25 de noviembre de 2015

Sharp shins, el mensajero iroqués

Cada día soy más caótico. No es que me apasione, me gustaría ir con las cosas un poco más atadas y con más tiempo, pero no me es posible; o no lo hago lo suficientemente bien. Este año/temporada ha ocurrido otra vez, rozando el escándalo por pobre previsión y trabajo previo, algún día quizá me pase factura y sigo tirando de intuición, improvisación y experiencia, pero sé que es un crédito que algún día se me acabará.

El dueto de la Iznik Ultra y la ruta Peyk sólo unos días después me dejó buen sabor de boca, me había metido más de 200 km en menos de una semana, 140 de competición, y aunque fueron duros ambos eventos, sorprendentemente recuperé muy bien del primero, y en el segundo corrí a buenos ritmos y todo el rato, sin andar nada. Al día siguiente alucinaba bastante con lo razonablemente bien que estaba. Pero como tengo ya cierta experiencia a la vuelta me lo tomé con calma y dejé recuperar al cuerpo sin prisa, no tenía objetivo, algo quería hacer pero no sabía el qué ni cuándo. Ni cuánto. Pasados unos días comencé con suavidad a subir entrenamientos, pero con mucha calma, lógicas molestias, un poco vago, pero sensaciones decentes. Posiblemente es la vez que he recuperado mejor y más rápido en años. Ciertamente alucinaba. Pero no todo iba a ser tan bonito. Era de esperar.

Empecé a encadenar molestias -nivel superior a simples sobrecargas-; me puse malo varias veces. Ambos síntomas de sobreentrenamiento, de no asimilar y de estar débil. Una molestia en un gemelo tiene un pase; que me costipe con mirar un virus, también; pero estuve dos meses dando tumbos, entre unas cosas y otras era frustrante no conseguir evolucionar, asentarme, centrarme, y así no iba a ningún lado. Durante un breve periodo de tiempo pensé en encadenar lo más pronto posible Iznik+Peyk con algún reto serio, aprovechando la forma y la inercia. Fue imposible. A principios de junio ya tenía un cabreo monumental, porque la idea inicial de hacer algo en julio se me escapaba, estaba en un punto majo de forma pero me quedaba mucho para encontrarme de verdad preparado para algo serio, que seguía sin saber qué era, aunque ya había descubierto el Erie Canal, la "salvación" y única posibilidad que veía para el Iroquois Trail, aunque se me quedaba algo corto, pues en algún sitio leí que trescientos y pico kilómetros, en otro que cuatrocientos y poco. Me daba lo mismo, en esos momentos sabía que así no iba a ningún lado, no tenía seguridad ni el entrenamiento para nada interesante, me quedaba casi todo el trabajo por delante y estaba descentrado por tanto problema físico.

Y llegó julio. El peor julio de la historia, en cuanto a temperaturas digo. Sólo dos veces en mi vida he pedido que se acabase lo peor del verano, que mira que me gusta, pero fue excesivo. Durísimo, tostándome mucho, volviendo muchos días doblado, asimilando mal. No sé cuándo leí que el calor era la "nueva altitud", que los cambios fisiológicos necesarios para la adaptación (¡o la supervivencia!) al calor eran parecidos, y los beneficios se notan. Intentar entrenar cuatro días a la semana a pie, con intensidad, al mediodía, incluso sin ser una zona de las más calurosas del país, pero ya entrenamientos larguillos fue extraordinariamente duro, y a finales de julio estaba reventado, física y aún más psicológicamente, tocado de sufrir siempre, de sentir que no asimilaba, de sobrevivir a duras penas. Y por supuesto no sabía si iba a hacer algo o no en estas circunstancias, y seguía sin mirar apenas nada de la ruta, de vez en cuando alguna búsqueda de la historia, que más o menos ya tenía en la cabeza, pero petando día sí y día también no estás para hacer muchos proyectos de futuro.

Agosto lo cambió todo. Bajaron un poco las temperaturas, empecé a encadenar entrenamientos decentes, me animé, me dio seguridad, sentí que podía hacer algo interesante. Pero me comían las fechas, seguía entrenando fuerte, pero no sabía fecha, sin querer alargarlo a más de mediados de septiembre porque la ruta discurre en una latitud muy al norte. Una última semana-test de siete días consecutivos a pie, rozando los doscientos kilómetros me reafirmó. Un viaje fugaz a Chamonix, allí recojo algo de material (¡la mochila!), vuelvo un viernes llegando a casa por la noche y el jueves siguiente me voy. Días de infarto. Cada vez llevo peor los preparativos previos, sólo unos días antes intentando reservar los billetes de avión me piden el número de pasaporte, veo que está a cinco meses de caducar, y aunque es posible que me valiese por ser electrónico, no me queda claro, decido renovarlo, y además así me "quito" los sellos de Libia o Argelia, que para los Estados Unidos no es lo más conveniente. Me dan cita diez días después, y en cuanto lo tengo, me saco el visado electrónico y reservo los vuelos, en el día. A cuatro días de irme reservo el alojamiento en Niagara Falls, al día siguiente reservo otro y cancelo el primero. Así voy de atolondrado. También quiero acabar esta web, acabar lo de peyk -cosa que no consigo-, pero sí quiero acabar posts contando todo el tema de Run the History e historietas de los iroqueses. Ya digo que cada vez llevo peor esta fase del previo, aunque no llega al nivel Baikal o Islandia, donde la cantidad de preparativos y dudas eran enormes, pensándome en algún momento y muy seriamente mandarlo todo a la mierda, no es mucho mejor en este caso, requiere mucha preparación, te lo comes tú todo (y tu entorno), iba con demasiadas incógnitas de alojamientos y a poco más de una semana de irme me comí el mayor de los marrones: la ruta tenía como cien kilómetros más de lo que pensaba, no eran trescientos y muchos, ni cuatrocientos, ya rondaba la idea de los quinientos: pues no, con los billetes reservados me acercaba a los seiscientos, sesenta kilómetros al día, lo que considero que, en las condiciones en las que iba, sin asistencia, portando todo, sin masajes ni fallos posibles, está cerca de mi límite. Inténtese visualizar la imagen: cuatro días antes de irme descubro que necesito dos días más de ruta, cómo no me di cuenta, por qué no revisé los tracks mejor antes, de dónde recorto días ahora. Intenté los últimos días hacer un poco de adaptación al cambio horario y me fue imposible, iba zombi. Este era el panorama.


Con muchas dudas, puse rumbo a los Estados Unidos, en un viaje que comenzaría con un chequeo completo (eso de irte a los Estados Unidos quince días sin facturar sonaba extraño), una larga escala en Charlotte, una noche entera en el aeropuerto JFK de Nueva York, y para rematar, cuatro horas bajo un sol de justicia pateando Niagara Falls para comprar una SIM americana. Y como iba justo de días me quité el de descanso tras el largo viaje. Escuchaba el otro día que lo ideal es tomarse un día de aclimatación por cada huso horario que viajas, jo jo, qué risa, métete 30 horas de viaje, cuatro horas andando a pleno sol, y verás cómo duermes como un bebé y se acabó el jet lag. (Mentira, claro) Extremadamente cansado por el larguísimo viaje, me fui a la cama ¡a eso de las seis de la tarde! esperando recuperar de semejante paliza y que no me ocurriese como en Islandia donde, posiblemente por la unión de largo viaje, asfalto y 100 kilómetros en menos de un día, hicieron que me lesionase.

La verdad, no sabía de dónde iba a tomar la partida, me hubiese gustado algo más al norte, en la desembocadura del Erie en el lago Ontario (Fort Niagara), porque se ajustaba más a la ruta iroquesa, pero tras la paliza del día anterior a la búsqueda de la maldita SIM, se me quitaron las ganas (realmente se me olvidó) de preguntar a algún taxista cuánto me podría haber costado. Pero la salida alternativa -y una pequeña razón del viaje- eran las cataratas del río Niágara, consideraba que era un buen punto de partida. Las cataratas son bastante espectaculares, pero el entorno con grandes edificios y casinos no acompaña. Y además, habiendo estado en Islandia sólo un año antes en cataratas también bastante salvajes pero con un entorno idílico hizo que me dejaran algo frío. Aún así, si te pilla cerca o puedes forzar un poco la salida de una ruta, no es mal sitio para ver una vez en la vida.


Match ball, el difícil comienzo de la Iroquois Trail

A eso de las siete de la mañana, poco después de amanecer, andaba tranquilamente camino de la salida, justo donde se "despeñan" las aguas. Y ya había turistas, joder cómo madruga la peña. Muy pocos segundos allí. Y a por ello. Como suele ocurrir, la sensación es una mezcla de liberación y de respeto. Me quedaba por delante un mundo, se me hacía inmenso, pero ya estaba corriendo, era lo que quería, se acabó la presión que no puedes controlar. El primer día es el de no cagarla, controlarte dentro de lo posible y aprender, ser una esponja y empezar a establecer un protocolo del día a día. Estás en un sitio que no conoces, no sabes cómo funciona nada del país, no sabes si el material va a funcionar, no sabes tu forma física real, no sabes nada. Todo es una incógnita. Pero ya estaba en marcha, al menos sabía eso, que había empezado a moverme. La salida de Niagara Falls fue correcta, primero zona comercial-casino, luego zona acomodada, periferia más descuidada, y carretera. No me apasiona la carretera, ni por terreno ni por la compañía motorizada, pero en pocos kilómetros pude comprobar que los conductores van bastante despacio (deben de pegar unos estacazos serios), que casi nadie adelanta (curioso) que me preocupaba porque me vienen por la espalda y que respetan y dejan distancia. Así que pronto pude relajarme. Empezaba también a ver la forma de vivir, la distribución de casas, materiales de construcción, comercios, coches; o colegios inmensos y lejos de poblaciones; iglesias tratando de captar clientela; o ver en poco espacio de tiempo varias monedas en el arcén... ¡y una Visa Oro!

Tenía una maratón hasta Lockport, donde cambiaba terreno. No miraba ritmos ni kilómetros, pero desde el primer paso nunca me sentí suelto. La verdad es que da pena, porque el primer día es el día de salirse (y estrellarse, todo hay que decirlo), pero ni este primer día pude sentirme suelto, me daba cierta rabia. También sentí la mochila más pesada de lo que pensaba, no iba del todo cómodo. Intentaba ir erguido, con zancada fácil y con la mente algo en blanco, distraído en ver el entorno donde era todo nuevo, y dejando pasar estas cuatro primeras decenas de kilómetros. Pasarían sin contratiempos, y al entrar en Lockport veo un grifo que sale de un comercio cerrado, relleno agua, me confundo en una calle y veo por primera vez el Canal de Erie, mi compañía durante cientos de kilómetros, literal. Me alegra su presencia, he venido a recorrer este canal. Y, casualmente, al ser sábado, había mercadillo de productos agrícolas locales. Paro en el segundo puesto y compro algo de fruta. Creo que la mejor nectarina que he comido en mi vida, y se nota que aún no estaba metido en faena porque si no no hubiera comprado sólo una: me supo de maravilla esta fruta, y fue reconfortante también encontrar el canal y alejarme de los siempre estresantes coches, aunque ya digo que el respeto -este y otros días- era máximo, cosa que agradezco por relax y por seguridad.


El canal era mucho más ancho de lo que esperaba, muy bien conservado y reparado cuando tocara, navegable por lanchas bastante grandes (ocho metros de eslora la mayoría) pero que navegaban a una velocidad ridícula. Alguna bici (recuerdo, fin de semana), y, sorpresa, ¡dos corredores! Paramos y charlamos un rato, ellos estaban acabando el canal, habían salido de Albany hacía siete días (¿¿¿siete???), "bueno, ocho", "ah, no, nueve" (joder qué caraja lleva este), a ratos relevándose (me pareció entender), con un coche que iban cogiendo y dejando, y poco más. Algún consejo de que más adelante había pocos servicios, cosa que me preocupó ligeramente, buenos deseos, y a seguir cada uno con lo suyo, unos a Buffalo, yo a Albany. La verdad es que, como era de suponer, no me volví a cruzar con ningún corredor de larga distancia, sí con algún/a runner, cerca de pueblos.

Ya desde el primer día me encontré con los dos mayores problemas de la ruta: el alojamiento (pocos, zona no muy turística, por ser pueblos pequeños en la mayoría de las ocasiones, y especialmente en fin de semana) y el agua (no hay fuentes, ni públicas, ni en parques infantiles ni nada). La primera etapa me la sabía de memoria a vista de Google Earth, fui pasando por alguna zona "conocida", un par de puentes que habían quitado, un alojamiento donde no pude quedarme; mientras, el día iba poniéndose peor, mucho calor, mucha humedad, sudando muchísimo, cada vez más lento, demasiado cansado. No me gustaba. Paraba a mojarme la gorra y me chorreaba toda la camiseta, algo que casi nunca he hecho en mi vida, y no es el primer día que paso calor precisamente. Me agotaba y los pueblos llegaban con demasiada lentitud. Sentía que me deshacía, me debilitaba, hacía calor, pero tampoco excesivo, había visto que estaba en torno a los 90 ºF, ¿y cuánto es eso en centígrados? Pues no lo miré, de hecho lo hice ya en España, unos 32 ºC, que es más o menos lo que me imaginaba. Pero había algo más, que me estaba tocando, no sabía qué era aún. Para ir más directo al motel, en el pueblo anterior a aquel cogí por carretera porque el alojamiento estaba bastante alejado de Medina pueblo, mi destino. Aquí ya iba destrozado. Andando, un gemelo cerca de subirse, no podía correr por él, pero tampoco por la extenuación. Iba algo seco pero tampoco tanto, paré en una casa donde no había nadie, y del riego cogí algo de agua. Pero al agacharme me mareé con lo que fue mejor idea sentarme. Poco antes se me estaba contracturando un antebrazo. Mientras se llenaban los bidones y me tomaba unos minutos de descanso lo veía todo negro. Aún me quedaba algún kilómetro. ¡De la primera etapa! Y estaba desguazado. Qué pasaba, a qué venía este estado de destrozo. No recuerdo si hice alguna intentona de correr más, posiblemente no, me arrastré como pude. "A media milla" me dice un vecino, un rato después "como a una milla", unas ciruelas que me da un curioso que me pregunta qué llevo ahí (soft flasks). Voy arrastrado. Llego. Me tumbo lo primero, mirada al techo, estoy muerto. Como cuando acabo una carrera donde lo he dado todo. Madre mía. Que es la primera etapa de diez u once. Madre mía. Un rato después, al quitarme los calcetines para meterme a la ducha se me contractura un pectoral y la planta de un pie. Esto ya es un fallo "multiorgánico", esto no es una petada, aquí pasa algo. Compro algo de comida en una gasolinera al otro lado de la calle, lo que tardan en servirme se me hace infernal, no aguanto de pie; como lo que puedo, me tumbo, han pasado dos o tres horas y no recupero nada. Además el GPS no me carga -conclusión que saqué tiempo después: encontré algunos enchufes "degollados", que se caían lo que enchufabas (ayuda el ser planos, enchufes americanos) y continuamente conectaba y desconectaba, no cargando e incluso descargando- poniéndole un poco más de estrés a la situación. Me convencen por Whatsapp que me compre algo salado, y al final hago caso, me compro un kilo de sal, voy tomando lo que puedo y me llevo otro poco para sucesivos días.

Lo mejor del día fue, sin duda, el recepcionista del motel. Desguazado y vulnerable, sin cobertura de móvil, sin poder llamar desde el fijo de la habitación, con problemas de carga del GPS... él intentó que pudiera llamar por el fijo, me dejó su móvil para reservar al día siguiente (lo que me costó bastantes llamadas), me llamó y pidió para que me llevasen algo de cena, y me dejó su cargador del móvil. Cuando estás tan apesadumbrado, cuando todo te está saliendo mal, que alguien te eche una mano así emociona. Sentí no poder tener un papel y un boli al día siguiente para, en el buzón donde dejé la llave de la habitación, poder haberle escrito unas palabras de agradecimiento. Dejé el otro día un mensaje en las opiniones de Google, destacando el staff, pero me hubiera gustado haberle dejado unas palabras más personales. Una y otra vez tenía que ir a recepción a molestar, que si el fijo, que si el móvil, que si dónde puedo cenar. No sé cuántas veces fui, pero unas cuantas: aparte de hacer tu trabajo, te excediste en mucho de tus responsabilidades, pero tuve suerte de que me echaras esa mano, quizás percibiste la vulnerabilidad, supongo que viste mi cara de petado, extranjero, nada me salía bien, no era el día. Quizá te apiadaste. Hasta me reservaste el alojamiento del día siguiente cuando yo no conseguía dar con nada disponible. Gracias por esa ayuda, de verdad. Estaba en lo que yo llamo una situación de match ball, una pequeña complicación más, que la bola de nieve creciera muy poquito, y estás fuera, estaba en el filo de la navaja y había precipicio por ambos lados. Necesitaba comer, beber, tomar sales y descansar todo lo posible. Estaba agotado, sin recuperación apreciable hasta que me fui a dormir, lleno de dudas, casi sin voz, con lo oídos taponados (ambas cosas me han ocurrido otras veces, tras esfuerzo monumental) y estaba en el diez por ciento de la ruta. Desanimado. En una situación que se me escapaba totalmente de mi control. Contra la espada y la pared.

Y soy tan estúpido que casi no me compro la sal. Sabiendo que iba a alojarme bajo techo y comer lo que encontrase, no quería depender de nada más, si necesitaba algo es que había fallado yo. Se llama autoasistencia, y me lo autoimpuse, como segundo objetivo. Y no me gusta fallar. Me había establecido estas normas y no quería salirme de ellas. Comprar la sal era reconocer un fallo, un fallo tan importante como no llevar sales, un fallo de preparación. Un par de días antes de salir tuve la ocurrencia de mirar el tiempo y aluciné, menos mal porque si no no hubiese llevado ni gorra. Pero a última hora de la tarde sabía que el rival estaba a punto de sacar, y que era punto de partido. Me tragué mi orgullo, compré la sal. pero me supuso una punzada. Había fallado, era error mío y sólo mío. No preví temperaturas tan altas, ni la humedad, ni siquiera caí en ello, no tuve ni que descartarlo, la preparación y mi mala memoria lo hicieron. La mala preparación, digo. Un fallo importante y que me costó reconocer.

Recomponiéndome, dos días clave

Con la musculatura de "cristal" di los primeros pasos rumbo al baño al día siguiente. No pintaba bien. Tras desayunar empezaba a encontrarme mejor, soy de lento despertar. Me preparé, me armé de valor, eché un vistazo a la ruta que tenía por delante y salí a la calle. Dejé la llave, la no-nota, te di las gracias mentalmente, colega, y me dispuse a desandar el camino de ayer, rumbo al canal.


Me tomé estos primeros minutos, andando, por ir recomponiéndome mentalmente, las calles desiertas (domingo temprano), y ya con cierto calor. Fue cruzar el puente del canal, echar a correr y empezar a sudar bastante. Madre mía qué pasa aquí. Entiendo que es la humedad, pero si a las siete de la mañana ya estoy sudando, qué va a ser de mí al mediodía. Corría razonablemente bien, lo que me relajó y permitió ver un poco el paisaje, como el primer acueducto: un canal de ¿25 metros? de ancho pasando por encima de un río con cascada, bastante chulo. Bonito canal, campos verdes, alguna manzana a la tripa, camino sencillo, solitario la mayor parte del tiempo. Pronto empecé a hacer tramos andando, pero corría mucho más, a ritmo lento, pero estaba expectante por ver qué pasaba. Estaba bastante rígido, fruto de la fuerte deshidratación y falta de sales del día anterior, pero intuía que podía empeorar en cualquier momento. Pasé el punto más septentrional del canal, vi una pequeña culebra, fue pasando el tiempo, entretenido. También hice alguna pequeña prueba de beber agua directamente del canal en caso de futura necesidad, no tuve problema. Albion, Hulberton, Holley. Recuperaba la esperanza porque no había caído por ningún abismo. El siguiente pueblo ya era la meta, pues no había conseguido reservar donde quería, y es que el lunes era al Laboral Day (Día del Trabajo, entiendo), festivo, y por eso fue tan complicado reservar también para el domingo noche. Cerca de acabar, en un concurrido camino, me puse a hablar con una señora, fue relajante compartir unos veinte minutos de conversación, me convenció y acompañó al Centro de Información de Brockport, donde una amable señora intentó llamar a algún alojamiento disponible sin éxito. Situación: dos señoras de edad Las chica de oro, la primera -con la que venía conversando por el canal- dijo lo que estaba haciendo, que estaba exhausto (¡nunca dije eso!) y que si me podía acercar al motel en coche, que estaba como a tres kilómetros. No, no, no quiero, gracias, puedo hacerlo yo, de hecho quiero hacerlo yo. Tras un suave tira y afloja sentenció: "Déjate ayudar". Me acordé de una familia mongola, diez años antes, cuando me ofreció un tazón de una sopa en su ger, la casa-tienda típica de Mongolia. Cómo iba a decir que no. Me metí la autosuficiencia por donde amargan los pepinos. Como tiene que ser. Primero soy persona, luego deportista, y luego gilideportista, la autosuficiencia y tal están muy bien, pero no van antes que la educación. Al igual que acepté aquella sopa sin pedirla, aquí también acabé aceptando que me acercasen al motel. De nuevo "pisoteaba" mis "principios" y la forma en que quería hacer las cosas, pero esta vez me costó menos, me estaban ofreciendo ayuda que yo no pedí, había acabado la etapa... pero sobre todo me pareció de mala educación haberlo rechazado a partir de cierto momento de sincera insistencia.

En realidad me acercó no me acercó al motel sino a un supermercado de real food, compré algunas cosas bastante ricas y unos cientos de metros más adelante, aterricé en el motel, francamente bueno, y empecé la recuperación. Había salvado el día, no había empeorado, y aunque la etapa había sido muy corta (unos 46 km) por las circunstancias de los alojamientos, no me había encontrado al límite, sólo cansado, algo débil, lógico tras lo del día anterior, pero no había apurado, sólo me había ido debilitando hasta llevar un ritmo penoso. Pero no estaba muerto. ¿Habría salvado la bola de partido?



En la tercera etapa volví a kilometrajes decentes, bastantes horas ahí fuera, pero sobre todo recuperé, me había costado dos días recuperar la inmensa paliza de la primera jornada y esa situación crítica, pero estaba de vuelta. Volvía disfrutar, a mirar el tranquilo paisaje, hacer camino y ser paciente. Aunque sabía que no podía bajar la guardia, ya estaba dentro, momento que llamo al de estar en la rutina de lo que tienes que hacer, tratando de no fallar y esperando a que ocurra algo, que ocurrirá.

Resiliencia, la piedra filosofal

Cualquier deporte de larga distancia requiere un importante grado de adaptación, pero correr es siempre más crítico por el componente de dependencia o el poder cargar poco peso. Y más si es una ruta en línea, sin avituallamientos programados y sin saber qué te vas a encontrar. A la capacidad de los materiales a ser moldeados se le llama resiliencia, y tomando esta definición base se aplica también a la capacidad personal o grupal de adaptación a lo que surja, y ya digo que algo surgirá, no es si ocurrirá o no, sino cuándo y de qué cuantía. Había sido resiliente a la fuerza, pero lo había sido. Y esto me gusta. Nadie puede estar diez días al aire libre, ocho o nueve horas cada jornada apretándose, sin saber dónde va a dormir o repostar agua, si habrá cena o desayuno, y pensar que todo va a ir perfecto y sin problema, que todo va a ir rodado. Esto es lo que piensas en casa, y que deseas con todas tus fuerzas, pero sabes que no será lo que te encuentres aunque no lo quieras ver cuando con ilusión preparas tu aventura. Quizá es una forma de protegerte. Este tercer día sentí que tenía ya la dinámica cogida, que estaba dentro de las distancias a las que apurando podía llegar; además entraba en días laborables y suponía que tendría menos problemas para reservar, pero a cambio lo que más me preocupaba era el cambio del tiempo. Y, en esta tercera jornada, el cruce de una gran localidad como era Rochester. El día fue tranquilo en su mayoría, excepto precisamente en Rochester, que pensé que era mucha casa... y no vi ni una, con lo que mejor para mí, menos inseguridad o miradas indiscretas. A cambio, pasando bajo autopistas o vías de tren, alejado de gente, con algún ciclista local que me pasaba, volví a tener el problema del agua: kilómetros y kilómetros sin el necesario líquido y se me iba acabando, con la consiguiente preocupación. En una carreterilla que fui a cruzar, vi a unos doscientos metros un bar-restaurante, y sin pensármelo fui hacia allá. Llegué con el culín de un soft, pedí agua, me pusieron un vaso con hielo que casi me agujerea la garganta, pero que me encantó, otro más, y luego me rellenaron ambos soft. Echo mano al dinero, "no, nada". ¿Cómo? Que nada. Cara de sorpresa. Muchas gracias. No tengo la menor queja del pueblo estadounidense, amable, simpático, muy educado. Se agradece mucho, la verdad, porque al final tú eres el que viene de fuera, el recibehostias como se ponga algo mal o te cruces con el tonto del pueblo, iba solo, sin nada con qué defenderme, tirando de Visa y con la posibilidad de que abusen de ti porque sabes que en ocasiones no tienes opción, y sin embargo me encontré con una gente que siempre saludaba, por la mañana daba los buenos días y si podían echarte una mano, te la echaban. Esta fue otra pequeña demostración, un tipo claramente cansado, sudado, tirando a guarrete entra en un bar, pide agua, no va a comer ni a hacer gasto, y no le cobras. Pues eso, que da gusto. Y que gracias.


Con el depóstio lleno salí recompuesto, a seguir la etapa, y con otro ánimo; poco más adelante, vi una particularidad: el canal se cruza con un río, el Genesee, de una anchura generosa, y sigue tal cual. No con acueducto a distintos nivel, no, se cruzan las aguas. ¿Cómo que se cruzan? Bueno, pues que un río corta el canal y sigue tal cual, y el canal corta el río y sigue hacia donde iba. Obviamente no es así, pero es el efecto que produce. Parte del canal se irá Genesee abajo, y parte del río se irá Erie Canal abajo. Pero es curioso, porque no hay compuertas ni aparentemente nada que redireccione las aguas, simplemente ocurre.

Aquí tuve una de las pocas dudas de orientación, vi una señal que seguí, entré en un parque y no me gustó saber que me había salido del track, del que me fío mucho. En el siguiente puente volví y dejé de estresarme: te pone realmente tenso estar fuera de la ruta en un sitio que no conoces, si te estás durmiendo a buen seguro te despiertas, y si estabas cansado o te dolía algo, se te pasan todos los males durante un rato. La orientación es clave en una ruta, y perderla es de los momentos en los que jadeas quieto.

Durante un buen rato volví a la realidad de las ciudades, autopistas de bastantes carriles, vías de tren, industrias, un canal, un camino a su lado, y yo por ahí correteando. Gente montando en bici, alguna zona bonita y lenta salida de un núcleo de población de tamaño medio (leo ahora que 210 000 habitantes), pero que dado el modo de vivir americano (casas con pequeño terreno propio, poca altura, mucho coche, mucha carretera...) son bastante extensas. Por deformación profesional y curiosidad personal, viajando siempre me fijo en todo, desde las infraestructuras al aislamiento térmico de las casas, de la cantidad de negocios cerrados al cubicaje de los motores de los coches. La verdad, me han gustado cosas, pero otras me han espantado, a pesar de la creatividad y el empuje que tienen como país en algunos sectores, como primera economía del mundo a nivel energético tienen un problema inmenso, la forma de vida es insostenible, y en cincuenta años las infraestructuras se les van a caer a pedazos; y con la mentalidad de pagar los menores impuestos posibles, y dado que Estados y gobiernos locales apenas disponen de demasiados fondos, no sé cómo van a hacerlo. Vi unos cuantos puentes cerrados o que directamente habían derribado, pero es que la mitad de los que estaban en pie necesitan un repaso profundo, no les doy cuatro décadas de vida a muchos, los trenes son lentos y ruidosos, o el metro (de Nueva York) en una ciudad española sería una vergüenza nacional. En algún momento tendrán que coger el toro por lo cuernos, generar ingresos (es decir, subir impuestos) y reparar o rehacer mucho del país, empezando por parte de su mentalidad y modo de vida, insostenible a las alturas del mundo en el que viven y vivimos. Esta cosmovisión les obliga a montar guerras para defender campos petrolíferos o a dudosas técnicas de extracción como el fracking. Necesitan un nuevo deal o su futuro -y en parte el nuestro- no lo tengo muy claro.

Los finales de etapa siempre eran duros, con molestias en muchos sitios, cansado de cuerpo y cabeza, sin más ganas que las de ir acabando, pensando en qué podría cenar, o en las ganas que tenía de ducharme, pero a pie pasa todo muy lento y la paciencia es una de las herramientas que los corredores más y mejor trabajamos. Tiempo después, y cuando ya intuía mi pueblo destino, Fairport, y mientras escuchaba canciones del móvil, un tsunami en forma de Álex Ubago me sacudió desde lo más hondo de las entrañas. ¡Madre mía, que me revientan los tímpanos! Aguanté al ñoño como un campeón, haciéndome fuerte, pensando que si soportaba al mojabragas de niñas pijas este, lo aguantaría todo. Y así fue, crecido en mi fortaleza infinita, cuando ya pisaba las calles del pueblo vino el segundo envite en forma de La Oreja de Van Gogh y casi me cuesta la vida. Por dios, qué clase de tortura inventada por los vástagos de Tomás de Torquemada era esta. Coincidió con un fuerte dolor de estómago (quien no quiera ver la relación causa-efecto, allá él), pero me dejó doblado. Paseíto hasta la casa, y listo. Un rato después estaba en la habitación más horrorosa y decorada con peor gusto que he visto en mi vida (y todos tenemos abuelas cuyo sentido de la armonía decorativa coinciden en muy poco con el nuestro) y ahí se supone que tendría que dormir: daba cierto miedito. Es coña, la pareja era encantadora. Una cosa que me gustó es que todos lo alojamientos tienen microondas y nevera, puedes pedir comida o calentarte algo que lleves tú y nadie te mirará raro, es lo más normal del mundo, con lo que por lo general llamaba para que me llevaran algo tipo pizza o comida italiana, lo más frecuente, y cenaba -y a veces lo desayunaba también- tranquilo, descansando, evitándome paseos y sin miradas asesinas de "como vea una mancha de tomate te vas a enterar".


Fase de rodaje

Animado por la impresión de que lo del primer día era historia, ahora tocaba el cambio de tiempo, previsto para el día siguiente. Había bajado un poco la temperatura, con lo que la cuarta etapa intentaría hacerla lo más larga posible para dejarme ese colchón si venía el mal tiempo. Pero el día anterior no conseguí reservar donde quería, y es que esta es una zona con muy pocas posibilidades, y donde quería no me cogieron el teléfono. Terciada la etapa llamé y pude reservar en Clyde,me tranquilizó... aunque pensar que estaba en la mitad de la etapa, corta pero qué-le-vamos-a-hacer, y en unos segundos pensar que te queda una maratón por delante, hace que tengas que cambiar la perspectiva y tengas que adaptarte a lo que te venga, y es que había pasado de cuarenta y algo a sesenta kilómetros en un minuto de llamada.

Durante bastantes kilómetros empecé a tener la sensación de que el entorno estaba cambiando, entorno humano, me refiero, de casas bonitas, grandes, césped perfectamente cuidados, urbanizaciones amplias y apariencia de que la gente vivía holgadamente, a pueblos algo más concentrados, menos dispersión, canal menos cuidado, menos dinero... y de repente... entro casi en un poblado chabolista, gente viviendo en caravanas, un poco de película. Ya había presentido la desigualdad y bipolaridad de este país, donde es rico quien lo es, pero que acumula unas bolsas de pobreza bestiales. Ahí delante lo tenía, crucé este tranquilo poblado sin ver a nadie, en silencio, observando pero sin hacer ruido. Fue un toque de atención, como si se hubiera caído de golpe el decorado de este gran país y me estuviese mostrando la realidad, o la otra realidad: también para esto viajo, para tratar de saber un poco cómo es el mundo.

Newark supone el final del canal navegable, no lo sabía aún, pero sí que el canal pronto se "diluiría", poco a poco se ha ido estrechando y algo más adelante será un espejismo de lo que fue. También me pareció recordar en el repaso matinal de la ruta que había un McDonald's, no sé el porqué varios días soñé con comerme un poco de fast food en plena etapa, y cuando le pregunté a una señora me dijo que estaba al otro lado y a una media milla atrás. Mierda. Dicen de los antojos de las embarazadas, pero ojo los corredores de larga distancia, tenemos nuestra pedrada también. Por supuesto no volví, un Big Mac no merece tanto. Pero había una gasolinera, compré algo y vi una mesa a la sombra donde comer. Por primera vez me paraba a comer como un señor. Un sándwich, agua y una bolsa de Doritos que me resultó deliciosa.


Y de repente la ruta cambió radicalmente. De un camino tranquilo junto a un canal pasé en segundos a una carretera secundaria que trataba de evitar la concurrida Highway 31 -era, de hecho la antigua 31-, terreno no especialmente bonito, solitario, asfaltado y aburrido. En un par de ocasiones vi el canal morir (¿era el canal, el "mío"?), y en otra, pasado Lyons, renacer de sus cenizas, algo que resultaba un tanto incompresible por lo radical de ambos hechos. Un buen rato después, de los que se hacen largos, llegué a Clyde, final de la etapa, y justo a la entrada había una heladería. No me lo pensé ni un segundo, fue automático: helado de fresa que me supo de maravilla, gran final de etapa, tranquilamente andando al alojamiento y fin del día. Satisfecho. El sitio tenía su aquel, una casa-palacete antiguo, bonito, tipo casa colonial, decorado de una forma un tanto curiosa, pero que le pegaba al sitio y el dueño era un personaje peculiar. Tuvimos una agradable conversación, un tipo majo, me comentó hasta lo que le había costado la casa y a qué se dedicaba, y me dijo una frase que me gustó, había dado tres vueltas al mundo y "sabía lo que era estar por ahí y que te recibiesen bien", él lo estaba haciendo, me llevó a la cocina, me abrió la nevera, me dijo que cogiera lo que quisiese, me hizo unos huevos duros, todo fueron facilidades; y yo también pensé en el tío del primer motel. Mola. No es sólo correr, correr es en parte la excusa que me he buscado para viajar y conocer un poco este mundo de cierta manera, esto se trata también de encontrarte gente así y saborear las situaciones en su ambiente, en ese momento y en ese lugar. Me encanta. La habitación era algo así como una casa de tamaño medio, enorme, disfruté la estancia, me fui a comprar una pizza y dejé que atardeciese tumbado en un sofá junto a un ventanal, tranquilo, con el trabajo hecho y pensando en llegar a la mitad del viaje, con una etapa desafiante a la vista, y ganas de seguir avanzando.

Un inquietante salto

La etapa era difícil, me inquietó desde que la reconocí en casa, porque durante muchos kilómetros no encontraría agua, y eso me preocupaba. Tenía su aquel porque esta etapa y parte de la siguiente suponían el salto de pasar del tranquilo Erie Canal al río Mohawk, como 70 u 80 kilómetros más allá, con un largo tramos de más de 30 sin pueblos. También había hecho un tramo propio a vista de Google Earth y eso a veces te lleva a error, pero sólo podía comprobarlo en la propia ruta. En Estados Unidos casi todo es propiedad privada, y sabemos que la peña tiene más armas que pelos en la cabeza. Salí con calma, por unas carreteras completamente desiertas, una casa aquí, otra allá, un cementerio a la buena de dios (poco respeto veo a los muertos), unos perros que casi me comen (acojone muy serio), ¡y se acaba la carretera! Esto no sé si me suena. Al fondo veo una valla, ay la leche que la he liado y son muchos kilómetros (y unos amenazantes perros) los que tengo que recular. Hago que no veo la valla pero no la abro, cruzo por otra abierta (no veo el cartel de propiedad privada), y bastante tenso hago un corto tramo de pista que no me apasiona por lo de la propiedad privada, las armas y tal. Me tranquiliza llegar a una carretera, y poco después en una casa un perro amenaza de nuevo mi paz, pero dos niños, de edades parecidas a las mías, se acercan un poco, cruzamos alguna palabra y el perro les hace caso. No era la primera vez, pero echo de menos estar en casa, me gusta salir por ahí, apretarme, vivir intensamente, pero cada vez me cuesta más la partida, a veces se me hace un mundo, especialmente cuando vas con mucha incertidumbre. Luego, en faena, en la clásica montaña rusa emocional, recuerdo momentos, pienso en caras y sonrisas, repaso qué hago y qué no debo repetir, y en unas cuantas ocasiones, siento mucho la distancia. Esta pareja de chavales me recordó lo lejos que estaba de los berridos, las broncas y las prisas, pero también de los cuentos de antes de acostarse, el suave tacto al llevarlas de la mano y los momentos de extrema intensidad que sólo los padres conocemos. A veces todo esto es algo solitario.

Una carretera más frecuentada, un puesto de amish (no eran, pero algo parecido) donde compré unas moras, llegada a Lord Byron donde me costó conseguir agua (bomberos, nadie; policía, nadie; oficinas municipales, aquí sí), y un rato después llego a donde tengo pensado comer, hay mesa y todo, Weedsport, me siento, como en paz y en los minutos que me tomo de relax el cielo cambia completamente. Ay ay ay, que se lía. Ya está aquí el cambio de tiempo. Unas gotas, carretera mojada pero no me llueve, otras gotas, aquí ha llovido hace instantes, y llegó. Detesto la lluvia, pero ya sabía que en septiembre la probabilidad del lluvia era del 37 %, es decir, simplificándolo, me mojaría entre tres y cuatro días. Y había llegado, muy a mi pesar. Lo malo no es cuándo llega, si no que no sabes cuándo acaba. Un buen chaparrón, me paro a ponerme la chaqueta (y posiblemente a perder las plantillas de repuesto) y sigo. Pocos minutos más tarde cae un impresionante tormentón, y paro en un puesto de carretera de venta de productos agrícolas que estaba vacío. Buena decisión, me evito una buena. Espero pacientemente protegido unos minutos, momentos en los que es mejor no pensar en casi nada, esperar a que las nubes se descarguen de toda la humedad de días pasados y confiar en que la cosa mejorará.


Y aunque me sigo mojando más adelante, cuando paré era lo peor: acerté al hacerlo. Se me hace el final larguísimo, dudando de si voy bien muchas veces (he cambiado la ruta, un poco más al sur, para conseguir llegar a un alojamiento), pero al final lo logro, meta por hoy. Como ya es habitual, última parte pestosa, cansado, deseando parar, sobrándome alguna hora, pero tengo que llegar, hacer kilómetros, a veces es bueno no tener a nadie cerca que te pudiera servir de salvación cuando estuvieras hasta las pelotas porque así te obligas a avanzar sí o sí. Un genuino motel de carretera, como en las películas, No necesito más realmente. Ducha, cenar y dormir, estas son mis necesidades. Quinto día, quizá la mitad de la ruta... aunque realmente no lo sé, no sé a ciencia cierta los kilómetros que tengo que hacer: sí, lo sé, es un poco alucinante, pero es la verdad, no sabía la distancia total, sólo aproximada, y con posibilidad -y necesidad- de hacer algunas adaptaciones.

Poniendo tiritas

Como siempre, salgo andando tranquilamente, calentando, el Fénix cogiendo satélites, pensando en el día, repasando la etapa mentalmente, preparándome para el duro día. Y cuando considero que ha llegado el momento, echo a correr, doscientos o trescientos metros más adelante de la salida. En esta ocasión echo a... cojear. Pero qué pasa. Este abductor (o zona) derecho está reventado. ¡Pero si no tenía ni un aviso! Sí que el último mes entrenando estaba bastante tenso, pero no más, llevo cinco días, claro que iba cargado, pero como todo. Y hoy no puedo ni soñar en correr diez metros. Una parada, hago como que estiro y masajeo, intento correr, imposible, me vuelvo a parar, busco punto de dolor, aprieto, intento tomármelo con calma, respiro hondo. Invierto unos cuantos minutos, qué nubarrón tengo encima (real y mental), vuelvo a la actividad muy lentamente, voy bien andando, molesto corriendo, pero ya no es tan limitante. Ando otro poco, para recuperar, vuelvo a correr, empiezo a calentarlo, poco a poco, con calma, consigo correr, va muy tenso, pero con el paso de los kilómetros paso de la imposibilidad de correr, la profunda preocupación, el cojeo ostensible, a la capacidad de correr y finalmente a casi olvidarme. Vaya susto. Me relaja un tramo de pista junto al canal que vuelvo a encontrar, en un estado bastante deplorable, eso sí.

Antes de lo esperado, estoy en la periferia de Syracuse (Siracusa, vamos), segunda y última ciudad que cruzo, y esta sí, la cruzo por la mitad, no como Rochester. Me fui metiendo en una zona que no me apasionaba, y tenía un track alternativo que recortaba el original, pero empieza a no gustarme lo que veo y no me siento del todo seguro, así que tomo finalmente el original, que me lleva a un parque y lo que creo que es un zoo (lo es), donde veo una marmota (o algo parecido) y donde tengo dudas de orientación. Callejeo, improvisación, algún pequeño recorte, zonas no muy seguras, alguna industria, y de repente, estoy en el mismo centro de la ciudad, así, sin aviso, edificios relucientes, todo limpio y bonito. Estados Unidos es un poco caos en cuanto a urbanismo, hay solares vacíos en zonas céntricas, casas cutres y antiguas junto a edificios soberbios, sin transición, una "catedral gótica" junto a un "Bronx" de película, jardines cuidados y aceras tercermundistas. Este cambio fue radical, los dos Estados Unidos, que viven al lado y que de vez en cuando se dan de hostias con la excusa de un abuso policial o cualquier otra razón y que sirve de válvula de escape para minorías y pobres, pero que los ricos en realidad se deberían de tomar como lo que son, instantes de descontento para seguir como estábamos, vosotros mendigando, nosotros viviendo en el dólar. Curioso país este.


La salida de Siracusa fue larguísima, pero como todavía apenas había visto ciudades americanas, fue interesante ver el contraste con el campo, y es que llevaba varios días en un entorno rural y este era un choque importante. Una zona universitaria (privada), esas clínicas especializadas (y privadas), y pienso en esos políticos nacionales que quieren empujarnos al modelo liberal americano. Este país tiene cosas que admirar y copiar, pero me alegro profundamente de vivir en Europa. Ahora leo que Syracuse fue el centro político de la Confederación Iroquesa (y también ciudad de origen de Tom Cruise, curioso), no lo sabía. Periódicamente pensaba en la excusa que me había traído aquí, los indios iroqueses y especialmente sus corredores. Imaginaba cómo sería todo esto en su época, los caminos, los asentamientos, los peligros, cómo cruzarían ríos, qué comerían los corredores, ¿entrenarían de alguna forma sistemática?, ¿cómo irían vestidos en invierno?, ¿cuánto sufrirían?, ¿en qué pensarían mientras sufrían? ¿cuántos se quedarían por el camino? He seguido leyendo de los iroqueses, y curiosamente un libro infantil que leo diariamente a mi hija mayor (la pequeña es aún un electrón libre) me está sirviendo de gran ayuda para comprender un poco más el entorno, cómo vivían, qué destrezas tenían, su cosmología o cómo vestían. Donde compré dicho librito (George Gustav Heye Center, dependiente del National Museum of the American Indian, Museo Nacional de los Indios Americanos, a su vez dentro del Instituto Smithsoniano, en Nueva York) también pude ver más o menos cómo vestían en verano e invierno, casi los wampum que portaban y otras curiosidades. Y digo casi porque precisamente los iroqueses son ninguneados en este museo, y eso que son del Estado de Nueva York y son posiblemente los más importantes en algunos aspectos, como el legado político y gubernamental, del que incluso su Constitución tiene cierta base en la iroquesa. Aunque la historia de los indios americanos ha sido documentada posteriormente con profundidad, en general me ha parecido entender que es una parte de su historia de la que los actuales estadounidenses no se sienten orgullosos, que no han respetado y que han incluso despreciado. Como poco, injusto, no quiero imaginar lo que ha tenido que ser vivirlo, dos siglos de auténtico apartheid.

Otra vez, justo de agua, probé en una manguera (agua verde, vamos a dejarlo) y luego pregunté a una señora. Fue la única vez en que desconfiaron de mí, me pidió que me quedase fuera, que ella entraba en casa al ver que del grifo exterior salía agua marrón. No me extraña, mujer mayor, sola en ese momento al menos, tipo vestido raro que se ve que no es local, pidiendo agua... Normal, pero ya digo que fue la única vez que me marcaron la distancia y no hubo confianza mutua. Poco después retomaba el canal, pero un pescador me dice que está prohibido pasar. No jodas. Aparto una valla, cojo el camino, y un chaval de la obra a lo lejos me dice que no, llevo auriculares, ¿me hago el loco? No, claro. Me cuenta que hay obras, que no puedo ir, que tengo que ir por carretera hasta el siguiente puente. No me mola improvisar de esta manera pero lo tengo que hacer. No había problema pero añade ese puntito de estrés de cada día. Poco más adelante veo el motivo de la obra y una recogida de firmas para evitar lo inevitable: están asfaltando el camino. Para qué. El camino ya está preparado, dudo que haga barro, para qué lo hacéis aún más artificial. Dejadnos pisar tierra, que es un terreno más humano. Lo sufrí más adelante, donde día y pico fue así, por un camino asfaltado, un coñazo, una peste y nada agradable para el cuerpo.


Desgaste

Cansancio habitual, tramos corriendo más largos de lo que imaginaba, pequeños segmentos andando, cuidar la comida, tratar de beber, ir apagándome a medida que se acercaba meta, cansancio mental y motivacional, lentísima aproximación, pero todo acaba. Sexta etapa hecha. Ducha, un poco de comida para el momento y el desayuno, algo de descanso, a por algo de cena. Aunque el motel estaba en el pueblo (de Canastota) era del tipo de carretera, un tanto desolador, con nulo encanto. Anocheciendo, me siento durante un rato solo, no sólo echo de menos, ahora me siento lejos de todo, haciendo lo que me gusta, cierto, pero también cansado un poco de todo. No me lo tomo como algo preocupante, es normal echar de menos tu vida real, que el mundo siga dando vueltas sin ti, pero es también natural sentir que eres prescindible, que nada va a parar por ti. Igual que vemos en las noticias lo que pasa a personas de otros sitios que no conocemos ni conoceremos, apagamos y desaparecen de nuestra vida, alejarte de tu entorno, y aunque haya quien pueda echarte de menos, le añade un poco de perspectiva, somos lo que somos en este preciso instante, tu entorno te estima o detesta en este preciso momento, no existe futuro seguro y puede que tú no estés en él, el mundo no te necesita y vas a dejar una huella mínima, estás solo y vivirás el noventa y nueve por ciento de tu vida solo, pero en el día a día tenemos la falsa sensación de que es diferente. Toma distancia y sabrás de qué hablo. Mientras yo dormía, en mi mundo estaban haciendo su día a día; mientras yo corría, mi mundo comía, merendaba y cenaba. y con suerte podía hablar con él antes de acostarse y poner punto final a la jornada; mientras yo acababa la etapa, descansaba y cenaba, mi mundo dormía y no tenía a quién desearle una buena noche de viva voz. No me quejo, sólo pienso en alto.

Acabar la etapa era dejar de correr, pero había mucho más que hacer. Recogía la llave, pagaba, firmaba algún papelote en el alojamiento; me instalaba, duchaba, lavaba la ropa y la ponía a secar de la mejor manera que podía, a veces fue todo un reto; llamaba a casa, vagueaba un poco, le echaba un vistazo a Twitter; encargaba o iba a por comida, cenaba; se apagaba el día mientras me masajeaba; trataba de grabar una crónica, se me cerraban los ojos; varias horas después de finalizada, la mayoría del tiempo activo, apagaba la luz y me iba a dormir, a veces, como este día, demasiado en silencio.


Otra experiencia para un observador atento: la salida de Canastota coincidió con la entrada al cole de la chavalería. Unos andando, otros en el todeterreno familiar, casiadolescentes maquilladas, la tontería de los móviles, cierto caos de tráfico, pequeñajos con mochilones. Vamos, bastante parecido a lo conocido por un servidor, excepto que ahora era un discreto espectador, y cuando me toca ser actor, con las prisas y las carreras lo ves de una forma muy distinta. Salida tranquila.

Ya había tenido varios encuentros con trenes: oírlos a distancia, verlos, esperar a que pasara uno, contar vagones (cerca de tres kilómetros tenía en una ocasión un tren) pero lo de este encuentro superó todas las expectativas: ver un coche a rebufo de un tren y comenzar a adelantarlo ¡por las vías! me dejó unos segundos en estado de estupefacción ¿deshidratación?/¿estoy durmiendo plácidamente?/¿tengo una caraja que no puedo con ella? Supongo, con cierta lógica, que era un coche de la empresa de mantenimiento de la vía, coches a los que en ocasiones les ponen ruedas tipo tren, rígidas, metálicas, y les permiten rodar por las vías. Será eso, pero durante unos segundos los ojos se me salieron de las órbitas. Fue entretenido. Tras ponérmelos en su sitio de nuevo, cruzo Oneida, otro más de los pueblos con nombre indios, me gusta, me recuerda por qué he venido aquí... aunque me entristece que este sea apenas todo su legado, sepultado por su casi exterminación, civilización y por no tener cultura escrita, grandes monumentos o signos evidentes, palpables, visibles, de haber pisado estas tierras. Un triste final que se resiste a desaparecer. A la salida del pueblo cogí una tranquila carreterilla local, haciendo camino, a mi ritmo, avanzando pausadamente. Paro en una casa que parece de fin de semana, me siento en su columpio, llamo a casa, cojo algo de agua. La vida es dura, duele todo, acabo todos los días realmente cansado; pero es una vida simple, tranquila, sin demasiadas preocupaciones una vez tengas cubiertas las importantes. No existe casi nada excepto tu etapa, tus molestias y tú. Aunque repaso en el móvil a lo que estoy suscrito, apenas las horrendas escenas de los refugiados de Siria y sus penalidades me sitúan un poco en el mundo en el que vivo. Casi excepto por eso, podría estar cerca de Marte, voluntaria y felizmente distanciado de la mediocre política nacional, de La Liga que parece tan relevante en la vida de un país, de los pequeños problemas diarios, sin comerme tontunas del trabajo; con mis preocupaciones, con mis inquietudes, con las situaciones que me encuentro, pero qué bueno es desconectar del todo al menos una vez al año.


Poco después llego a otro canal, que sigue siendo de la red del Erie, aunque le llaman arroyo Brooks, está claramente "trabajado", no tiene nada de arroyo y sí de río navegable. Hoy sí encuentro mi ración de comida basurilla cerca del final, lo que me sirve como comida postetapa aunque aún no haya acabado realmente. Me sabe de maravilla, claro. Poco después (bueno, bastante, velocidad lamentable, que si estoy hasta las pelotas, que si no llega nunca, que si me lo habré pasado) aterrizo en mi motel de carretera. Es 11 de septiembre, me he acordado varias veces durante el día de la fecha que es en este país, y como fecha histórica que es, seguro que todos recordamos con cierta claridad ese día. La tele da algún especial, y me sorprende la crítica que se hace mirándose al espejo, de cómo ese suceso desencadenó una guerra injusta basada en unos cimientos de mierda y ha acabado con guerras en varios países, amplias zonas completamente arrasadas, millones de desplazados y vaya usted a saber cómo evoluciona esto, porque le queda recorrido. Y todo empezó este día de hace catorce años.

Tres días, sin querer pensar en meta

Octavo día, no quiero pensar aún en que me acerco al final, pero lógicamente es algo recurrente, empiezo a sentir que está cerca aunque me queden bastantes horas por delante. Al igual que ayer, tengo que desayunar sobras, porque no me sirven desayuno (ayer se suponía que sí, pero nadie lo hizo), cruzo una autopista por encima y voy en paralelo por una carretera local, cojo buen ritmo. Voy desde ayer por el valle del río Mohawk, y como todo valle poblado que se precie, se juntan carreteras de diferente anchura y tráfico, vías de tren y pueblos en un estrecho espacio. En el segundo pueblo, Illion, veo un McDonald's y no me lo pienso, aparte de que me apetece, ya llevo algunas horas corriendo y he desayunado poco. A eso de las once de la mañana, creo recordar, me estaba metiendo una hamburguesa y mientras lo hago paso junto a Remington, una fábrica de armas famosa que está en pleno centro de la localidad, como metáfora de este país y uno de sus demonios. También he comido en otro. A ratos voy por carretera, a ratos por un camino junto al río, sigo a buen ritmo, aunque ya siento que lo bonito del paisaje se ha acabado y sólo queda avanzar; hace días que la ruta está más concurrida, menos trabajada y hay más asfalto. Pero a estas alturas, aunque me podría entretener la belleza, voy un poco en modo piloto automático, es lo normal. En un pequeño recorte que hago evitando una vuelta, me meto una subida importante y una posterior bajada. Desde el segundo día llevo los cuádriceps francamente tocados, y posiblemente en relación con esto, las rodillas me molestan pasada la mitad de cada etapa, y el protocolo es siempre el mismo: corro lo que puedo y cuando ya molestan demasiado, ando algún minuto y se recuperan bastante, vuelta a correr hasta que aguanto, vuelta a andar cuando ya empieza a ser algo insoportable. La bajada fue realmente patética, muchos dolores, apenas podía pisar bien. La ruta es completamente llana (es lo que tiene seguir canales y ríos) pero prefiero algo de desnivel, por variar zancada, posición del tronco y sensaciones. Pero con dolores de cuádriceps y rodillas es bajada fue un tonto suplicio que no fue de mi agrado.

A sorprendente buen ritmo, con sensaciones buenas tras muchas horas, llegué al penúltimo pueblo, donde empezó a lloverme con ciertas ganas. Volvía a ver los carteles de que por tal o cual camino no se podía ir moto de nieve, y siempre me sorprendía: cómo pueden rodar por aquí motos de nieve con el calor que he pasado. No me imagino lo que tiene que ser ser esto en enero o febrero, pero no se tiene que parecer en nada a lo que yo he conocido. Con bastante fuerza llego a mi destino, me paso por otro McDonald's para comprar algo y me dirijo a mi motel. Alucino con mi rendimiento, 68 kilómetros como 68 soles y claro que estoy cansado, pero he ido de puta madre, de cuerpo y cabeza. Tras ocho días tengo fuerza, estoy adaptado y voy por inercia. Me gustaría saber cuántas calorías voy consumiendo, pero la décima parte que en casa, soy un mechero, porque estoy comiendo bastante poco y tiro sin problema. Es pura adaptación al medio y las circunstancias. Llevo ocho días, he cubierto más de cuatrocientos kilómetros y es el día que mejor he acabado. Muy contento. Tuve dudas para encontrar el alojamiento, que me despejaron en el McDonald's, y es que en Google Maps estaba mal ubicado, lo que me despistaba. Google no es una ONG pero sigo flipando con todo lo que nos ofrecen "gratis", así que cuando puedo, me acuerdo y tengo la certeza, propongo mejoras y trato de solventar errores, con lo que mientras escribo esto he recordado ese error, he situado donde es el nombre del alojamiento, y si Google lo tiene a bien (lo ha tenido), lo cambiará tras comprobarlo. Probadlo, es una pequeña e íntima satisfacción contribuir a mejorar un poco estas herramientas, sea esto, Wikipedia, traducciones o lo que te venga en gana, colaboramos a hacer internet un poquito mejor.

La antítesis de esta fenomenal octava etapa fue al día siguiente, misma distancia, terreno y panorámicas parecidas, pero sensaciones pobres, desanimado, apático. Fui hambriento desde la salida (otro alojamiento sin desayuno), por eso en cuanto vi una heladería en medio de ninguna parte, fui a avituallarme... para justo en cuanto comenzaba la degustación, empezar a llover con ganas. Quizá fue lo único bueno que me pasó en el día (¡el helado, no la lluvia, no se me entienda mal!).


Cuántas cosas y qué poco positivas pasaron por mi cabeza, tantas horas desmotivado y apático se hicieron muy largas, las hice largas con la actitud, pero hay veces que no hay de donde sacar. Siendo el penúltimo día es relativamente fácil pensar que puedas sentirte, si no eufórico, sí al menos satisfecho con lo realizado pero ya digo que no fue el caso, fue cierta pesadumbre, disfrutar poco y aguantar. Aguantar, agachar la cabeza, aceptar el día que tocaba. Siempre hay días así, entrenando y compitiendo (o más bien fases de competición), pero hay que seguir, la apatía, si no es crónica, no debe ser impedimento para perseverar, no todos los días son soleados ni nos levantamos con ánimos y fuerzas. Diez días corriendo son diez días de la vida de una persona, no es raro ni preocupante tener un día tonto, y más cuando todos los días son duros y exigentes, la motivación también se resiente y no hay más opción que intentar no hacerlo más duro de lo que ya es y pasar el día como buenamente se pueda. Como agravantes tuve la lluvia, en tres o cuatro ocasiones me acompañó, en forma generalmente de fuerte tormentas, pero no me puedo quejar porque encontré refugio, un puente o una caseta de una industria de extracción de áridos... y mojarme en otras. En esta última caseta tuve un encuentro con una pareja ciclista, me habían pasado horas antes y nos encontramos justo ahí, no podían explicarse que me alcanzaran de nuevo tan adelante; aún más les sorprendió verme, minutos después de que llegaran ellos, en el hotel de Albany, en nuestra ansiada meta.


Poco antes había parado bajo un puente, esperando a que escampase, algo que confiaba que hiciera. Mientras me lamentaba de mi baja motivación, de lo largo que se me estaba haciendo, de lo que me quedaba, de que no estaba disfrutando la jornada, pasó por una carretera paralela una mujer de mediana edad, de prominentes gemelos, andando rápido, con aspecto de sin techo y con ropa y mochila roídas de una mala vida. Y te sientes un imbécil. Un puto niñato pijo y llorón que no sabe de qué cojones va la vida. Estoy de vacaciones, haciendo lo que me gusta, pegándome palizas deseadas, dejándome pasta y tirando de Visa, durmiendo caliente y hoy, que no estoy motivado voy penando y siento que se acaba el mundo. Qué habrá pasado esta mujer. De qué me quejo si en dos días estaré contento, con la tripa llena y teniendo un lugar adonde volver. Creo que apretándote y sufriendo adquieres, aunque sea temporalmente, cierta sensibilidad, o quizá es el verte vulnerable en sitios y circunstancias incontroladas, pero me ha ocurrido en más de una ocasión que empatizas más y mejor con tu entorno, te preguntas cosas que en casa te pasan desapercibidas y pequeños detalles te afectan de una manera más profunda. Esta mujer y seguir por Twitter el tema de los refugiados de Siria fueron refrescantes bofetadas de realidad en las que sacaba la cabeza de mi burbuja y ponía, aunque fuera por unos segundos, todo mi mundo en perspectiva. Qué hubiese hecho yo ante un cruce de un mar, con mi familia y una mochila como todo equipaje, ante unas mafias que me sacan los ojos por unos pocos kilómetros en coche, ante una familia que se separa porque no consigue entrar completa en un tren. Cuán ruines, déspotas, agresivos, condescendientes, solidarios o cobardes seremos cada uno en circunstancias así, quizá el deporte extremo sea una forma controlada de vernos en situaciones "parecidas" y descubrirnos cómo realmente somos, y seguro que todos nos encontramos grandezas y flaquezas, momentos de estupidez manifiesta y malas decisiones, y situaciones donde por instantes somos nuestros héroes. Este penúltimo día vencí a la pereza y la apatía, vacié reservas, me quité algún día de vida, disfruté poco y perseveré, pero conseguí mi objetivo y me puse mi Iroquois Trail en bandeja de plata.

El alojamiento era el mejor -y más caro- de la ruta, cené en mesa, di una vuelta por Schenectady, hacía un frío de pelar por el viento y me fui a dormir en paz. Aunque acabando la etapa anterior tenía un gemelo a punto de reventar, los 42-50 kilómetros que me esperaban por delante supongo que me relajaban. Más o menos estaba hecho, aunque no sería tampoco un paseo. La variabilidad de kilometraje era porque dependía de qué ruta escogiese, o una directa -maratón, más fiel al 'todo recto' que harían los iroqueses, todo urbanizado, centros comerciales, concesionarios, tiendas, casas... así, 42 kilómetros, ¡una puta recta!- y la de dar una vuelta y hacer "turismo" -unos 50, más tranquila, aparentemente más bonita... pero más larga, y no estaba para regalar kilómetros, me encontraba bastante cansado, me dolía casi todo y sólo quería acabar. Con esa duda me fui a la cama, me levanté, consulté Google Maps (y me horroricé con la ruta maratón, era abominable), salí con una idea, me arrepentí y cambié. Finalmente escogí la larga, por tranquilidad e intuía que iba a ser más bonita, iría primero junto al río Mohawk y al final junto al Hudson, iría por bosques y entraría a la ciudad por un parque y zonas más tranquilas hasta acabar mi ruta.


Llovió o chispeó varias veces, pasé por un laboratorio de General Electric (y a la entrada a la ciudad, el día anterior, por una fábrica), una de las empresas que más patentan en el mundo; luego por un instituto de experimentación de energía nuclear (venga esa zancada ágil, vámonos de aquí cagando leches); fui por inmensos bosques pero desgraciadamente el camino estaba totalmente asfaltado (¡en qué cabeza cabe, por dios!). Fue una ruta tranquila, agradable y tratando de no empeorar mi estado físico, que estaba bastante tocado, las rodillas molestaban, Aquiles algo, y el gemelo izquierdo mediada la etapa estaba muy muy cerca del límite, porque si me daba un tirón o pasaba algo serio, a veinte kilómetros de meta podía ser un suplicio. O incluso no acabar era una posibilidad, me lo planteé un rato, hubiese sido muy injusto, pero de injusticias mucho peores está lleno el mundo. Lo tuve que gestionar a base de pequeñas paradas andando, con mucho tacto y sin hacer tonterías: mi gemelo estaba realmente mal. Fue la nota agria del último día, tener que preocuparme de un problema físico, ya tenía suficiente con las pocas ganas que ya arrastraba.


En un momento dado me salto un desvío, iba despistado, no quise acercarme a un salto de agua y seguí recto por el camino que llevaba y que era una ruta ciclista. Seguí por ahí tranquilamente hasta que me encontré que se acababa, momentos de la-he-cagado-como-los-monos, saco móvil, miro el bendito Google Maps y afortunadamente no tener que volver. Zona industrial, una especie de pueblo, suburbios de Albany, y cuando voy tranquilo y distraído con la música callejeando, me suena una canción que me recuerda a dos enanas que están a miles de kilómetros y me tengo que poner las gafas, cuando apenas hay sol.

Un parque fluvial, largo, serpenteando, con el Hudson a un lado, una autopista al otro. Veo unos rascacielos a lo lejos, me queda un buen rato. Algún corredor por aquí, alguna bici por allá. Algún puente en reparación, club de piragüismo, cada vez más civilización. Dónde acababa la ruta, no lo sé, me inventé yo el final. Me busqué las coordenadas de un fuerte, Fort Amsterdam, adonde iban los indios para comerciar con pieles, el que fue un lucrativo comercio para ambas partes: en la actual Albany correspondía a un parque y concretamente a un anfiteatro. Pensé que era buen sitio, bastante céntrico, con un puente peatonal para entrar en la ciudad, viniendo por un parque alejado de coches. Mente en blanco, deseando acabar, pero paciente, sin mirar distancias. Sé que estoy muy cerca, el track se va acabando, veo en el suelo que alguien ha pintado 'finish' con spray y para mi asombro mi ruta acaba exactamente donde realmente acaba la ruta del Canal del río Erie, qué ojo tuve, oye. Dos chicas me "quieren" estropear el vídeo final, paro unos segundos para dejarles ventaja, treinta metros, son sólo unos segundos, puedo esperar. Meta. Contento. Más bien satisfecho. El ancho Hudson enfrente, que desemboca en el Atlántico unos cientos de kilómetros más al sur y adonde llegarán las aguas del Erie, a casi 600 kilómetros de aquí por el canal que construyeron unos valientes hombres hace un par de siglos y que casi se solapaba con un antiquísimo camino indio de siglos de antigüedad, transitado por corredores durante cientos de años. Me siento en el anfiteatro, envío el último mensaje del Spot. Ya está todo hecho.

Cruzo el puente sobre la autopista, está decorada con fechas significativas de la historia de la ciudad y pequeños dibujos. Y me encuentro con una grata sorpresa final: un wampum, igual que el que decora mi mochila, pintado en el puente. Me saca una sonrisa. Y una foto.


Gracias, corredores iroqueses, en vosotros me he apoyado para venir hasta aquí.
Me dirijo al hotel por una desierta Albany, con el cuerpo destrozado y la mente despejada,
he repasado algunos momentos del viaje en esta última jornada,
en sólo diez días cuánto ha pasado y cuánto he vivido.
En buena parte, por esto hago lo que hago, por prolongar los días.
s


9 comentarios:

  1. Magnifica cronica y magnifico reto! Enhorabuena

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    1. Vaya huevos tienes de leer semejante tordo. Primer comentario, por cierto.

      El reto no estuvo mal, he estado en sitios más bonitos y apretándome más, pero visto en su conjunto, el país, lo vivido, lo sentido, el postre final en Nueva York, componen una experiencia magnífica, que es de lo que se trata.
      s

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    2. Lo realmente duro es el espectaculo del video de material luciendo carnes.... joder realmente era necesario? No tenias una triste camiseta?

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    3. Pero hombre, si es gloria bendita para vuestros ojos. De verdad, no hay más ciego que el que no quiere ver.

      La semana que viene el vídeo de la rutilla y sanseacabó.
      s

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  2. Como siempre, es un placer leerte. Se me hicieron cortos los "casi" 600 km. Autentico!

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    1. Madre mía, os tragáis cualquier cosa, estuve aporreando el teclado horas y cuando acabé me dije, qué cojones, si yo he sufrido corriendo que el que se lo lea sufra otro poco. Y todavía te parece corto. Tremendo.

      Saludos,
      s

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