22 de septiembre de 2016

La batalla de Maratón

Por muchos es considerada una de las batallas más importantes que se han librado, posiblemente por lo que no supuso, por no alterar el orden establecido, por el florecimiento de una cultura frente a otra, pero si la victoria se hubiera decantado del otro lado este mundo a buen seguro no sería como es en la actualidad: por esto es un interesante campo de estudio para la historia contrafactual, lo que pudo ser y no fue. En el mundo helénico se asientan los cimientos de la civilización occidental, de su sistema político, pero también de buena parte de sus artes y cultura, de su ciencia, de su pensamiento. Nada de esto hubiese sido legado en el caso de que Grecia, Atenas, hubiese perdido la batalla de Maratón. Pero han transcurrido más de 2500 años, con lo que la historia real, los verdaderos hechos han quedado notablemente distorsionados, a veces con voluntad, en ocasiones sin ella, se desconocen muchos detalles y cada hipótesis que trata de cerrar una pregunta abre otros interrogantes. Se ha estudiado tanto la batalla de Maratón que bien podría hablarse de las batallas de Maratón en el sentido de que parece que conviven tantas batallas de Maratón que se solapan en el tiempo y el espacio: una batalla por cada estudioso. Simplificando, yo hablaré de al menos dos de las batallas más importantes, visiones que en ocasiones se enfrentan y en otras parecen complementarse.

Reconstrucción de la batalla de Maratón (Polygnotos) [Wikimedia Commons]

Atenas estaba viviendo a principios del siglo VI una época expansiva, en comercio, en riquezas, en arte, en exportación e importación, en presencia política en su entorno cercano y en el Mediterráneo. Persia era el mayor imperio que el ser humano había conocido hasta la época, llegó a extenderse desde la India a Libia y cualquier imperio siempre quiere crecer más. Lo que ahora conocemos como Grecia estaba en el límite de ese espacio geográfico persa, en las mismas fronteras, con lo que más tarde o más temprano, expandidos los límites de las otras fronteras, llegaría el turno del país heleno. Y de ahí, posiblemente, invadir el resto de Europa. Aunque los reyes persas no necesitaban excusa o legitimación alguna más que su voluntad, dos hechos ayudaron a centrar la atención en Grecia como futura expansión:

1) Durante décadas la jonia griega, en lo que ahora es la panza de Turquía, en el lado mediterráneo, había sido sometido por el Imperio persa de Darío I, de modo que podía controlar los suministros de trigo, madera y oro a Grecia. La sumisión era relajada, dejándoles hacer y con un alto cargo persa, llamado sátrapa, rendían cuentas ante el emperador. Del 540 al 499 a.C. la convivencia era de sumisión pero pacífica. Hasta que estalló la revuelta jónica en el 499 a.C. y recibieron ayuda de la Grecia continental, especialmente de Atenas. Seis años costó sofocar la importante revuelta, se arrasaron ciudades y se esclavizó a poblaciones a modo de castigo. La afrenta ateniense no se olvidaría.

2) En el año 491 a.C Darío I envió a las polis griegas emisarios con la petición de «tierra y agua» para aquellos territorios que deseaba conquistar. La petición era simbólica y su aceptación y entrega eran sinónimo de sumisión: entregar la tierra y el agua es todo lo que un territorio puede entregar, significaban una sumisión incondicional porque sin tierra no habría donde vivir y sin agua no era posible la vida. Atenas y Esparta no sólo no ofrecieron su sumisión sino que incluso ejecutaron a los mensajeros. Tradicionalmente los mensajeros o embajadores siempre han sido tratados con respeto y su asesinato es considerado una declaración informal de guerra, pero una declaración de guerra en toda regla.

Ansias expansivas de la más grande imperio, unas revueltas apoyadas y una insolente respuesta eran más de lo que necesitaba un emperador para ampliar las fronteras de su imperio y de paso dar un escarmiento que sirviera de altavoz para otros pueblos ya sometidos o sometibles en un futuro.

Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Ruta marítima persa». En rojo, ruta marítima seguida por la flota persa comandada por Datis y Artafernes y principales ataques.  [Google Maps]

Si en el 492 Tracia (Rumanía) ya estaba asegurada, en el 491 lo era Jonia (oeste de Turquía) y Macedonia (norte de Grecia) era aliada: Atenas iba a ser atacada de una forma inmediata, no se necesitaba consultar ningún oráculo. Una importante fuerza, pero no el grueso del ejército persa ni el emperador en sí, partieron de Cilicia, actual Anatolia turca, al mando de Datis y Artafernes en el año 490 a.C., e isla a isla fueron conquistando terreno griego y acercándose al continente usando las Cícladas -islas que parecen desgajadas y alineadas desde la península del Ática- como pasos previos hasta llegar a Eubea. De paso castigaban a los aliados que combatieron en las revueltas jonias. Eubea es una alargada isla que se encuentra al este del Ática, montañosa, cuya ciudad más importante era Eretria y cuyos habitantes se debatieron entre combatir, huir al monte o quedarse en la ciudad tras las murallas: finalmente esta fue la decisión, decidieron no impedir el desembarco persa y se resguardaron tras las murallas, comenzando así el sitio de Eretria, luchando durante seis días por evitar la conquista persa. Atenas envió a 4000 de sus soldados pero los propios eretrios les aconsejaron darse media vuelta ante lo que parecía ser la sentencia de muerte de la ciudad. Seis días se prolongó el sitio de Eretria, fueron atacados insistentemente y al abrirles las puertas la ciudad fue arrasada y sus habitantes esclavizados en respuesta a la ayuda en la revuelta jonia. Fue un asedio limpio y rápido, con pocas bajas persas y en Eretria tenían el perfecto puerto para preparar su siguiente paso. Enfrente de la isla de Eubea puede verse el Ática, a pocos kilómetros, próximo destino persa. Ática es la península donde se sitúa Atenas.

Darío I, emperador persa que envió sus tropas a la primera gran guerra contra los griegos [El niño vampiro lee]

El grueso del ejército persa se preparó para embarcar en los trirremes, mientras desde la distancia Atenas veía preocupada cómo la siguiente en ser atacada esa sería ella, los debates se sucedían entre los partidarios de una rendición a tiempo, los que pretendían encerrarse en la ciudad aguantando el asedio y los que preferían una batalla en campo abierto. Es difícil imaginar el clima de tensión y agitación que podría sentirse por toda la ciudad, ser arrasados, ser esclavizados, posible destino de una rendición pero quizá hubiera clemencia; ser sitiados durante un tiempo indeterminado; o tratar de vencer a los persas y darles un escarmiento para que no osasen volver a enfrentarse a los atenienses. Se tenía la experiencia de Eretria, que optaron por el sitio, aunque Atenas estaba mejor defendida, pero también había que alimentar e hidratar a más bocas. Y, por supuesto, dentro de la ciudad había una facción propersa, algunos claramente traidores, deseosos de tomar el poder en cuanto se inclinase la balanza.

«Maratón» (Richard A. Billows, 2014) y otras fuentes



«The Battle of Marathon» (Christos D. Dionysopoulos, 2015)



Aunque es bien seguro que los atenienses tenían información fiable, aún hoy se debate el tamaño de las fuerzas persas, pero desde los exagerados 600 000 hombres -posiblemente para enfatizar aún más la valentía griega o por desconocimiento de que no era el ejército persa al completo sino "sólo" una importante fuerza de conquista y castigo- y los ridículos 10 000, hay un cierto consenso en una horquilla de entre 30 000 y 40 000 hombres y aproximadamente un millar de caballos, una de las fuerzas más desequilibradoras en el campo de batalla. Aun así, la fuerza necesitaba de cientos de trirremes para desplazarse entre soldados, intendencia, caballos, provisiones y demás necesidades de un ejército de este tamaño.

Modelo de trirreme persa como los empleados para la Primera Guerra Médica y el desembarco de Maratón [Fouman]

Las fechas son tema de discusión, y es que griegos de un lado y otro usaban diferentes calendarios, y los dos principales, el ateniense y espartano divergían en varios días, pero se toma como referencia más fiable el espartano, por una cuestión de festividades que se verá más adelante.


En la confusión algunos sitúan el fin de la contienda en Eritrea y preparativos de los persas para partir hacia el Ática principios de agosto.
Otros estudiosos sitúan el fin del sitio a finales de agosto, unos pocos días de preparativos a principios de septiembre aunque los hay que van hasta mediados o finales de este mes. El mayor consenso está en principios del séptimo mes del calendario romano, el actual septiembre.








Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Campamentos y rutas prebatalla». En rojo, ruta persa de Eretria a la bahía de Maratón; en azul, la posible ruta de Fidípides (Atenas-Esparta-Atenas); en verde, naranja y violeta, tres posibles rutas del ejército ateniense (y plateo) de Atenas a Maratón; rectángulo azul, posición aproximada del campamento ateniense; rectángulos rojos, posición aproximada del campamento y barcos persas. [Google Maps]

Con gran preocupación, Atenas seguía desde la distancia los movimientos persas y antes de que zarpasen de Eretria ya habían enviado a su mejor emisario, Fidípides, para solicitar ayuda a la potente Esparta que, aunque rivales, les pedían su colaboración para enfrentarse al poderosísimo ejército persa y salvaguardar los valores comunes, como helenos que eran ambos Estados, de los bárbaros (βάρβαρος, el que balbucea, todo lo extranjero).

La partida del hemeródromo Filípides, el más importante heraldo de Atenas, algunos lo sitúan hasta el 3 de agosto, en pleno verano heleno, y en Atenas no es difícil imaginar que con temperaturas diurnas de 40 ºC
Aunque otros sitúan la mítica carrera de Fidípides a mediados de septiembre, Christos lo sitúa en el día 2, y en cuanto recibe la orden ya está preparado para su difícil misión y parte hacia Lacedemonia.







Por Heródoto sabemos que Fidípides llegó «al día siguiente» lo que da un margen de unas ±24 horas: es decir, pudo tardar entre las 25 horas y las 47 horas dependiendo de la hora de partida. Dada la distancia, el desnivel, que era por camino... pero también la importancia de la misión y que era el mejor en lo suyo, se podría establecer una horquilla de 30-36 horas como tiempo probable para la ida, una estimación personal. Seguro que muy cansado pero sabiendo que tenía que realizar también la vuelta, comunicó el mensaje a los reyes espartanos que seguro debatirían con profundidad sobre el asunto, mientras Fidípides comería, sería asistido y se le proporcionó un lugar para dormir.

A la mañana siguiente Fidípides es informado: Esparta ayudará a Atenas. Pero por el rígido calendario festivo espartita -festividades de las Carneas, en concreto- no podrá hacerlo hasta pasados unos días, dado que justo en las fechas en las que se encuentran les es totalmente imposible acometer ninguna guerra. ¿Imploraría Fidípides? Él a buen seguro era ciudadano ateniense, y que por una decisión religiosa, por muy respetable que fuera, ver todo lo que conocía fuese a ser arrasado sería un trago difícil de digerir. Seguro que los espartanos sabían lo rápido que había sido la victoria sobre Eretria; seguro que temían salir del Peloponeso para evitar que algunos de los pueblos que tenían sometidos se levantasen aprovechando que el grueso del ejército estaba fuera de la península; pero no es menos probable que, religión aparte, estaban jugando a esperar acontecimientos, a quizá aprovechar la ocasión, y sobre todo pensaron en ellos, en primer lugar.

Bailarines en el Festival de las Carneas (autor desconocido, circa 400 a.C.) [University of Oxford]

Todo lo que conoces va a ser arrasado, tu familia va a ser violada o esclavizada o asesinada, y tú portas el peor de los mensajes: tu pueblo es muy probable no vaya a recibir ayuda a tiempo. Pero el mensaje debía ser transmitido lo antes posible, porque esta información tenía un gran valor y de las tres posibilidades existentes entre las que se debatían los estrategas atenienses, rendición, sitio o batalla, tener la valiosa información de que quedaba una semana -con suerte- para recibir la ayuda espartana era de un valor incalculable, y uno y otro bando de la guerra matarían por ella. Con esta motivación y con una extraordinaria presión Fidípides salió de Esparta rumbo norte, más de 200 kilómetros tenían por delante, en una auténtica carrera a vida o muerte.

¿Cuánto tardó Fidípides en llegar a Atenas? Tuvo hasta alguna aparición sagrada -que cualquier corredor moderno llamaría una buena pájara-, el desnivel era algo más favorable, había descansando unas horas... pero estaba corriendo cerca de 500 kilómetros en total. Por mucho que fuese el mejor entre los mejores, el más resistente y fiable mensajero, el arco temporal claramente se desplaza a tardar unas horas más, 32-40 horas suena razonable, y aunque posiblemente llegó también al día siguiente, los días y las horas pueden bailar con facilidad en una fuente escrita varias décadas después y cuando el dato tampoco es el más importante precisamente.


Aunque algún historiador manda a Fidípides a Maratón tras pasar por Atenas, pocos son los que defienden esta hipótesis, a pesar de que el grueso del ejército y los generales estuvieran ya allí.
El 3 de septiembre del 490 a.C., exhausto, Fidípides llega a Atenas, la ciudad debía estar irreconocible para él, vacía de todo varón que pudiese empuñar un arma, apenas niños pequeños y ancianos quedarían en la ciudad. Y él llevaba la más desesperanzadora de las noticias.








Comunicarla al campo de batalla es lógico que se hiciera por otra persona e incluso otro medio, para transmitirla lo antes posible, es muy plausible pensar que Fidípides no era la opción más rápida para hacer cuarenta kilómetros más tras casi quinientos, y en la distancia entre Atenas y Maratón un caballo puede ser más rápido con toda probabilidad.

Y es que Fidípides se encontraría la ciudad medio desierta porque cuando él estaba en su camino a Esparta se habían sucedido los acontecimientos: el ejército persa embarca y pone rumbo a la península del Ática, donde se sitúa Atenas, y se preparó para lo que parecía ser la guerra definitiva para hacer hincar la rodilla a los atenienses. De los muchos puntos de desembarco posibles, los generales persas decidieron hacerlo cerca de la localidad de Maratón por consejo de Hipias y otros atenienses traidores. Hipias había sido un gobernante ateniense y en un golpe de mano tuvo que huír de la ciudad para acabar recalando en el imperio persa, que le había prometido el gobierno de la polis a cambio de su colaboración e intrigas. Porque por supuesto no era el único en contra del gobierno ateniense del momento ni el único que quería ascender en el escalafón político, aunque fuera a costa de traicionar a su pueblo. Para hacer desembarcar de una forma segura un ejército se requiere de una zona de fácil desembarco, sin sufrir el hostigamiento enemigo, a poca distancia del objetivo y que tuviera suministros para un buen ejército. La bahía de Maratón cumplía estas características: decenas de kilómetros de playas, aguas tranquilas, desembarco sencillo, un flanco protegido, suficiente agua para animales y personas, pastos para los caballos y a un día de marcha aproximadamente de Atenas. Persia tenía ya un pie en el continente. Pero en cuanto desembarcaron se llevaron una sorpresa: les estaba esperando el mejor y mayor de los ejércitos que Atenas y sus aliados pudieron reunir.

Antes de salir de la isla de Eubea, los atenienses estaban más que alertados de los planes persas, con lo que reunieron a su ejército lo antes posible y avisaron a sus aliados. Entre las tres decisiones posibles ya citadas -rendirse, esperar o presentar batalla- por un estrecho margen se decantó por salir al encuentro persa, lo que no necesariamente significa acabar en batalla (puede haber vuelta atrás o una rendición). El ejército no era profesional, eran los propios ciudadanos, libres y en edad hábil -generalmente entre 18 y 59 años-, y aunque en enfrentamientos no tan desiguales sólo participaban de 20 a 49, posiblemente en este caso irían a batallar todos los disponibles, jóvenes e incluso los viejos, aunque no fuese en el frente, hay muchas otras labores a desempeñar. Es bastante probable que también algunos esclavos batallasen del lado ateniense -algo muy infrecuente, pero la necesidad era extrema- con la promesa de la libertad. Muy posiblemente también menores de 18 años. Se calcula que la población ateniense en esas fechas era de unas 35 000 almas, exceptuando mujeres, ancianos, inválidos y los pocos que quedaran para realizar labores administrativas, se estima, que la fuerza ateniense era de 9 000 hoplitas -soldados-; sólo los plateos respondieron a la llamada ateniense, y a marchas forzadas mandaron 1 000 hombres. A pesar de que los ejércitos helenos no eran profesionales en su mayoría, eran experimentados, estaban muy bien entrenados, muchos tenían experiencia en el campo de batalla y era considerado un honor defender tu tierra, con lo que eran ejércitos de gran fuerza.

Hoplita ateniense (Ernest Descals) [Ernest Descals]

Los persas, como se ha dicho anteriormente, se estima que fueron 30-40 000, los atenienses y plateos, unos 10 000, es decir, una proporción 1:3 o 1:4 según la mayoría de los estudiosos, extraordinariamente desproporcionada, sabiendo además que el persa era un ejército temido, con un ratio de victorias muy importante. La caballería que en el campo de batalla causa enormes estragos a la infantería estaría en un desequilibrio aproximado de 1:2, 1000 atenienses contra al menos 2000 persas, o peor. Y, finalmente, el recuento de todos los efectivos persas sería de cerca de 90 000 hombres sumando infantería, caballería, marinos, intendencia, etc.

Tomada la decisión de marchar hacia el encuentro, sabiendo dónde iba a producirse el desembarco, los hoplitas reunirían su panoplia, se despidieron de sus familias quizá para no volverles a ver y marcharon rumbo a Maratón, sabiendo que se enfrentaban a un temible enemigo en una batalla decisiva por su libertad. Lo que no conocemos con certeza es por dónde marcharon hasta Maratón, .

La ruta más corta tenía más desnivel, pero la más llana iba cerca de la costa. Algunos estudiosos consideran que la ruta elegida sería la de la costa por considerarse más rápida para hombres cargados y en importante número, dado que los pasos montañosos que pueden evitarse son menos frecuentados y son lógicamente más estrechos, y 10 000 almas cargados necesitan preferiblemente buenos caminos.
Pero otros como Christos opinan que el factor sorpresa sería mucho mayor por la más montañera, los persas no esperaban un ejército contra el que batallar sino que pensaban desembarcar, marchar hacia Atenas, y dependiendo de la decisión de estos, sitiar o aceptar la rendición.  La ruta montañera tenía la ventaja de ver dónde estaban desembarcando desde las alturas y dónde comenzaban a acampar, y si se llegaba a tiempo, elegir el mejor lugar para hacerlo ellos.













Con desfase de días, horas y ruta, la realidad es que los atenienses se presentaron en el área de Maratón en un tiempo récord, con armadura y armas se considera que el peso podía estar entre los 20 y los 40 kp, algunos autores afinan más y estrechan el margen entre los 22 y los 32 kp; frescos, motivados y con la tensión del momento, posiblemente en unas 6-9 horas estarían en el aérea de Maratón y con los persas a la vista, para los aproximadamente 32-35 km de distancia, con o sin desnivel, que cubrieron. El asombro persa al ver instalado a los atenienses sería mayúsculo, provocaría revuelo y desconcierto, con lo que el primer efecto sorpresa estaba logrado, también los helenos elegirían el mejor lugar para acampar también y ambos ejércitos se establecieron a pocos kilómetros de distancia, los atenienses con montes a la espalda que les daban protección, con posibilidad de cortar la ruta costera, los persas con agua y con forraje para su caballería, pero tras ellos unas marismas, y cerca de sus barcos. 

Empezaba la tensa espera previa a toda batalla, seguro que habría escaramuzas, algún juego sucio, y muestras de fortaleza por ambos bandos. Se desconoce cuán informados estaban los persas, pero los atenienses a buen seguro que deseaban alargar la espera para dar tiempo al ejército espartano... pero cuando llegó Fidípides con la terrible noticia de que la espera podría ser demasiado larga o no llegar nunca es fácil pensar que cundió el desánimo y las probabilidades de optar por la rendición aumentaron. Por pura lógica, un hombre que ha corrido cerca de 500 kilómetros en unas cinco jornadas no sería la mejor opción para llevar ese mensaje a Maratón, pero no se descarta la posibilidad de que, pudiera ir unos días después al campo de batalla, pero la recuperación ante semejante esfuerzo limitaría su utilidad como combatiente pero no lo imposibilitaría del todo. 

¿Cuánto tardarían en saber los persas que los espartanos tardarían unos días en llegar? ¿Tendrían espías o colaboradores para avisar cuando partieran los espartanos? Entre Atenas y Esparta está Argos, no necesariamente un paso, pero la Argólida, donde se sitúa Argos, prácticamente es seguro que sí. Y Argos era propersa, no como para combatir a su lado, pero sí quizá como para informar. Tampoco hay que descartar el poder e influencia de los traidores que habían quedado en Atenas y algún espía que estuviera en el campamento ateniense, con lo que era cuestión de horas o pocos días en el campamento persa se supiera la noticia del retraso espartano, con lo que se les abría una excelente ventana de oportunidad.

Aunque no se puede considerar un hecho totalmente seguro, es altamente probable que una o dos veces los persas intentaran que los atenienses se rindiesen, incluso prometiendo no ajusticiar o esclavizar. Había sido una estrategia persa utilizada en muchas ocasiones, limitaba el desgaste de sus propias fuerzas y había sido exitosa en el pasado, y es que la idea de conquista persa no era la de arrasar e imponer. En la ocasión u ocasiones en las que se les pidió la rendición, y posiblemente tras agrias discusiones, ésta se rechazó. La batalla estaba servida, Atenas no tendría la ayuda de Esparta, habían rechazado la rendición y Persia iba a presentar batalla, marchar a Atenas y pasarla a cuchillo por los rechazos de las ofertas de paz. Sólo quedaba esperar al cuándo.

Encaramados en los montes cercanos, se avistaron movimientos en el campamento persa que indicaban que algo ocurría, probablemente existirían informadores cercanos al campamento que podrían ver que la caballería se embarcaba en los trirremes persas, ¿por qué?, ¿para qué? La red de información sería clave, los correos irían y vendrían a Atenas y localidades intermedias con las últimas informaciones y a alguien pudo escapársele que los filopersas traidores intramuros estaban informados de que parte del ejército persa iba a desembarcar en el Falero, puerto a pocos kilómetros de la ciudad, y de ahí que estuviesen embarcando a parte del ejército, especialmente la caballería. El Pireo había sido fortificado el año anterior, pero era un buen lugar para desembarcar dado que todo el ejército ateniense estaba en Maratón y le podrían hacer una pinza a éste. El ejército se dividía, unos en Maratón, otros en Falero; la horquilla de tiempo entre Maratón y Falero por mar sería menos de 24 horas: era el ahora o nunca. A la mañana siguiente los atenienses avanzarían hacia el persa para decidir, no sólo su futuro, si no el de cientos de generaciones posteriores. El 11 de agosto cambiaría la historia de la humanidad.
Durante la tensa espera se habían observado los movimientos persas, eran metódicos, trataban de mantener en activo a hombres y bestias, y eran regulares. Observaron que la caballería e infantería no estaban en el mismo campamento, estaban a cierta distancia para que los caballos tuviesen un mejor lugar para pastar. Tras rechazar la segunda oferta de rendición persa ningún general iba a esperar a una tercera respuesta negativa, sería incluso una afrenta ante sus tropas y el rey Darío podría castigar severamente una actitud tan poco decidida de sus generales, con lo que a la mañana siguiente el ejército persa atacaría, algo que podrían suponer también los atenienses: no había tiempo que perder, y en cuanto, como cada día, la caballería se retiró a su campamento, a su hora, el ejército ateniense, con la mayor discreción posible, empezó sus preparativos, tenían el tiempo justo para atacar antes de que la caballería fuera avisada, más el tiempo de ensillar y lanzarse al ataque. Era el 12 de septiembre del año 490 a.C. y las pequeñas fuerzas atenienses -más el millar de valerosos plateos- se dispusieron para enfrentarse al temido ejército persa en las llanuras de Maratón.


























Se apunta también otra razón estratégica para producirse el ataque en una fecha concreta:
el mando heleno rotaba diariamente entre las diez tribus atenienses, y el día de la batalla recaía en Milcíades, acérrimo defensor de presentar batalla y general muy respetado. En cuanto se presentó la oportunidad en el día apropiado, con la autorización que le daba la votación de los designados en tomar la decisión, un decidido general como Milcíades era el general ideal para esta empresa.


Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Batalla 0: posiciones prebatalla». Rectángulo azul claro, posición aproximada del campamento ateniense; rectángulos rojos claros, posición aproximada del campamento y barcos persas; polígono azul oscuro, frente ateniense con los flancos reforzados y centro reducido; rectángulo rojo, frente persa.  [Google Maps]

La extraordinaria diferencia en número de los ejércitos hacía que el persa pudiera envolver con facilidad al ateniense. Los atenienses conocían las tácticas militares de su enemigos y sabían que los persas se extenderían todo lo ancho que pudieran con una profundidad de 24-30 filas. Se calcula que el frente persa debía de ser de 1300-1500 metros de anchura -algunos autores llegan a los 2300 m-, algo que superaba con mucho las posibilidades atenienses y la solución simple sería reducir la profundidad de las filas atenienses para mantener el ancho persa, dejándolo en unos seis hombres. Pero los generales atenienses consideraban que el choque con semejante desigualdad arrasaría las filas helenas (24:6). La solución fue muy creativa pero arriesgada: desplazar fuerzas a los flancos estrechando aún más el centro para evitar una pinza a riesgo de la enorme presión que tendría que soportar el centro de las líneas atenienses que si se rompían separarían los flancos y serían fácilmente rodeados y masacrados.

Los persas, número aparte, tenían una formidable división de arqueros cuya lluvia de flechas «llegaba a tapar el sol», disponían de un escudo de mimbre suficiente para flechas a larga distancia, pero poca o nula protección personal lo que les hacía muy ágiles en el cuerpo a cuerpo para prácticamente rematar al enemigo en huída tras el daño infligido por las flechas. La caballería era también de una fuerza y destreza conocidas, capaces de destruir filas y desorganizar estrategias. «Los Inmortales», llamados así porque siempre eran siempre 10 000 hombres y si uno caía era rápidamente reemplazado, la fuerza personal del rey, se cree que no estuvo presente en Maratón dado que no estaba éste presente, como se ha comentado, este ejército persa era una fuerza de castigo, expedición y expansión de fronteras, pero no el grueso del ejército persa. Finalmente, los excelentes zapadores persas -legendarios son los puentes en el Bósforo- y la avanzada tecnología de asedio meda, aunque ninguno de los dos aplicables a este batalla, conformaban una fuerza envidiada y temida.

Hoplita ateniense (Christos Giannopoulos)

Sin embargo, los atenienses tenían a su favor tres importantes ventajas que confiaban fueran decisivas:

i) armadura resistente -coraza y grebas-, casco metálico -bronce, de una sola pieza con protección de cuello, nariza y calor, del tipo corintio-, escudo de bronce tipo argivo impenetrable o al menos protector ante la previsible lluvia de flechas persa, la cual era temida por todo ejército que se enfrentase a ellos;

ii) las largas lanzas de madera de cornejo de dos metros de longitud, con filo metálico de 30 cm y contrapeso trasero que solían utilizar no eran conocidas por los persas, que estaban más acostumbrados a que los arqueros despejasen parte del campo de batalla y luego en la corta distancia se acabara de decidir la contienda;

iii) y la falange, esa formación abigarrada en la que la unión y la protección mutua eran claves para tener una protección total hasta el cuerpo a cuerpo: el escudo, portado en el brazo izquierdo, protegía medio cuerpo propio y medio del soldado a su izquierda pero no dejaba huecos y era una extraordinaria protección si se mantenía la formación: material y técnica estaban ensayados y pulidos repetidamente en batallas previas contra otras poleis griegas.

Bajorrelieve de falange hoplita ateniense [Saint John College]

Y, aunque sea una apreciación personal, los atenienses tenían de su lado la motivación, fuerza de una increíble potencia que puede en ocasiones marcar la diferencia entre el que intenta conquistar, castigar o someter por orden de su rey, emperador o presidente, y el que defiende su tierra, su sociedad, su familia y sabe que lo perderá todo si no vence.

En la mañana del 11 de agosto -o la tarde del 12 de septiembre, entre las muchas fechas sugeridas por los historiadores- del año 490 antes de Cristo, los 10 000 hoplitas atenienses y plateos y los 40 000 medos o persas se situaban frente a frente en las llanuras de Maratón por iniciativa helena, para sorpresa persa y muy probablemente por alguna de las razones mencionadas, sin su caballería.

La distancia entre ambos campamentos, que se cifra en unos dos kilómetros aproximadamente, fue cubierta por los griegos a marcha rápida, por el efecto sorpresa y por si era el caso sugerido de dos campamentos persas, acortar el tiempo hasta que llegase la caballería. Cargados con cerca de 30 kp de equipo, en un previsible increíble estado de excitación, tardarían unos veinte minutos y poco antes de estar al alcance de las flechas persas, formarían la falange para sorpresa persa y con marcha más lenta pero completamente protegidos, empezaría la temida lluvia de flechas meda. Aunque posiblemente hubiera heridos y algún muerto, la formación permaneció inalterada, lo que sin duda inquietaría a los orientales. Heródoto afirma que el ataque fue «a la carrera» pero es imposible que fuese desde campamento a campamento e incluso desde que alcanzasen las flechas hasta el frente persa, pero sí los 100-200 últimos metros, algo que cogió completamente por sorpresa a los persas que veían que se les acercaban 10 000 soldados, armados con largas lanzas, protegidos con armaduras, corriendo y que no habían sido diezmados ni desorganizados por los arqueros. Y además, con mucha motivación de mandarte a Persia cortado en pedazos. La situación de repente se había vuelto en contra de los persas de una forma inesperada gracias a la superior protección ateniense, su formación en forma de falange y su decidida forma de actuar.

Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Batalla I: choque de fuerzas». Rectángulo azul claro, posición aproximada del campamento ateniense; rectángulos rojos claros, posición aproximada del campamento y barcos persas; polígono azul oscuro, frente ateniense con los flancos superando a los persas y centro cediendo ante el empuje persa; polígono rojo, frente persa.  [Google Maps]


El choque inicial debió ser inimaginable, polvo, sudor, gritos, vida o muerte en un segundo, miedo, violencia extrema, espadazos, puñetazos o mordiscos, mucha sangre, miembros segados, compañeros cayendo a tu lado, puñaladas por lo bajo y mucha confusión. Túnicas contra pantalones. Aunque la iniciativa, resistir las flechas y atacar a la carrera eran claramente pequeñas victorias helenas, tras el impacto inicial y aunque cayeran las primeras filas medas, un fondo de 24 hombres, si no se rompía, eran de una fuerza increíble, especialmente contra el centro griego que apenas sería de cuatro unidades: por mucho espadazo que dieran los helenos, tocaban a seis persas por griego y eso es demasiado en el cuerpo a cuerpo, y entre golpes y empujones el centro griego fue cediendo. El tiempo que pudieran aguantar sin descomponerse era clave, y eso lo sabían los flancos atenienses, que tenían que destrozar los persas para evitar que el centro cayese y les envolviesen a ellos. Ocho contra veinticuatro es el doble más favorable que cuatro contra veinticuatro, y motivados, arrollando a la carrera, sin apenas bajas por las flechas y extraordinariamente motivados y unidos, fueron doblegando a los persas que empezaron a ceder. La diferencia opresor-defensor, la gran heterogeneidad del ejército persa (hasta 46 pueblos lo componían), incluso la dificultad en transmitir órdenes en varios idiomas, más el empuje inicial, hizo que las filas persas traseras laterales previeran el desenlace y contribuyeron a él: comienzan a desorganizarse y las primeras unidades empiezan a pensar en salvar su vida en vez de combatir, y aunque quedaban filas por entrar en combate, cuando detrás de ti cunde el pánico y empiezan a huir, el terror hace el resto, y las filas medas vaya cediendo ante el empuje griego.

Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Batalla II: flancos atenienses desequilibrantes». Rectángulo azul claro, posición aproximada del campamento ateniense; rectángulos rojos claros, posición aproximada del campamento y barcos persas; polígono azul oscuro, frente ateniense con los flancos superando a los persas y que se cierran hacia el centro; polígono rojo, frente persa descomponiéndose y primeras huída hacia los barcos.  [Google Maps]


Lo contrario sucedía en el lado griego, con ímpetu iban cayendo filas enemigas, sería perceptible que avanzaban línea a línea y el pánico persa sería su mejor combustible. Los flancos persas iban cediendo, también el centro griego, pero lo primero ocurrió más rápido y viéndose el centro persa que podía ser rodeado, se dio a la fuga provocando la estampida general, unos por llegar a los barcos, y otros por cazar y matar a todo el que pudiesen. En la huída cayeron cientos de persas, posiblemente miles, en una carrera desesperada por llegar a los barcos, al pie de los mismos tratando de subirse e incluso varios cientos también ahogados en la zona de marismas que tenían a la espalda los persas y adonde les llevaron el miedo y la loca persecución ateniense. También algunos griegos perdieron la vida en este caos o intentando abordar los trirremes, pero finalmente la gran mayoría de los barcos pudieron hacerse a la mar y Maratón quedó lleno de cuerpos sin vida, en su mayoría persas, en una de las batallas más decisivas de la historia y cuyo resultado opuesto hubiera tenido unas consecuencias que no alcanzamos siquiera a imaginar.

Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Batalla III: estampida persa». Rectángulo azul claro, posición aproximada del campamento ateniense; rectángulos rojos claros, posición aproximada del campamento y barcos persas; polígono azul oscuro, frente ateniense descompuesto persiguiendo a la carrera a los persas por el campo de batalla; polígono rojo, frente persa huyendo; líneas rojas, posibles huidas, la norte, por las marismas donde fallecieron ahogados cientos de persas, la sur, hacia la playa, para embarcar y abandonar la playa lo antes posible.  [Google Maps]


La batalla duró entre dos y tres horas, un cuerpo a cuerpo no puede durar mucho más cuando además una parte carga bastante peso y se disponen todas las fuerzas frente a frente en un único encuentro. En el campo de batalla quedaron 6 400 cuerpos persas (de 30-40 000), 192 atenienses (de 9 000) y 20 plateos (de 1 000). Una victoria aplastante.

Hoplita ateniense [Revista de Historia]

Creo que no podemos ninguno imaginar la alegría que sentirían atenienses y plateos al ver huir al temido ejército persa, con la adrenalina en las venas y el deber cumplido. Se salvaban sus ciudades, sus familias, y la mayoría de ellos estaban vivos. También su cultura, su arquitectura, su arte, su filosofía y su sistema político. Los combatientes desde entonces se les llamaría marathonomachoi, adquiriendo categoría casi de héroes y recordados durante siglos. No merecen menos. Los muertos fueron honrados, inscrito su nombre en un monumento y se erigió un túmulo donde descansan los 192 cuerpos atenienses incinerados. Los plateos erigieron su propio túmulo a poca distancia. Hoy son apenas unos pequeños montones de tierra que esconden en su interior los restos de estos 200 guerreros y que si no fuera por su valla de protección no serían a ojos de un profano diferentes de una escombrera o un vaciado de cualquier excavación vecina. Ahí, enterrados, están los restos de aquellos que cayeron por defender parte de lo que hoy tenemos, y sin cuyo sacrificio la historia sería muy diferente. Mis respetos.

La victoria en la batalla de Maratón era griega, pero no la guerra, porque sea por una causa u otra, los persas amenazaban a Atenas por mar. Los persas no se daban aún por vencidos.





Algunos autores sugieren que era conocido por los atenienses que en la tarde del 11 de agosto la mayoría si no toda la caballería estaba rumbo a Faliro, el puerto más desprotegido de Atenas, y que tras la victoria ateniense no pudieron si no correr hasta Atenas para tratar de salvarla de su inminente ataque. La victoria había sido rápida, pero estaban aproximadamente a la distancia maratón de Atenas. Se quedaron en el campo de batalla los heridos y una de las tribus para dar sepulturas a los muertos aliados, pero la mayoría del ejército enfiló Atenas a la mayor velocidad posible. ¿Corriendo? Imposible, con el peso de la armadura, casco, grebas, escudos, lanza, espada y puñal, apenas se pueden correr cortos tramos y recordemos que acababan de librar una dura batalla que debió suponer un altísimo desgaste físico pero también emocional. Pero no había tiempo que perder, en cuanto pudieron marcharon rumbo a Atenas lo antes posible, «a la carrera», seguía en juego Atenas, su sociedad y sus familias, y la conquista en sí parecía algo menos probable, sí que podían hacer razzias de castigo e infringir un importante daño en poco tiempo.
Acabada la batalla, se envió rápidamente un mensajero, pero no uno de los heraldos de los mensajes si no uno de los ceremoniales, digamos. Ataviado con todo el material de guerra, corriendo pero sin una prisa extrema dado que no había una gran necesidad, y habiendo salido a primera hora de la noche, llegaría ampliamente pasada la medianoche, dado que el peso de todo el equipo era importante. La entrada a Atenas sería apoteósica, como es de esperar: anunció la victoria al pueblo ateniense.

Cayendo la noche era peligroso seguir persiguiendo persas, se habían echado a la mar la mayoría y volvían a Persia. El campamento bulliría, las historias serían contadas una y mil veces, se llorarían los muertos y se ayudaría a los heridos. Comerían y beberían, habían mandado al mayor ejército que el mundo había conocido de vuelta a casa con el rabo entre las piernas. A buen seguro la sensación de imbatibilidad sería indescriptible.

Pero a primera hora de la mañana son levantados violentamente: la flota persa no tomó rumbo a la costa oriental del Mediterráneo, sino que se había mantenido paralela a la costa griega y, quizá tras el aviso de un traidor, doblaron la península por el sur y pusieron rumbo al puerto de Atenas, previsiblemente. ¿Y si iban ahora a por Atenas sabiendo que el ejército estaba en Maratón? También sería indescriptible la sensación de pánico al recibir tales noticias, los apresurados preparativos y la atropellada salida del campamento. Antes había salido otro mensajero, este sí express, ligero, buen corredor, y que debió de cubrir la Maratón-Atenas en menos de tres horas para alertar de que los persas podían atacar y que preparasen la defensa.



Fuese como fuera, los hoplitas atenienses -posiblemente ya sin los plateos- marcharon a toda prisa a Atenas con la angustia de no saber si llegarían demasiado tarde. La ruta de vuelta sería importante, el camino estaría previsiblemente despejado y primaba la velocidad. 

La ruta costera es posiblemente más rápida, pero por si hubiera dudas quizá usaron ambas, medio ejército -el más joven y fuerte físicamente- iría por los montes, y los soldados de más edad irían por la costera, prácticamente llana, para que fuera la que fuera más rápida, varios miles de soldados llegaran lo antes posible.
La ruta costera sería la elegida para llegar a la mayor brevedad posible a Atenas, no sólo por velocidad sino porque a lo lejos podrían ver a la flota persa -cientos de barcos lo son, a buen seguro- e incluso ser vistos por éstos, con el efecto sobre la moral que puede tener.








Mapa de la batalla de Maratón (490 a.C.). Abrir menú y activar «Amenaza a Atenas». Rectángulo azul claro, posición aproximada del campamento ateniense; línea roja, trayecto de la armada persa de Maratón a Faliro (Atenas); líneas verde, naranja y violeta, posibles rutas del ejército ateniense de vuelta a la ciudad para defenderla del posible ataque persa.  [Google Maps]

Antes de llegar a Faliro los persas, los atenienses con la lengua fuera estaban llegando a la previsible zona de desembarco, se harían perfectamente visibles para aquéllos y éstos finalmente prefirieron no plantar batalla, no llegaron ni a desembarcar. Ahora sí, los persas daban media vuelta y ponían rumbo a su vasto imperio. Por segunda vez, los atenienses estarían exhaustos y exultantes a partes iguales.

No sólo la batalla, la guerra ya estaba asegurada del lado griego.
«Χαίρετε, νικώμεν»
«Saludos, ganamos»




2 comentarios:

  1. Pepe López11/6/18, 10:11

    Las líneas de batalla de ambos ejércitos no estaban paralelas a la orilla del mar sino en perpendicular por eso el ejército persa sufrió tantas bajas al tener el mar a sus espaldas. Esta cuestión controvertida es fundamental porque así se justifica el elevado número de bajas persas ya que tras el choque las alas persas perdieron cohesión acabando en una precipitada huida hacia sus naves, en la confusión subsiguiente las líneas persas de los flancos se atropellaron entre sí lo que aprovecharon los atenienses para masacrarlos. El papel de los esclavos liberados por los atenienses ha sido muy subestimado.

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    1. Aunque muy tarde, respondo: la información de esas líneas posiblemente la obtuve del primer libro que cito, «The Battle of Marathon» (Christos D. Dionysopoulos, 2015), que compré precisamente en Atenas, una maravilla y que destierra muchos de los mitos al respecto. Lo recomiendo encarecidamente.

      Un saludo,
      s

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