder, pues les enviaban exotismos como nieve y hielo de volcanes cercanos (como el Popocatépetl) o pescado fresco llevado desde la costa. En ambos casos posiblemente fueran en un recipiente de barro para mantener la temperatura lo más baja posible y en el caso del pescado podría ir salado para conservarse mejor.

Sin duda, el mensaje más importante que nunca transportaron los painani es de la llegada de unos barcos como nunca se habían visto y dirigidos por blancos barbudos, a la actual Veracruz, el 21 de abril de 1519.


«El correo en la época prehispánica» [Correos de México]│«Historia del correo en México» [Aficionados a Coleccionar]│Telpochcalli [Wikipedia]│«The art of Aztec running» [Mexicolore]│«Los painanis» [Espacio de andante]




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10 de agosto de 2017

Moctezuma Xocoyotzin y Hernando Cortés Monroy

Moctezuma Xocoyotzin (en náhuatl Motēcuhzōma Xōcoyōtzin, Moctezuma «el joven», o Moctezuma II) y Hernando Cortés Monroy Pizarro Altamirano, marqués del Valle de Oaxaca, personifican el choque de dos mundos separados por un océano, que se desconocían mutuamente, que entendían lo suyo y lo ajeno de una forma diametralmente opuesta y que, como suele ocurrir en la historia, acabó con un vencedor y un vencido. Es un apasionante encuentro en la historia de la humanidad que no volverá a ocurrir excepto si alguna vez encontramos vida más allá de este planeta, y hasta cierto punto eso fue lo que ocurrió con el "descubrimiento" de América, a la escala de los siglos XV y XVI.

Cualquier encuentro de civilizaciones implica mucho más que sus líderes, pero pueden servir como vehículo para contar este episodio tan vibrante de la Historia, que nos compete directamente dado que se estaba construyendo un imperio que aunque sentimos lejano nos puso durante algunas décadas en el centro del mundo. A costa, en varias ocasiones, de demoler otros imperios con fuerza, astucia, algunos virus y ciertos avances tecnológicos. La historia de la conquista del actual México fue rápida y sangrienta, con más inteligencia y perspicacia de lo que creemos, con cierta superioridad técnica pero no la suficiente para desestabilizar la balanza, con inesperados giros del destino, con decisiones críticas que pudieron cambiar, literalmente, los cinco siglos que han transcurrido desde entonces. A partir de la conquista, la Nueva España sería parte de la Vieja durante tres siglos y aunque parezca contradictorio, México fue hecha española gracias a los mexicanos y consiguió su independencia gracias a españoles. Esta es, brevemente, la vida de los dos protagonistas de la conquista como guión de la historia de esa fugaz lucha de espadas y estrategia que apenas duró dos años.

Moctezuma Xocoyotzin

Moctezuma [Carlo Ardán Montiel]
Hernán Cortés




Hernán Cortés [Medellín Historia]

Moctezuma nació en 1467 o 1468 en uno de los barrios de Tenochtitlán, la capital del imperio mexica, uno de los muchos hijos de Axayacatl, sexto señor de los mexica, fruto de un matrimonio de conveniencia para dominar la capital del imperio. Como solía ser habitual, a los tres años fue destetado y separado de su madre y desde tan temprana edad tuvo que aprender su oficio, el de guerrero, y hacerse valer entre la nutrida competencia de la casa del padre, rodeado de hermanos y parientes que ambicionaban el poder, en una lucha de todos contra todos. Recibió educación rigurosa y metódica, sin amor ni odio, en una constante actividad siempre in crescendo según pasaban los años, acarreando tareas con autonomía cada vez más difíciles y siempre sometido a una estricta dieta. La disciplina y la obediencia se incorporaron en estos primeros años a su ADN dado que de adulto y actuando como gobernante supremo del imperio, rozó lo patológico.


Entre los hermanos los había con mejor posición de partida para conseguir el poder imperial, más fuertes, mejor aconsejados, más competitivos, y Moctezuma no tenía la suficiente cercanía al todopoderoso padre. Pero quizá esta fortísima competitividad hizo que fueran cayendo todos los elegidos, luchando, mostrando su valentía, y fue como un premio a los duros años de la calmécac -la escuela reservada a la elite- donde se enseñaba a gobernar y dirigir a la plebe. Aparte de oratoria, muy apreciada en el imperio, se les sometía a un régimen de trabajo y de tratos que rozaban el abuso, baños helados, castigos ejemplares, noches en vela, expediciones a los montes cercanos, todo para dar forma a los mejores guerreros y dirigentes de ejércitos del imperio. Duro, inflexible y disciplinado, su personalidad comenzaba a formarse nítidamente en el servicio militar obligatorio que comenzaba con quince años, y que implicaba aprender progresivamente el oficio culminando con el apresamiento de un guerrero enemigo en solitario. No sólo superó la formación sino que lo hizo con honores, entrando a formar parte de los cuachictin, los «cabeza rapadas», el cuerpo de elite del ejército azteca.



Pasada la instrucción, y a la edad de veinte años, contrajo matrimonio, por supuesto de conveniencia, para ganar poder y asegurarse amistades. Más adelante llegarían otros matrimonios, siempre estratégicos, más la cohorte de concubinas y barraganas que según algún exagerado autor cifra en 4000 mujeres, pero que con que fueran la mitad -lo más probable- nos da una idea del personaje.



Autodisciplinado, elegante, educado, de buenos modales -hasta se lavaba dos veces al día en unos baños que aún se conservan en la Ciudad de México-, Moctezuma era "demasiado perfecto" y seguía escalando en cuanto a poder y posibilidades de ser entronizado. Tras la muerte del emperador otros pretendientes rivales de Moctezuma estaban mejor situados, y sin embargo, y para sorpresa general, él fue el elegido por sus destacados valores. Al parecer cuando se le quiso comunicar la noticia, el modesto Moctezuma estaba barriendo el piso del santuario donde se encontraban, y una vez notificada su designación, volvió a la escoba para acabar lo que había empezado, así era el talante de Moctezuma. Con él comenzaba el que sería el último mandato imperial azteca independiente. Era 1502.




Recién llegado al poder se convirtió pronto en un rígido déspota y en un tirano, en su mayor parte debido a que el Estado mexicatl empezaba a mostrar signos de agotamiento y consideraba que sólo con mano dura podría revertirse la situación. Con el anterior mandatario se había vivido el cénit del imperio, pero empezaba a desmoronarse a ojos vista cuando Moctezuma se hizo con el poder, una clase militar que ambicionaba más poder, unas clases bajas descontentas y unas regiones que cada vez retaban más al poder central suponían un clima potencialmente explosivo que podía desencadenar el fin del imperio algo que, desde el principio, Moctezuma sabía que no iba a tolerar bajo su mandato y aplicó la mano dura con la silla de gobierno aún ni calentada. Desde medidas más dóciles -como la educación, moldeando las futuras generaciones a gusto del poder-, más estratégicas -limitar el poder económico de la nobleza-, como de hondo calado político, pues el imperio no dejaba de ser un popurrí de pueblos y señoríos política y económicamente autónomos que podían incendiarse a la primera chispa dado que el sistema imponía un duro pago al gobierno central en forma de cosechas y sangre para combatir, ocasionando un permanente descontento en dichos pueblos. Todas estas medidas le fueron granjeando la peor de las famas entre su pueblo y las elites gobernantes, pero estaba volviendo a refundar, en la medida de lo posible, el imperio que fue, centralizado, nacional, unido. Tal era el desencanto, que en la expedición de reconocimiento de 1517 a cargo de Francisco Hernández de Córdova, mucho creyeron ver en él -como ocurriría luego con Cortés- al dios Quetzalcoatl, el dios justo que se fue de esas tierras prometiendo volver algún día, como salvación al gobernante Moctezuma.




Con el imperio consolidándose pero con enemigos tanto dentro del poder central -nobles, elites, militares- como en las naciones que estaban bajo el paraguas azteca -todas dominadas excepto la rebelde Txalcala, que nunca lo hizo-, una sorpresa venía del este, se avistaron unos grandes barcos que auguraban, al menos, novedades.
Hernán Cortés nació en Medellín hacia julio de 1485, su familia era de lo que ahora denominaríamos una clase media, teniendo una vida aparentemente normal y sin sobresaltos, de la que nos ha llegado bien poco excepto algún relato de una frágil salud que estuvo a punto de llevarle al otro barrio en más de una ocasión, especialmente en un episodio de mal aria (malos aires, malaria o paludismo). A los catorce años le envían a Salamanca para tener algunos estudios y empezar a labrarse su vida. Sin constatarse que haya hechos estudios formales, trabajó y se formó un par de años en leyes y estudió latín, y especialmente lo primero y los subterfugios legales que empezó a conocer en Salamanca le valdrían para más adelante. Pero por la razón que fuera y de la que no hay certeza, volvió a su pueblo natal, pasó brevemente por Valladolid a ejercer como escribano -lo que le siguió formando en leyes y letras- y tomó finalmente las armas como medio de vida. En esa época, con América descubierta, le atrajo más la idea del mar que la opción italiana (guerra en Nápoles), y alguien de secano -y extremeño, de los muchos que emigraron a América- eligió la vía marítima. En 1504, con diecinueve años, partió hacia la Española, actual Santo Domingo, a la primera colonia española en América, donde ya había asentamientos, infraestructuras, escuelas, gobierno y de donde partían las expediciones que irían ampliando el incipiente imperio español.

Quizá Cortés sintió que llegaba tarde, que en ese nuevo mundo sería un don nadie, que las tierras y el poder estaban ya repartidos, además La Española sufría una brutal inflación que hacía a los colonos mendigar e incluso morir de hambre, y además pudo constatar que se cometían abusos lo que implicaba un notable agotamientos natural e indígena (las tristemente famosas encomiendas); o quizá sólo quería más aventura, pero el caso es que pronto puso sus ojos más hacia el oeste, y fue reclutado para la expedición de Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda de 1509 aunque no pudo participar por un tumor en una pierna. En esa expedición sí participó como soldado Francisco Pizarro (conquistador del Perú) y ese mismo año Diego Colón (hijo de Cristóbal) fue nombrado gobernador de La Española. La miríada de estrellas del firmamento histórico tenía el epicentro en Santo Domingo en estas fechas. Diego Colón encargó la conquista de la vecina isla de Cuba a Diego Velázquez, amigo de Cortés, un par de años después y la oportunidad de abandonar la pobre y agotada Española se presentó ante sus ojos. Fue una campaña rápida, sin apenas resistencia ni lucha, pero en la que Hernán Cortés comenzó a destacar por su valor, prudencia y liderazgo, quizá por vez primera se sentía como avanzadilla, como parte del grupo de poder. Como premio por los servicios, fue nombrado alcalde de la capital, comenzó a lucrarse con minas de oro y a practicar la ganadería, además de estar cerca de los círculos de poder lo que le abriría pronto oportunidades. Aunque también afloró el temperamento rebelde de Cortés, lo que le llevó a los primeros enfrentamientos con Velázquez y a un distanciamiento progresivo. Hacia 1514 o 1515 tomó por esposa a Catalina Xuárez, parece que en un principio yendo bien, pero más adelante sus ambiciones y oportunidades los distanciarían.

Dos expediciones -1517 y 1518- pusieron en conocimiento la existencia de la América continental, o al menos grandes extensiones de tierra más al oeste de las posiciones cartografiadas, aunque ya se tenía conocimiento de las mismas por expediciones previas con resultados nefastos. Derrotados por las fuerzas indígenas pero habiendo despertado el interés español, se fue dibujando la costa de Yucatán, se encontraron posibles zonas de desembarco, de agua potable y se constató la buena localización de Cozumel como punto intermedio entre Cuba y el continente. Pero sobre todo conocieron la existencia del vasto imperio de Colúa, Culúa, México, aparentemente rico, extenso, poblado y avanzado. Especialmente por lo primero, se inició la burocracia para pedir al monarca español la autorización para iniciar nuevas exploraciones, se financió con dos terceras parte de Diego Velázquez y una de Hernán Cortés -la mayoría de expediciones eran de financiación privada-, se reunió el personal, el material y los aprovisionamientos, y el 10 de febrero de 1519, con no pocos inconvenientes y la rivalidad ya manifiesta entre el capitán de la expedición -Cortés- y el gobernador y principal patrocinador -Velázquez- partía de Cuba rumbo a Cozumel haciendo parada en La Espñola una de las expediciones más exitosas de la historia, en once -de diez a trece según las fuentes- navíos con unos 450 hombres -de 400 a 600, con unos 50 marineros-, incluyendo 16 caballos y 14 cañones. La mayoría eran andaluces (30 %), castellanos (20 %), extremeños (13 %) y leoneses (10 %), aunque había representación de toda España y de varias nacionalidades más; también 12 mujeres se embarcaron. Medellín, el pueblo de Hernán, es el que más emigrantes aporta en la época, con lo que no es del todo extraña la coincidencia, por supuesto, motivada por la pobreza de la región española. La vecina Trujillo aportaría, por ejemplo, a Francisco Pizarro, conquistador de Perú, pariente de Cortés. Las instrucciones, origen de un gran conflicto posterior, eran las de que la expedición era de exploración, no de conquista ni de poblamiento. La "letra pequeña", nunca escrita y quizá negociada con su capitán Cortés, es que habría conquista y poblamiento en beneficio de Velázquez, con lo que éste desoiría los preceptos del monarca español -pero que posiblemente trataría de convencer con un suculento pago en oro-, ganando todas las partes. La realidad fue que Hernán desoiría también a su gobernador, lo puentearía y usando la misma estrategia, colmaría al monarca de oro suficiente para legitimar la empresa que estaba a punto de acometer.

Y es que fue pisar la costa mexicana y emerger el conquistador que parecía que latía dentro de Hernán Cortés. Nadie de su entorno -ni por supuesto su benefactor Velázquez- pudo intuir esta faceta del extremeño, pero con 34 años, en una playa de la recién fundada Rica Villa de la Vera Cruz, el 21 de abril de 1519, nace un nuevo Hernán Cortés, el conquistador. En esa playa rompe con su pasado, sólo atiende a su propio interés de grandeza, lucro y aventura y se inicia un importante capítulo de la Historia, con mayúsculas, el de la conquista del imperio azteca.






































































































































Hernán Cortés y Marina Malinche en Veracruz [María Cecilia Rossi]

La llegada de Cortés y su gente a la zona de la actual Veracruz fue una increíble sorpresa para los indígenas locales, y sólo media hora después de echadas las anclas por la borda, un par de canoas se acercaron a las naves españolas. Pero dado lo estructurado del imperio, apenas unas horas más tarde el capixiqui (el recaudador de impuestos central desplazado a las otras provincias por orden del emperador) envió a Tenochtitlan las primeras noticias para informar de los españoles, posiblemente aún sin entrar en contacto con los españoles. A la mayor velocidad que les daban sus piernas -eran corredores- los portadores de la noticia se encaminaron en dirección oeste para informar a su señor Moctezuma, que acogió la nueva con preocupación. Un imperio centralizado como el azteca tenía un red de caminos que permitía la comunicación, tanto por motivos militares como comerciales o de movimiento de personas, pero también para la difusión de mensajes. Esta red es la que emplearon estos mensajeros-corredores para notificar la noticia de la llegada de los españoles a la costa del golfo de México de unos extraños seres de piel clara, barbados, en unas impresionantes naves donde además transportaban unos no menos impresionantes e inmensos animales, los caballos, desconocidos en las tierras americanas. Posiblemente este primer mensaje sería breve, somero y de boca a boca, la urgencia era lo más importante.








Moctezuma supo de la llegada de los españoles posiblemente hacia el 22 o 23 de abril de 1519, quizá el 24, se reunió con su consejo asesor, nunca hubiera esperado un problema así, pero decidió contestar de la mejor forma. Entre la sorpresa inicial se volvió a confundir que la expedición española era la del dios Quetzalcoatl con lo que, por si acaso, envió una comitiva de cinco notables al encuentro con algunos presentes para el potencial dios

Cuando Cortés divisó la comitiva se dispuso a recibirlos con educación pero aprovechó el efecto sorpresa para dar el primer golpe de mano. La transformación que afloró estos primeros días de Cortés en tierras mexicanas se basó en unas innatas y hasta la fecha desconocidas habilidades estratégicas; una gran capacidad de mando; un conocimiento de los hombres, debilidades y fortalezas, los suyos y los indios que iba encontrando, tomando decisiones en ocasiones severas pero también tolerantes, compresivas y amables cuando era necesario; valiente y decidido en el campo de batalla, pero también en la negociación política y en la planificación de sus actos; una ambición desmesurada fruto de un objetivo claro y extraordinariamente ambicioso; y, finalmente, un desapego progresivo hacia su país de origen y una curiosidad y amor por lo que iba encontrando a su paso, por lo que no es exagerado afirmar que progresivamente Hernán Cortés fue convirtiéndose en mexicano con el paso de la expedición. El recibimiento de la comitiva mexica acabó con cañonazos como salvas, mostrando el poderío español ante el asustado indígena. Cortés 1-0 Moctezuma.





























La población indígena de la vecina Cuetlaxtlan se acercó a los hombres blancos recién desembarcados para entregarles, como presentes, comida fresca, y dado el inclemente tiempo de la jornada de desembarco, construyeron pequeños techados para proteger a los recién llegados. En este momento es cuando surge la figura de Malinche, una indígena que fue entregada unos días antes por un gobernador de Cozumel y que tenía la habilidad -junto con la del español Jerónimo de Aguilar, capturado por indígenas y que chapurreaba maya- de traducir y facilitar la comunicación a cuatro bandas, una laboriosa y lenta forma de comunicación pero que sacó del anonimato a esta mujer en este primer encuentro indígena. La habilidad y viveza de Malinche hizo que se convirtiera no sólo en traductora, sino en fiel consejera de Cortés, aliada, mano derecha y hasta, en ocasiones, colaboró activamente en la toma de decisiones. También fue compañera de Cortés y le dio un hijo.


Por primera vez Moctezuma movió ficha, mandó a un numeroso grupo de magos, brujos y hechiceros al campamentos español. Pero por todos es sabido que la magia, los espíritus y las religiones sólo funcionan con los creyentes de las mismas, con lo que, como es fácil imaginar, obtuvieron un rotundo fracaso.

También mandó a unos oscuros personajes, los tlacuiloque, pintores o dibujantes, que pululaban por el campamento español y que no era otra cosa que puro espionaje militar

Lógicamente y por muy secreta que fuese en principio la política de Moctezuma respecto a los españoles, pronto la población conoció la llegada de los extranjeros, con lo que poco después se desató si no una histeria colectiva sí una honda preocupación entre la ciudadanía de la capital. ¡Además eran inmunes a las prácticas de los mejores nigromantes! Pero en regiones no precisamente amigas de Tenochtitlan podía cundir otro sentimiento y ser aprovechado para rebelarse contra el poder establecido, con lo que Moctezuma debía de actuar de una forma más decidida y contundente para evitar problemas intestinos.

De hecho, al "segundo día", en cuanto los vecinos totonacas advierten de que los españoles no eran amigos de los aztecas, empieza a parlamentarse una alianza con Cortés, pues aquellos estaban muy en desacuerdo con la política extractiva azteca. A Moctezuma le crecían los enanos.
Con la ayuda de los intérpretes, Cortés tuvo la primera reunión con un dirigente local, lo que le vale para ir conociendo las tensiones que subyacen en el imperio, tensiones que aprovechará en su favor. El estratega está naciendo.

Pero en este momento también hace un movimiento magistral: al llegar a la playa funda Veracruz, más sobre el papel que sobre el terreno, se apresura a nombrar responsables de la misma a colaboradores cercanos suyos, crea su ayuntamiento y gobierno. Lógicamente escoge a gente fiel a su causa porque éstos le nombran a su vez, como autoridad que ya son, justicia mayor y gobernador. De un plumazo, y con el poder de las leyes, se ha quitado a Diego Velázquez de enmedio. Ahora sólo responderá ante Dios, Carlos V de Habsburgo a miles de kilómetros de allí y ante sí mismo: de esto le valieron los años en Salamanca y Valladolid.


Lógicamente Diego Velázquez, que de tonto tenía poco, y era en definitiva quien había elegido a los responsables de la expedición, tenía partidarios suyos en la misma, que pronto intentaron oponerse al ardid de Cortés. Fueron apresados y luego liberados, pero cuando llegaron a los oídos del medillense que pensaban robar un barco para volver a Cuba e informar a Diego, Hernán decidió barrenar los barcos para evitarlo: de aquí surge el mito de la determinación de Cortés y que ha pasado al ideario popular de hundir (o quemar) sus naves para evitar una huída, en realidad no quería evitar un posible vía de escape de sus hombres sino que se informase al gobernador de lo que se estaba cociendo en la América continental.






































Uno de los hechos claves, como ya se ha comentado, es que el imperio azteca tenía importantes disensiones internas, nunca resueltas. El coste del mantenimiento del imperio, la burocracia, la espléndida Tenochtitlan, el ejército, las guerras, se costeaban todo con los impuestos que pagaba la población, con los excedentes de la agricultura, y además había que añadir personas para nutrir ejércitos y para los conocidos sacrificios humanos. En esta tesitura muchas regiones vivían en una economía de supervivencia, al límite de la pobreza y la revuelta, sin poder invertir, crecer, progresar, bajo el yugo azteca, y con un permanente estado de insatisfacción que era un perfecto polvorín. El estratega Cortés pronto reconoció estas debilidades del sistema y como no pensó nunca en otra cosa que no fuera mirar a la capital, usó las latentes desavenencias en su favor. Huelga decir que 400 o 500 nombres nunca hubieran conquistado el imperio azteca por mucha diferencia tecnológica que tuvieran -espadas de acero, armas de fuego, caballos-, por muy motivados que estuvieran, por muy organizados y disponiendo de tácticas militares superiores. No eran rivales para un imperio, aunque hubieran necesitado una proporción 10:1, el imperio los hubiese borrado del mapa en una batalla, y si no era suficiente, una proporción 100:1 o 1000:1, gente preparada para morir tenían de sobra.




Moctezuma, mientras tanto, en vez de plantear la guerra directamente optó por la diplomacia, seguía mandando mensajeros, con regalos cada vez de más valor y dando excusas para evitar el encuentro y el largo viaje hasta la capital. Se añade que Cortés siempre dijo que era un enviado de su señor, su embajador, algo no del todo falso, pero que le confería una inviolabilidad a ojos de las tradiciones de esa parte del mundo. La opción diplomática irritó a parte del poder y abrió nuevas fisuras internas.

Como militar que era, la lucha en la costa con barcos en ella no era la mejor opción, siempre tenían una escapatoria por allí. Prefería atacarles tierra adentro, exterminarlos a todos y borrar de una vez la oportunidad de reaprovisionamientos de nuevas fuerzas.
Cortés, cada vez más seguro de sí mismo, quería entrevistarse personalmente con Moctezuma, no le valían emisarios, su rey no se lo permitiría, rechazaba las misiones diplomáticas -pero no las dádivas- con buena educación  pero firmeza, tenía que ir personalmente a la capital, presentarle sus respeto al emperador y hacerle llegar los deseos de su rey.

Por primera vez surge una alianza en tierra mexicana, lo que incitó al envío de emisarios espías de otras regiones subyugadas a Tenochtitlan a conocer a los españoles. Lógicamente Cortés dispersó todo lo que pudo la información de la nueva situación para que los enemigos del imperio fuesen posicionándose a su favor. A la vez, al menos por ahora en el caso de los totonacas, era un camino sin retorno: aliarse con los extranjeros, si estos perdían, supondría un durísimo y ejemplar castigo por parte del imperio, con lo que dispusieron de los mejores hombres para nutrir la cada vez más poblada expedición liderada por los españoles. Nacía la fructífera alianza entre los españoles y los mexicanos enfrentados a los aztecas.





























Hernán Cortés, por Christoph Weiditz, posiblemente el único retrato de Hernán realizado en vida, de 1526 [For Tenochtitlan]

El 16 de agosto de 1519 parten las tropas en dirección a Tenochtitlan y lo hacen con la inestimable colaboración de los primeros indios: el contingente lo formaban los 400 españoles que desembarcaron -un pequeño reducto se quedó como salvaguarda en Veracruz-, 1300 totonacas y una ingente cantidad de siervos, cocineros, esposas, niños, caballos, perros y cerdos. Moctezuma facilitó la marcha alimentando a las tropas a su paso para dar la sensación de amistad, cuando el plan secreto era darles batalla más adelante.

No se hizo esperar la primera batalla -y hasta tres más- en campo abierto, contra los tlaxcaltecas esta vez,  enemigos de los aztecas. Todas recayeron del lado español (y totonaca), lo que finalmente se resolvió en negociaciones. En otro torpe movimiento diplomático, varios aliados de Moctezuma intentaron abortar éstas, y ante tal injerencia y temiendo que Tenochtitlan se abatiese en su contra, consiguió precisamente lo contrario, que se firmase la paz entre Tlaxcala y Hernán Cortés.



Moctezuma sabía del poderío militar de Tlaxcala, de hecho era el mayor territorio que nunca había podido doblegar el imperio azteca, quedando como una isla dentro del mismo. La balanza se empezaba a inclinar del lado español lentamente y el hábil emperador decidió cambiar el paso: en vez de ponerles excusas e impedimentos a los españoles para entrar en la capital, no sólo les agradecería la visita si no que les dejaba el camino expedito y se lo facilitaba. Todo por alejarles de Tlaxcala y sus temibles guerreros.

Lógicamente no todo iba a ser un camino de rosas, si podía eliminar a los españoles antes, lo haría, o al menos debilitarlos, y para ello urdió varios planes.

Aprovechando los fallidos planes de Moctezuma, un hermanastro y rival de éste le empezó a hacer la guerra interna para destronarlo, contando con el apoyo de la nobleza y los militares, cada vez más en contra del emperador.
Cortés que a la fuerza se había convertido ya en un hábil estratega en terreno hostil, agradeció el gesto de Moctezuma, pero a la vez no iba a dejar a sus aliados por el camino, tenía que dejarse siempre amigos para salvar una posible retirada.

El camino recomendado para ir a la capital era por Cholula, aliado de Moctezuma pero que recibió a los españoles -y sólo a ellos, el resto del ya amplio contingente debía aguardar extramuros-  con los brazos abiertos.

Casi de una forma casual Cortés se enteró de que era una encerrona y actuó de una forma devastadora. Reunió a buena parte de la población y sobre todo a sus dirigentes a una recepción en palacio, en un clima de cordialidad. Una vez todos dentro, se bloquearon las puertas y los hombres de Cortés pasaron a cuchillo a todos los allí presentes, indefensos, sin piedad ni miramientos, en, posiblemente, el acto más brutal de Cortés y sus hombres. El mensaje era triple: para Moctezuma por la trampa; para Cholula por la traición; para el resto, como aviso de lo que les podía pasar.




























A estas alturas el contingente liderado por los españoles era de una dimensión formidable, si ya los españoles eran temibles en una batalla abierta, y lo habían demostrado en varias ocasiones, ahora contaban con miles de soldados locales, ávidos de guerrear con los aztecas de los que habían sufrido innumerables daños y humillaciones. Esto lo sabían los mexica perfectamente, y la opción de la lucha cuerpo a cuerpo quedaba ya descartada a estas alturas. Aunque Moctezuma les siguió haciendo el juego doble de esperarles con los brazos abiertos y a la vez prepararles emboscadas, dentro de la ciudad de Tenochtitlan la superioridad tecnológica española quedaba mitigada, el uso de los caballos no era determinante, y el conocimiento del entorno urbano local podrían ser determinantes para la victoria final. Además, los locales se jugaban el todo o nada, una fuerza motivadora sin igual en toda guerra.

Tenochtitlan, mural de Diego Ribera [Javier Medina Loera]

Otro factor a añadir era la compleja disposición urbanística de Tenochtitlan. Hay que recordar que la actual Ciudad de México, se asienta sobre una zona pantanosa ahora desecada. En época de Moctezuma la ciudad era una isla, con apenas unos pocos accesos terrestres fácilmente bloqueables siendo el resto accesos acuáticos, difíciles para un ataque y también para una huída. Esta ventaja estratégica y el conocimiento del terreno Moctezuma las consideraba sus mayores fuerzas, mientras que Cortés, posiblemente ya conocedor de la difícil empresa de la conquista de la ciudad por tamaño, acogió con agrado la suculenta oferta de no batallar hasta la entrada de la ciudad: al menos no perdería efectivos antes de la batalla final.

Un último factor: Cortés y sus hombres eran sólo una avanzadilla, un grupo de embajadores de un rey poderoso como sólo la imaginación mexica podía suponer. Este embajador y su reducido grupo de hombres blancos había puesto en jaque a todo el imperio azteca y habían ido descubriendo las riquezas del mismo. Nunca el rey debería de tener constancia de ambos hechos, de que habían llegado a la capital y habían sido derrotados, y de que las riquezas aztecas eran inmensas. Para ello no podía quedar un español con vida que transmitiera esta información.

Encuentro de Moctezuma y Hernán Cortes [Fuenterrebollo]

Finalmente, el 9 de noviembre de 1519 Hernán Cortés hacía una entrada triunfal en la venerable Tenochtitlan, posiblemente la ciudad más importante del mundo en su tiempo. Cautos y orgullosos, con sus mejores ropas y alerta, seguidos de sus aliados indígenas, Cortés entraba en la mítica capital azteca produciéndose finalmente el tan buscado encuentro con Moctezuma, que salió a su paso. Este encuentro representa, sin duda alguna, el encuentro de dos mundos, para asombro y admiración mutua. La población les recibió con flores y adornos y el propio emperados Moctezuma agasajó al líder español con dos preciosos collares. Es difícil, quinientos años después, extraer de crónicas posteriores y de informes burocráticos qué sintieron realmente ambos líderes, pero muy posiblemente un sincero respeto. Ambos eran líderes, ambos sabían lo mucho que se jugaban, uno de los dos acabaría muerto o apresado, pero las palabras de aquellos dos hombres que nos han llegado, algunos acontecimientos posteriores y la magnitud del momento invitan a pensar que así fue, que ese estimaban, se respetaban y que pronto surgió quizá incluso afecto. Hombres duros en épocas duras nunca dejarían que un simple respeto o afecto nublasen su objetivo, pero a pesar de lo que fuera a pasar, y ambos sabían que algo iba a pasar, como personas valoraban a quien estaba a su altura y a buen seguro que se analizaron concienzudamente en este y siguientes encuentros exponiéndose el uno al otro posiblemente con sinceridad.



La llegada de los españoles supuso el avivamiento de las fuerzas opuestas a Moctezuma que no podían entender cómo se les había dejado entrar hasta la mismísima capital, con el riesgo que ello conllevaba.

Moctezuma con el enemigo en casa y en la puerta de al lado, cada vez más superado por los acontecimientos, dudaba y no tenía especialmente claro cómo atestar el golpe final contra los españoles, que a la vez quitaría fuerza a los golpistas.

Añádase la inquietud y el malestar del pueblo al tener una fuerza invasora enemiga en tus mismas calles, con otras religiones, otras costumbres y siempre armados.

El clima, por todos estos factores era un polvorín.
La ferviente religiosidad de Cortés al respecto de la religión le hizo cometer un par de errores impropios del excelente estratega en que se había ido convirtiendo.

Fueron alojados en un palacio y pronto descubrieron de una forma casual una pared recientemente tapiada, que al derribarla les mostró un inmenso tesoro. Por si había dudas de qué hacían tan lejos de casa tal cantidad de oro se lo recordó.

Cortés fue informado de que las vías de comunicación y suministro habían sido atacadas y Juan de Escalante, alcaide de Veracruz, muerto.

Cuando Cortés se enteró de este ataque acusó a Moctezuma de orquestarlo, y en una tensa discusión el, esta vez sí, pusilánime Moctezuma, posiblemente con la única posibilidad de salvar la vida ante el airado Cortés, se entregó al mismo que le apresó ordenando arresto domiciliario.
























Unas dos o tres semanas después de los acontecimientos de Veracruz, con Moctezuma aún preso, se presentaron ante él y Cortés a los cabecillas de ese ataque. Moctezuma era aún el dirigente nominal, aunque sin libertad para sí, Cortés era cada vez más fuerte y conocedor de la facción enfrentada que quería tomar el poder en el imperio, y en sus manos tenía a un cabecilla local al servicio de Moctezuma que fue condenado a la pena capital por éste en una de sus últimas muestras de poder. Además Cortés acusó al emperador de conflagrar en su contra, y en un acto de prevista humillación, engrilletó a Moctezuma.

La ejecución del subordinado rebelde de Veracruz fue cruel y pública, por supuesto con el ánimo de amedrentar a la población que sabía que tenía cautivo a su líder y que además había dictado la sentencia de muerte del ejecutado. Moctezuma estaba anulado, la actitud débil de éste había dado fuerzas a los opositores -posiblemente el poder real al que ahora se enfrentaba Cortés- y, sin embargo, éste de nuevo era alertado de una conspiración en contra del emperador, consiguió apresar al mismo y quitó poder a estos opositores dándoselo a su cautivo Moctezuma. El doble juego de Cortés era oportunista y cuidadoso, siendo él siempre el que salía reforzado de estas disensiones y enfrentamientos soterrados.


Cortés, como el púgil que sigue golpeando a su rival aunque éste ya haya caído a la lona, continuó degradando a un ya desarmado Moctezuma, haciéndole prometer lealtad al rey Carlos. En dicho acto, un Moctezuma humillado rompió a llorar y todos los presentes, duros guerreros mexicas y españoles, curtidos en mil batallas, que habían abierto en canal innumerables cuerpos, lloraron con él al ver al otrora emperador arrastrar su dignidad de aquella manera.

Moctezuma, como si padeciera síndrome de Estocolmo, se sentía mejor tratado y respetado por los españoles, en general, que por su pueblo, que lo veía como un traidorQuien tenía trato directo con el azteca le respetaba también más y más, sus buenos modales, su inteligente conversación y la cortesía que siempre tuvo para con los españoles se granjeó la amistad de sus guardianes. Sólo Cortés, también jugando su papel de líder, era el más duro y hasta cruel con él, sometiéndolo para el beneficio de su causa.

Como estúpido no era, y como estaba en su imperio, era conocedor del desembarco de Narváez y pronto inició conversaciones con él.
Sabiéndose con el control de la situación, y por el ferviente ardor religioso de Cortés, se fueron haciendo exigencias cada vez más humillantes, sobre espacios de culto o remuneraciones en oro para supuestas obras del rey Carlos.

Y, sin embargo, esta vez sí, la fortuna le dio la espalda a Hernán Cortés. Y de una forma sorprendente: compatriotas suyos, comandados por Pánfilo de Narváez enviados por Diego Velázquez arribaron a Veracruz para poner orden ante los desmanes de Cortés. La orden expresa de Pánfilo era arrestar y ejecutar al rebelde Hernán Cortés. La orden la dictó, quién si no, Diego Velázquez, el valedor de Hernán Cortés.

El dificilísimo panorama era ir hacia Veracruz al encuentro de Narváez y tratar de derrotarlo allí -pero muy posiblemente se sublevasen en Tenochtitlan- o quedarse en la capital y dejar que su enemigo español entrase, admirase y se inflase con las vistas de la magna ciudad, lo que sin duda le daría la razón perfecta para ajusticiar a Cortés.

Finalmente, Cortés salió al encuentro de Narváez a Veracruz, dejó un destacamento al mando de Pedro de Alvarado, y a toda prisa fue en busca de su compatriota.































Superados en una proporción de cuatro a uno, pero conocedores del terreno y con aliados locales, los españoles de Cortés lanzan una ofensiva, algo inesperado por los españoles de Narváez, el cual, a pesar de estar en sobreaviso de la impulsividad de Cortés no se esperan que los arrollen de semejante manera. Pero no sólo con armas se ganan las guerras: los soldados de fortuna de Narváez se dejan sobornar con facilidad, los tesoros aztecas sirven para derrotar españoles por españoles y decantar la balanza. Estos mismos mercenarios se unirían a Cortés para continuar en la capital azteca lo que Cortés había dejado a medias.

Mientras tanto en Tenochtitlan, la olla a presión en que se ha convertido la ciudad implica que rumores y habladurías lleguen a oídos españoles con más o menos frecuencia, y uno de los más insistentes es el de una inminente sublevación. Copiando el quehacer de Cortés en Cholula, Pedro de Alvarado provoca una matanza entre indefensos, pero esta vez es muy probable que no hubiera revuelta detrás. Es la llamada Matanza del Templo Mayor. El pueblo se enaltece, los ciudadanos están hartos de la presencia española y tlaxcalteca, y la olla no aguanta más presión.


El polvorín en el que se ha convertido la capital mexica no reconoce a su líder, y cuando Moctezuma, obligado por los españoles para que calme a las masas, es humillado por el pueblo que le debía obediencia, ocurre la tragedia. Aunque existen varias versiones -darle muerte por los españoles en sus aposentos, ser asesinado delante de su pueblo- la más probable es la de que en una lluvia de piedras una le alcanzó la sien y prácticamente lo mató en el acto. Moctezuma, el último emperador azteca que realmente gobernó sobre su pueblo, moría a manos de su pueblo, el 27 -o 28- de junio de 1520.
Cortés llega a toda marcha a Tenochtitlan, altivo por la victoria y enrabietado al conocer que Moctezuma había negociado con Narváez. Ya sabe de la matanza de Alvarado, no le desacredita. Las masas van rodeando los palacios donde se han hecho fuertes los españoles, Cortés usa a Moctezuma de escudo, debe calmar a su pueblo.

Ante la imposibilidad de controlar a las masas, los españoles se ponen a la defensiva, tapian paredes, hacen acopio de alimentos, seleccionan lo mejor del botín... Están rodeados, no hay forma de detener las oleadas de ataques y había que morir en Tenochtitlan o escapar en cuanto hubiera ocasión.
















La Noche Triste [Medios Radiofónicos Michoacán]

El 30 de junio, por la noche, los soldados españoles, fuertemente armados y con lo que cada uno podía cargar en oro y joyas, se deslizaron por las calles de la espectacular capital del imperio azteca, en una salida indigna para Cortés pero en el límite de la supervivencia. Un grupo tan numeroso, con animales, con acero, en un clima tan exaltado, fue descubierto cuando ya estaban avanzando por las calles y se corrió la voz. Se conoce como La Noche Triste. Piedras, utensilios de cocina, palos, todo lo que los aztecas tenían a mano era armas contra los españoles, pero pronto llegaron también soldados armados. Entre el terror de verse rodeados, la estampida generalizada y el peso del oro, perecieron 900 españoles como ratas, acorralados, linchados, ahogados en las lagunas por el peso de lo que será su tumba y pretendía ser su salvación económica eterna. Un pueblo enrabietado se tomó la justicia y sólo un tercio de los españoles consiguió salvar la vida, hubo muchos heridos.

Hernán Cortés, el conquistador que había puesto en jaque a todo un imperio, está a punto de derrumbarse. Lo ha perdido prácticamente todo, la mayoría de sus hombres, a grandes amigos, casi toda la riqueza acumulada. Se retira, con el rabo entre las piernas, en terreno hostil, hostigado por el enemigo y con el ánimo destrozado. Tal es la situación de desesperación de las tropas que se llega a dar un caso de canibalismo.

Los aztecas y sus aliados les plantan batalla, pero como buen ejército formado que es, el de Cortés hace frente y, aunque la superioridad numérica es muy evidente, con astucia y algo de fortuna consiguen vencer una batalla que tenían muy cuesta arriba gracias a que centraron sus esfuerzos en matar al líder del ejército enemigo.

Un ejército prácticamente destruido, física y moralmente, exhausto, escuálido, llega a Tlaxcala, a la ciudad de sus aliados. Éstos les ofrecen protección, comida, descanso. Los españoles se lamen las heridas, los aztecas vuelven a su vida creyendo que los españoles se dirigirían a Veracruz, embarcarían y volverían por donde habían venido. Pero por algo Hernán Cortés ha pasado a la historia.

Lamidas las heridas, con fuerza y disciplina, Cortés va recomponiendo su maltrecho ejército, ahora conoce mucho mejor a su enemigo, conoce la ciudad y sabe de sus riquezas. Y, además, Tenochtitlan sufrió su primera epidemia de viruela, importada, por supuesto, por los españoles. Los virus y las brutales pandemias que sufrieron los indios americanos fueron la fuerza más desequilibradora en este periodo, de una forma callada y sin esfuerzo por el invasor, fue diezmando y desmoralizando a los indígenas, en este caso, además, dejando tiempo para el rearme español. Incluso el recién nombrado emperador Cuitláhuac moriría por la viruela, y su sucesor, Cuauhtémoc, ofrece condiciones ventajosas a los pueblos que antes habían apoyado a los españoles.

Pero Cortés ya estaba rearmado, preparado para presentar batalla, pero con una estrategia diametralmente opuesta: no esperaría la bondad de otro Moctezuma que le abriera las puertas, no volvería a quedar atrapado en una ciudad, no habría retirada ni otra Noche Triste. Con sus fortísimos y numerosos aliados tlaxcaltecas, prepararon un asedio a la ciudad de Tenochtitlan, algo relativamente sencillo por ser una isla rodeada de lagunas, incluso una pequeña flota de bergantines construidos con madera local de doce metros de eslora se construyeron para controlar el tráfico marítimo de las lagunas. Cortés y sus hombres bloquearon las calzadas que daban acceso, controlaron el trasiego de canoas aztecas y con las líneas de suministros estranguladas, empezaron a asediar la ciudad. Los aliados de los aztecas que intentaban romper el cerco son repelidos por los castellanos y, definitivamente, la ciudad de Tenochtitlan queda rodeada, asediada y sin suministros exteriores. Sin embargo, los ataques españoles y tlaxcaltecas son también repelidos, uno tras otro, a pesar del formidable ejército de unos 150000 efectivos -aunque los aztecas contaban con el doble-, que por supuesto eran en su inmensa mayoría indígenas, recuérdese que Cortés desembarcó con 500 hombres como mucho, dejó en torno a 150 en Veracruz y aunque fue reforzado por los de Narváez, el número sigue siendo ridículo en comparación con el contingente de la batalla final. De aquí que no es osado afirmar que el imperio azteca fue conquistado por los propios indígenas, o visto de otra manera, ellos ayudaron a la fundación del México actual, aunque fuera al servicio de una fuerza extranjera.

Cortés hace numerosos intentos de llegar a una solución pacífica, para asegurarse la victoria, pero posiblemente también porque no quería destruir la ciudad pero siempre obtiene la negativa por respuesta. Pero los asedios son guerras por desgaste. Va derribándose casa por casa, se conquista calle a calle, se deja que la población muera de hambre. Los episodios de canibalismo se suceden, primero con prisioneros españoles y tlaxcaltecas, luego entre ellos. Cuando se gana una calle los soldados se horrorizan al ver la decrepitud de la población, comían las malas hierbas, las cortezas de los árboles, cualquier prenda de vestir. Cortés corta el suministro de agua dulce para acelerar el desenlace. Mientras tanto, los españoles entran cada vez menos en batalla y son los tlaxcaltecas quienes, con extraordinaria crueldad, realizan matanzas contra la población azteca indefensa, en una venganza que duraba décadas. Incluso los españoles, curtidos en guerras y tropelías, se escandalizaban por semejantes salvajadas, pero Cortés dejó hacer, en uno de los actos más mezquinos de su biografía. A la vez, Hernán Cortés expresaba su pena por verse obligado a destruir tan bella ciudad, pero no parece que mostrase la misma pena por los más de cincuenta mil cadáveres que yacían por las calles de su añorada ciudad, que provocaban tal hedor que los castellanos la abandonaron por no poder soportarlo.

Apresamiento de Cuauhtémoc [Memoria Política de México]

Como suele ocurrir con muchos líderes, el emperador Cuauhtémoc intentó huir pero fue apresado, se le obligó a pedir que su pueblo depusiese las armas, y una vez lo hicieron, vino el saqueo. 75 días -93 según otras fuentes- duró el asedio, el 13 de agosto de 1521 cayó Tenochtitlán, la capital del imperio azteca. La guerra de conquista -para unos- y de venganza -para otros- había llegado a su fin, nunca los españoles hubieran podido lograr semejante empresa sin sus aliados locales, nunca una guerra civil fue tan bien dirigida por fuerzas extranjeras y nunca el ganador de una contienda local alentada por aquellos ha dado tantos réditos. Los vencedores fueron los españoles, tlaxcaltecas y totonacas, aunque quien finalmente recogió la mayoría de los frutos fueron los primeros, pero nunca hubiesen logrado este éxito sin la ayuda indígena, nunca. En la batalla final murieron entre 50 y 100 españoles, 100000 aztecas.

Vencer en la capital no implica dominar un imperio, pero ayuda. Se sucedieron batallas contra otros pueblos, se fue extendiendo el poder político español y seguían mezclándose las razas: desde el día del desembarco, los dirigentes indios ofrecían a sus hijas para que les diesen nietos mestizos. Un poder colonizador se debe hacer valer y trató a los indígenas, en general, como a unos seres inferiores, a los que había que dirigir y ordenar, llevarles al buen camino de la fe católica y educarlos en la cultura e idioma correctos. Y, sin embargo, dentro de esta mentalidad colonialista, desde el principio curas católicos aprendieron el náhuatl para predicar en su lengua, Cortés dio órdenes de respetar el patrimonio cultural y las encomiendas que iban surgiendo tenían orden de tratar con respeto a la población local. Dentro, obviamente, del contexto del siglo XVI, de un pueblo colonizado, del ambiente bélico previo, etc.

Tras enviar informaciones al rey Carlos V, Cortés inicia la reconstrucción de Tenochtitlan para convertirla en la capital de la Nueva España y del gobierno del imperio, que había quedado muy maltrecho al estar descabezado. Cumpliendo su palabra, los pueblos que le ayudaron recibieron importantes ventajas y disfrutaron de gran autonomía. Cortés ejerció durante un tiempo un poder absoluto, político, jurídico, legislativo. Cuauhtémoc, el emperador apresado, sigue en su puesto, tiene capacidad de mandato, lo que para Cortés es una ventaja para controlar a su pueblo. Conocedor de lo que había ocurrido en La Española y Cuba, donde la economía se basaba en un modelo puramente depredador y extractivo, para su país trata de aplicar leyes que permitan planificar a largo plazo, desde el tipo de agricultura y roturación, las cabezas de ganado o el trato humano a los indígenas para evitar su sobreexplotación, no tanto por compasión si no por mero utilitarismo, pero con una mentalidad ciertamente adelantada a su época en algunas cuestiones. Pero no todos pensaban igual, y con el aislamiento de las encomiendas y la pobreza en las comunicaciones era, en ocasiones, difícil aplicar la ley, por lo que algunos sometían a la población local a trabajos extenuantes, lo que unido a la fuerza más devastadora de América, las pandemias, redujo la población local de unos 25 millones de personas en 1519 a unos pocos miles -menos de 17000 según alguna fuente- en 1532.

Tiempo después Hernán Cortés se reencuentra con su esposa Catalina Juárez, quien al poco, en extrañas circunstancias, muere. Esta será una de las muchas acusaciones que tendrá que luchar en los tribunales españoles durante años.

Pero Cortés no está falto de ambición: no ha llegado a la tierra de las especias que buscaba Colón, pero sabe que hay mar al otro lado, mar que puede que sí le permita llegar a las añoradas islas Molucas. Prosigue sus conquistas sin grandes impedimentos hasta el «mar del sur», el océano Pacífico, el cual es tomado en nombre del rey de España. Para ello, como anécdota, necesita azufre para seguir haciendo funcionar la temible artillería y varios españoles escalan el Popocatépetl para recogerlo, posiblemente la primera ascensión nunca hecha al volcán activo. Con mucho retraso Cortés ya sabía que Magallanes había doblado el estrecho que desde entonces lleva su nombre y que inició la circunvalación del continente americano, por lo que era razonable pensar que él estaba a ese lado del mundo y se abría la posibilidad de continuar por mar hasta las especias.
Hernán Cortés [Memoria Política de México]












Hernán sigue teniendo ansias de conquista y en un arrebato de cólera por la traición de uno de sus capitanes, inicia la expedición más desastrosa de su vida, rumbo sur, a las Hibueras, actual Honduras. Comienza casi como un desfile militar y acaba penando dos años por unas selvas impenetrables, muriendo indígenas y españoles como moscas. Ciénagas, cocodrilos, vadeos de ríos e indios que siguen la estrategia de tierra quemada son una tortura para el ejército cortesano. En otro momento bochornoso de su biografía, temiendo una traición, ejecuta al último emperador azteca, Cuauhtémoc, ahorcándolo de un árbol. Ni sus compatriotas lo vieron justo, pero quizá la ira y la frustración de tan penosa expedición, la culpa de estar metiendo a cientos de sus hombres en un callejón sin salida era el combustible que sólo necesitó de un rumor para desatar la deflagración.

Cuando, casi de milagro, consigue retornar a la renacida Ciudad de México -con tres mil hombres menos, principalmente mexica-, se encuentra el peor de los panoramas: los gobernantes que dejó a su cargo han convertido la ciudad y el imperio en sus fábricas personales de amasar dinero, se han cometido injusticias y tropelías ganándose la animadversión del pueblo, se han dictado sentencias aleatorias y sin fundamento, y a todo aliado de Cortés se le ha apartado del poder e intentado arruinar por todos los medios. Y el siguiente era él. Las víboras que gobernaban Nueva España acusaron a Cortés de mil y un delitos, mientras éste se debatía entre la vida y la muerte por las fiebres que traía de las Hibueras. En 1527 fue desterrado de Ciudad de México; los amigos de tantas batallas y peligros fueron apartados del poder, confiscadas sus posesiones y arruinados; Cortés tuvo que malvender posesiones de las pocas que no habían sido expropiadas; y el rey parece que poco a poco le da la espalda.

Un año después inicia un largo viaje a España para defender su honor, posesiones y poder ante el rey de España. Aunque en un principio consigue buenos réditos de la visita -marquesado de Oaxaca, autorización para nuevas conquistas- son tantos los pleitos abiertos, tantos los enemigos y las sanguijuelas ávidas de poder y sobradas de envidia que rodean al rey, que Cortés invierte una ingente cantidad de tiempo y dinero en defender lo que considera suyo y en ser retribuido por los inmensos sacrificios que él y los suyos han realizado para aumentar el poder y las riquezas de la corona española. Pero nunca más será restituido como gobernador de la Nueva España. Cuando regresa a México, ya su país, dolido con su patria, se encuentra un panorama desolador, cada vez los gobernantes son más despóticos, las decisiones más arbitrarias y la corrupción más galopante, le esperan muchas y graves acusaciones y mientras trata de defenderse ante tribunales corruptos y manejados por el poder, él prepara varias expediciones para conquistar y, posiblemente, para volver a sentir la adrenalina de la conquista y la emoción del espíritu libre que se busca su destino. Para costearlas amasa una importante fortuna gracias a su buena disposición comercial, encarga la construcción de navíos, se aprovisiona concienzudamente y reúne una muy buena tripulación para iniciar la conquista del oeste de México, descubriendo la península de California, fundando ciudades y encontrando nuevos pueblos. Incluso ayuda a su pariente Francisco Pizarro con vituallas y armamento que se encuentra en situación comprometida en el lejano imperio inca.

Isla [sic] de California [Academic]


En 1540 parte de otra vez hacia la Vieja España para litigar de nuevo. Tiene tiempo de participar en la batalla de Argel, de descubrir los tejemanejes que rodean al rey, de desesperarse, de recibir malas noticias de nuevas expropiaciones de sus bienes, mientras un cada vez más envejecido Hernán Cortés pena por la corte, en Valladolid, en Madrid y luego trasladándose a Sevilla, tratando de restablecer su patrimonio y nombre, el rey lo ignora cada vez más. Aquejado de las fiebres con las que volvió de África, apesadumbrado y prácticamente arruinado, encontraría la muerte por disentería en casa de un amigo el 2 de diciembre de 1547, en Castilleja de la Cuesta.

Placa conmemorativa del cuarto centenario de la llegada de Hernando Cortés a las playas de Veracruz, situada en el exterior de la Iglesia Jesús Nazareno e Inmaculada Concepción de Ciudad de México

Ni siquiera muerto pudo descansar en paz, pues sus restos han sufrido los vaivenes de viajes, presiones políticas e intereses nacionalistas hasta reposar, parece que finalmente, en una pequeña iglesia de Ciudad de México, donde ni siquiera se puede acceder a las proximidades del nicho donde reposan sus huesos y donde no se puede ni tomar un recuerdo fotográfico por deseo expreso de esa Iglesia que tanto ayudó a difundir por tierras americanas. Arrinconado por la incomprensión y la falsa vergüenza del país que le vio nacer, vilipendiado por las parte negativa que sólo quiere ver un nacionalismo mal entendido, y deshonrado por una nación que no sabe defender a los ojos de la Historia a los hombres que han forjado su personalidad, Hernando Cortés Monroy, marqués de Oaxaca, inventor de México, recibe, casi quinientos años después de su muerte, el incómodo e injusto trato que suelen dar a los expatriados. Al menos, descansa en el país al que se consideró más unido en los últimos años de su vida, en el que deseaba reposar para siempre, su país.


«Hernán Cortés» (José Luis Martínez)│«Moctezuma» (Germán Vázquez Chamorro)│«Breve historia de Hernán Cortés» (Francisco Martínez Hoyos)│«Tlaxcala. El aliado de Hernán Cortés» (José María Buceta)│«Armas, gérmenes y acero» (Jared Diamond)│«Colapso» (Jared Diamond)│«Virus y pandemias» (Ignacio López-Goñi)


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