3 de agosto de 2023

Los años turbulentos en Nuevo México

Con un asentamiento fijo de unos 200 españoles y con un gobernador que estaba siento procesado por numerosas cargos, el sucesor de Oñate fue Pedro de Peralta. Su llegada en 1610 y su breve tiempo en Nuevo México (hasta 1613) no le permitieron hacer demasiadas cosas excepto una que le sobrevive: movió la capital a Santa Fe donde permanece en la actualidad. De hecho el edificio de gobernación desde donde se ejercía el poder, actual del museo de Nuevo México, es el edificio público más antiguo de los Estados Unidos. La principal razón de trasladar la capitalidad fue porque existía un precepto español que impedía trastocar la vida de los habitantes originales y San Gabriel, donde estaba el principal asentamiento español hasta la fecha, era una población india. Sí, España tenía leyes que protegían a los indios, y eran duramente castigados quienes las infringían y una de ellas fue que ocuparon un pueblo indio sin demasiados miramientos. Santa Fe, en buena parte, nace del respeto hacia los locales.

Palacio de los Gobernadores de Santa Fe creado por Peralta. Es el edificio público más antiguo de Nuevo México.

La situación que se encontró Peralta fue crítica: deserciones, casi hambruna y pobreza generalizada. Esto entre los españoles. De hecho ya el 13 de septiembre de 1608 se había recomendado el abandono de Nuevo México dada la situación límite en la que se encontraba. Quizá las altas conversiones de almas indias al cristianismo ayudaron a que el rey Felipe III redoblase los esfuerzos en tierras nuevomexicanas en vez de abandonarlas. 

Pero la llegada de Peralta no fue precisamente la que apaciguó algunas aguas porque al arribar comprobó el alto poder que tenían los franciscanos algo que el gobernador rápidamente quiso cambiar con el consiguiente enfrentamiento con los miembros de la Iglesia. Las luchas entre españoles, gobernantes civiles y eclesiásticos, fueron tan intensas que Peralta llegó a ser detenido en nombre de la Santa Inquisición con lo que la Iglesia se convirtió de facto en la que llevó los asuntos no sólo celestiales sino también mundanos de Nuevo México. Los españoles expertos en pegarse tiros en el pie desde siempre.

Estatua de Pedro de Peralta en Santa Fe [Hidden Hispanic Heritage]

Los frailes, con funciones de reyezuelos de sus dominios, jugaron un papel crucial en el creciente descontento indio. Aunque las leyes españolas prohibían explícitamente explotar a los lugareños, las grandes distancias con la capital de Nueva España, de en torno a los seis meses por sentido, las propiedades que se hicieron poseer los franciscanos (y no franciscanos) y las formas de gestionarlas donde se les hacía pagar a los locales en forma de porcentaje de lo que se extraía del suelo fueron polarizando las posiciones indias y separando la ya importante brecha con los españoles. Todo ello a sabiendas de que lo que se estaba haciendo era ilegal pues, repetimos, la ley prohibía estas prácticas. 

Las iglesias —construidas sobre pueblos ya existentes— y los bautismos crecían por doquier a fuerza de someter a los indios y es que los abusos empezaban a rozar el escándalo y a nadie le debería de sorprender que si un día hubiera un levantamiento indio los eclesiásticos iban a recoger lo que estaban sembrando.

En 1626 se constituyó oficialmente la Santa Inquisición en Nuevo México y como hemos visto una de sus medidas estrella fue la detención de su gobernador Oñate. La Inquisición ha sido siempre y casi en exclusiva un órgano de ejercer el poder a través del miedo. Los juicios, las sentencias, las torturas y las ejecuciones no dejaban de ser instrumentos de poder, religiosos cuando lo eran, políticos cuando tocaban pero sobre todo de control social. Con esta nueva herramienta los religiosos ejercieron un nuevo poder a la vez que se ganaban enemistades entre los locales.

Aunque es ligeramente posterior al periodo (1710-1755) la iglesia de San Francisco de Asís de Taos es un buen ejemplo de la arquitectura tradicional nuevomexicana con gruesos muros de adobe.

Siguientes gobernadores, cada vez más sesgados al lucro personal y menos a la prosperidad de los asentamientos, continuaron abriendo la abismal brecha con los indios que eran cada vez más y más sometidos, laboral, espiritual y socialmente. Una de las lacras fue el sistema de encomiendas, que no era otro que el derecho otorgado a los nuevos pobladores a cobrar tributos a los nativos, derecho que se transmitía de padres a hijos. Y de cobrar un tributo a esclavizar por las deudas contraídas había un breve paso. Lógicamente ser un encomendero era una posición de privilegio y en el caso de Nuevo México, a meses vista de Nueva España y mucho más de la madre patria daba pie a desmanes y abusos. 

La segunda mayor lacra era el repartimiento por el cual los nativos debían trabajar en obras consideradas de interés público. Y, otra vez, hecha la ley hecho el abuso: a consideración de los funcionarios se consideraban unas cosas como de interés público que podían serlo o podían no serlo, como trabajar en haciendas de los mismos funcionarios o amistades y todo tipo de atropellos con una pátina de legalidad que no era tal.   

En este período de lo mejor que hicieron los españoles fue frenar las razias de otros indios, nómadas, especialmente de los belicosos apaches, y que tradicionalmente habían sembrado de terror a los indios asentados. Con el poderío militar español en Nuevo México se respiró tranquilidad... pero a cambio las expediciones españolas en más de una ocasión eran no tanto para defenderse sino para esclavizar con lo que han supuesto otra mancha para el legado español.

Para acabar de completar la ecuación de pobreza, destrucción y resentimiento una epidemia de viruela diezmó especialmente a los indios, y una hambruna generalizada seguida de otra ola epidémica remató a una población que se acercaba a buen ritmo al abismo de la extinción. Entre la explotación española, las guerras, las hambrunas y las epidemias que importaron inintencionadamente los españoles la población india pasó de 80 000 a 20 000 personas desde la entrada de Coronado, 130 años antes. Es cierto que muchas de las muertes, la inmensa mayoría, en América fueron debidas a virus y no a guerras o explotación pero quien llevó los virus a tierras americanas no fueron otros que los españoles (y otros europeos en otras latitudes y tiempos).

El malestar entre los indios era generalizado, con sus congéneres muriendo, esclavizados o casi, enfermos y hambrientos, sometidos a un poder que les venía de fuera, con su sistema de creencias perseguido por unos frailes fanáticos y por unas estructuras sociales que les eran ajenas. Se demostraba con las enfermedades que el Dios cristiano no ejercía ningún poder pues estaban siendo diezmados a pesar de haberse convertido a ella. Sólo faltaba una chispa para encender el incendio. 

La gota que pudo colmar el vaso fue la detención de 47 chamanes de los cuales tres fueron ajusticiados y uno se suicidó previendo su destino por practicar ritos en contra de la fe cristiana. De entre los 47 estaba un chamán de nombre Popé que guardó para sí todo el odio que se puede guardar a unos irresponsables conquistadores que no cumplían las leyes de su país y que campaban a sus anchas como si fueran sus cortijos, explotando y saqueando para su propio beneficio. Popé fue el cabecilla de una rebelión que el 9 de agosto de 1680 levantaría en armas a los pueblo y que se comunicó con dos corredores. El 9 de agosto de 1680 se inició lo que ha pasado a la historia como la Revuelta de los Pueblo.


Pedro de Peralta [Wikipedia] │ «Torquemada. El santo inquisidor. Una historia del Santo Oficio» (Iván Vélez) │ «Armas, gérmenes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años» (Jared Diamond) │ «The Pueblo Revolt: The Secret Rebellion that Drove the Spaniards Out of the Southwest» (David Roberts) │ «La rebelión del odio. La insurrección de los indios Pueblos en 1680» (José Enrique López Jiménez)



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